Datos personales

jueves, 17 de agosto de 2023

¿Y el verbo se hizo carne?


El año pasado obtuve un importante premio literario  al que me presenté con el seudónimo del personaje que creé cuando  solo tenía doce años, y cuyo carisma me ha proporcionado múltiples éxitos.  

La novela se sitúa  entre las más vendidas. Empleé años en reinventar y perfeccionar el personaje de Lola: igual la dedicaba a la investigación  que a postular con una hucha, a defraudar, a mendigar o a estudiar física cuántica.

Al principio me costaba imaginarla en diferente registros, después era ella la que, susurrando me dictaba insólitas historias. Yo solo tenía que deslizar mis dedos por el teclado del ordenador y escribir  sus inauditas historias.

En esta, mi última novela, de lícito éxito, modestia aparte, Lola era abogada  y a pesar de estar siempre ocupada en una conciliación o una audiencia, ella sacaba un rato para transformar mis argumentos. Lo que jamás barrunté  es que me denunciara por plagio.

 

 

 

sábado, 25 de junio de 2022

Violeta

 

Violeta y la inocencia.

 Marguerite Zuckerberg

 

                                                          

“La vida de un niño es como un trozo de papel sobre el cual todo el que pasa deja una señal”. 
(Proverbio chino)

La fábrica estaba situada en el entresuelo de un edificio de viviendas.  Se accedía a ella  por una  puerta estrecha. A la izquierda de la puerta había un letrero antiguo remachado en la pared en el que casi no podían distinguirse las letras. Un pasillo estrecho y sucio conducía a una estancia algo más grande, donde se acumulaban los fardos de prendas ya acabadas destinadas a la  distribución.  A la derecha, separada por unas mamparas antiguas  estaban las oficinas. Al fondo, la máquina de hilar al lado justo de  una también estrecha escalera que conducía al entresuelo del edificio….  La fábrica.
Lo primero que se veía en la pared era  un reloj. Dividido en dos columnas el fichero para el control  del horario de las trabajadoras, los hombres no fichaban. Se metía la ficha en una ranura, se bajaba la palanca y quedaba marcada la hora de entrada y salida.
Al levantar la vista se veía una maraña de tubos de desagües descubiertos procedentes del edificio. A ciertas horas del día el ruido de aguas residuales era constante y el olor también.
Dividida en varias zonas, la estancia estaba siempre llena de polvo procedente de las máquinas.
Delante del fichero estaba la zona para repasar las prendas. A continuación las máquinas remalladoras manuales, delante la mesa de la encargada, a su lado un viejo aparato de  radio sintonizado según los gustos musicales de la vieja encargada, o apagada si convenía castigar a las trabajadoras. Al otro lado la enorme plancha vomitaba calor en invierno y en verano, la zona de etiquetado y empaquetado colindante a la  de planchado estaba  inmersa en  una niebla espesa  de un olor desagradable, mezcla de sudor, vapor y  productos textiles.
Completando el inmueble, dos retretes malolientes: el de señoras y el de caballeros, descubierto  por arriba y por abajo para controlar hasta los más íntimos momentos.  El de caballeros lo usaban el mecánico y un señor  mayor de la oficina que no tenía ningún reparo el soltar grandes ventosidades y dejar el habitáculo perfumado. Nunca comprendieron  por qué no usaba el destinado a las oficinas. Lo peor no eran ni sus ruidosas ventosidades ni los olores que dejaba, lo peor era que los viernes tenían que limpiar los baños por riguroso orden de, sobre todo llegada. Las novatas limpiaban siempre. Si era asqueroso limpiar el propio baño, más lo era el de caballeros, con sus manchas a perpetuidad fuera de la taza, el jabón de manos siempre negro, nunca supieron de qué,  y el suelo mojado de una mezcla de diferentes fluidos.
Afortunadamente limpiaban los viernes y con la alegría de acabar la jornada parecían olvidarse del momento horrible de meter la mano el esa taza que parecía no haberse limpiado en años. La primera vez Violeta vomitó el almuerzo, después se tapaba la nariz para evitar las náuseas.
A la izquierda de los baños había una puerta tapada con una cortina  por la que se accedía a un almacén donde se llevaban  los restos de hilos y tejidos sobrantes, que permanecían allí hasta que un inspector llamaba al jefe  y le  decía que en dos días pasaría a hacer una inspección, entonces se paraba la producción y  ponían a todas las niñas a adecentar el almacén.  En ese lugar escondido estaban también las pistolas quitamanchas que usaban sin ninguna protección y cuyos líquidos, pura química, salían a presión y se expandían por toda la estancia penetrando por los orificios nasales.
En un pequeño apartado había un banco  lleno de herramientas, donde el mecánico  las guardaba para reparar las máquinas.
Más que un señor era un ogro que gritaba como una fiera fuera cuando se  rompía una aguja y tenía que reponerla.  A veces, enderezaba la aguja y volvía a colocarla, ese mismo día o el siguiente los gritos retumbaban por toda la fábrica cuando la aguja, anteriormente estropeada se rompía sin remedio. Las niñas temblaban de miedo cuando tenían que llamarlo una y otra vez.  Si la aguja se rompía de pronto, por cualquier motivo, un sudor frío recorría la  espalda  de violeta y las manos le empezaban a temblar.

 un  mes antes de empezar a trabajar,  Violeta esperaba el tren junto a su hermana mayor en una minúscula estación de un pueblo cercano al suyo. Se habían levantado a las cinco de la madrugada para coger el autobús que las llevaría hasta la estación, allí, tras varias horas de espera hizo su entrada un viejo expreso  compuesto por infinidad de vagones que recorría el país de este a sur y viceversa, tardando una eternidad.
Mientras esperaban el tren, la hermana mayora sacó un paquete con varios cigarrillos arrugados y sin filtro, se puso uno en los labios y empezó a inhalar para mostrarle a su hermana que era mayor y moderna. Violeta, que tenía 13 años le pidió uno, pero la hermana se lo negó porque decía que como ella no se tragaba el humo, era desperdiciar el cigarrillo, al final, ante la insistencia le dio uno a regañadientes y Violeta les mostró a todos los viajeros lo moderan y mayor que era. Se puso el cigarrillo en los labios y aspiró como si le faltara el aire, un sabor desagradable y molesto invadió sus papilas, el humo cegaba sus ojos, pero siguió inhalando hasta el último trozo de colilla húmeda y pastosa.  Hasta ahora, todo lo que consumía eran los chicles y la pipas del quiosco de su pueblo, algún helado en verano y churros en invierno. El tabaco era nuevo para ella, pero su vida empezaba a dar un cambio del que ni ella era consciente.
Salió de su pueblo con la ilusión de progresar, trabajar y estudiar hasta forjarse un futuro, pero sin rumbo ni orientación y la sola supervisión de su hermana, apenas cuatro años mayor que ella.
El tren entró en la única vía y  los pacientes viajeros demudaron el gesto, pasando del  aburrimiento a la sorpresa en unos segundos, algunos era la primera vez que veían una máquina de tales dimensiones. En los años 70  los pueblos estaban llenos de pobres gentes ignorantes que apenas sabían leer y escribir, sólo trabajar.
Los pasajeros fueron subiendo. El tren iba ya casi lleno y a pesar de la numeración de los compartimentos, se vendían billetes ilimitados. Con suerte y por el mismo precio podías ir cómodamente en un apartado para seis personas o pasar las doce horas de trayecto en el pasillo, al lado de una ventana, sentado en la maleta si llevabas,  o en tu caja de cartón que hacía las veces de maleta.
Las hermanas encontraron su compartimiento casi vacío.  A pesar de los pocos ocupantes el habitáculo  olía a humo, tortilla de patatas y chorizo. Violeta se sentó al fondo, al lado de la ventana y Victoria enfrente. Entre ellas la caja de cartón y la bolsa con la comida.

El espacio de aquellos trenes era grande y los viajeros transportaban con ellos todo tipo de objetos, hasta los más increíbles.
Los asientos parecían cómodos a pesar del eskay roto en los laterales. Los ceniceros emplazados  en cada reposabrazos estaban a rebosar, las ventanas, cerradas a cal y canto, tenían polvo añejo, aun así, a través de ellas se podía ver el paisaje.  A Violeta le interesaba más el paisaje de los cuadros que colgaban encima del respaldo de las butacas: Pueblos de España, ciudades importantes que Violeta no conocía ni había oído nunca nombrar,  ella, soñadora, pensaba que algún día las visitaría.
En la siguiente estación subieron algunas personas que volvían de vacaciones a su lugar de residencia, parecían más refinadas, con sus vestidos modernos y sus maletas  nuevas.
A la chica  le gustó esa primera aventura en solitario, sin sus padres. Cada  nueva persona que subía al tren guardaba un misterio para ella. Hasta que los compartimentos del tren se llenaron de niños gritones y mocosos, de olor a comida, botas de vino tinto y alientos de dudosa higiene, entonces empezó a agobiarse y necesitar un poco de aire limpio que respirar. Intentó abrir la ventana y lo consiguió solo a medias, nada parecía funcionar en aquel viejo compartimiento. La gente, a pesar de los olores y el aire viciado protestó, y violeta tuvo que volver a cerrarla. Salió a pasillo atestado de viajeros fumando, con las radios sonando y hablando a gritos, fue aún peor.
Tenía un miedo  irracional a perderse y que su hermana se bajara en alguna estación y la abandonara, por eso no intentó ir a otro vagón a probar suerte. Apenas habían pasado tres horas y  estaba agotada. Volvió al compartimiento y una señora mayor  histriónica y gritona había ocupado su asiento, la timidez, la vergüenza, la educación o todo a la vez le impidieron protestar. Pasó dos horas eternas de pie en el pasillo. Cuando la mujer se dignó a dejarle el asiento, violeta entró como una exhalación a ocuparlo. Su hermana sonreía con cierta malicia, ella, enfadada, abrió su libro de aventuras y se sumergió en él olvidando al resto del mundo un buen rato.
Leer era su refugio. Cuando se disgustaba iba a la biblioteca del colegio y se gastaba todo el poco dinero que le daban en sacar libros, una peseta por semana y libro. Hacía ciertos sacrificios para tener siempre una moneda en caso de tener que recurrir a la biblioteca. Si se quedaba sin monedas, hacia recados a las vecinas con la esperanza de que le dieran alguna recompensa, cosa que no ocurría siempre.
Ahora, en el tren,  iba provista de varias novelas de sus venturas preferidas: los cinco de Enid- Blyton. Había ahorrado durante varios meses para comprarlas, se había perdido más de una película de la sesión matinal de su pueblo.
Ahora devoraba página tras página, ausente, fuera de control, sin oír ni el llanto de los niños, ni las conversaciones de los mayores. Así, concentrada en sus aventuras vivía otras vidas tan ajenas como fantásticas. Hasta que Victoria, aburrida en su esquina intentando que se le pasara el enfado, Le quitó el libro de un manotazo y esto hizo que el enfado de Violeta aumentara. Ella se pasaba la vida enfadad por todo y con todos, sus amigas se lo decían y se burlaban.
Recuperó el libro y salió al pasillo, se sentó en el suelo y continuo leyendo hasta que su hermana salió para decirle que debían comer, Violeta seguía leyendo sin oír. Victoria se vio obligada a prometerle que le compraría una de esas ridículas novelas si se le pasaba el enfado.
Comieron los bocadillos revenidos y bebieron el agua caliente de una de las fuentes de su pueblo, guardaron el refresco de limón para merendar. Después, para aliviar el aburrimiento, sacaron unas onzas de chocolate medio derretidas por el calor y las comieron como postre. Con la tripa llena todo parecía tener diferente color.
El paisaje a través de la ventanilla empezaba a cambiar, ahora en vez de olivos, se veían grandes campos de trigo salpicados aun de amapolas. Inmensos llanos  sembrados que se perdían de vista en el horizonte.
La noche llegó después de horas agotadoras. Las hermanas se acurrucaron en sus asientos para intentar dormir. Con  el  traqueteo del tren y el cansancio no fue difícil trasportarse al otro lado mecidas entre los brazos de Morfeo.  Las despertó un frenazo brusco del tren. Aturdidas y confundidas les costó recordar dónde  estaban, sin duda en una gran estación porque anunciaban una hora de parada.
Al momento empezaron a desfilar por  el pasillo del tren una serie de personajes vendiendo todo tipo de productos.  Desde  una colonia barata hasta un jabón de dudosa procedencia,  empaquetados con cierto mal gusto. La gente que se quedaba en  el tren agarraba sus pertenecías desconfiando de los vendedores.
Al rato de emprender la marcha, alguna viajera destapó la colonia que acababa de comprar y un olor a insecticida invadió  cada rincón del  compartimento.

Entre  la somnolencia, el cansancio, el olor a colonia barata, el sudor acumulado por las horas y los restos de comida guardados para la siguiente ocasión, Violeta sintió ganas de vomitar y salió corriendo. Bajó la ventanilla del pasillo y sacó la cabeza, una bocanada salió de su boca y penetró por la nariz, el lateral del tren quedó impregnado. El aire fresco, pero viciado de la noche le devolvió la estabilidad. Permaneció así, asomada a la ventana, con el pelo más que alborotado por el viento, hasta que dejó de sentir la sensación  de mareo. A su lado Victoria, seria y confundida le preguntaba si estaba mejor.
Por fin, después de catorce horas  de viaje, el tren entró en la estación de destino. Las chicas bajaron exhaustas y confundidas.  Nadie las esperaba.


La estación era pequeña y la cantina olía a  café rancio. Las hermanas hubieran dado cualquier cosa por entrar y tomar un refresco, pero llevaban el dinero justo.

Victoria desdobló un papel en que llevaba apuntada la dirección de una prima lejana de su padre que las acogería durante un tiempo en su casa.

Salieron de la estación y Violeta notó un fuerte olor en el ambiente, no supo identificarlo, pero era muy desagradable.

Preguntaron al primer viandante  por  la calle a la que tenían que ir

y éste les contestó en una mezcla de castellano y catalán, las hermanas rieron de buena gana.

Estaban muy cerca del piso de la prima de su padre. Llegaron en quince minutos, agotadas, sedientas y desilusionadas. No podían ni imaginar que una ciudad fuera tan fea, gris y ruidosa.

El edificio tenía la apariencia de una hilera de nichos. De los minúsculos balcones colgaba ropa tendida. La entrada era estrecha, tuvieron que subir los cuatro pisos en fila, primero Victoria, después Violeta. Había ascensor, pero ellas no habían subido nunca y les dio un poco de miedo. Ya en el rellano sintieron unas ganas tremendas de volver a la estación y emprender el  camino de vuelta, pero no podían ni debían rendirse al primer contratiempo.

Llamaron al timbre y una voz gritona contestó desde dentro.  La mujer abrió la puerta y por un momento no las conoció, a punto estuvo de preguntarles que quienes eran, pero recordó la carta que había recibido hacía ya más de quince días.

-Pasad chiquillas, no os quedéis ahí mirando como dos pasmarotes- les dijo su prima sin el menor entusiasmo.

Descargaron el equipaje en una habitación donde solo había una cama turca con una colcha a cuadros verdes y negros, una silla que había conocido tiempos mejores, un armario desvencijado y una falsa ventana con una persiana polvorienta. El habitáculo que compartirían las hermanas no tenía ni luz ni ventilación, una pequeña bombilla, que colgaba desnuda del techo, daba más pena que luz. 

Colocaron sus escasas pertenecías en el mini armario, se lavaron las manos y ayudaron a poner la mesa.

Comieron en medio de un silencio incómodo.

El marido de la prima era un hombre de baja estatura, grosero, de esas personas que   creen que hay que reírles las gracias. Las interrogó sarcásticamente, violeta pensó que su única preocupación era saber de qué iban a pagar su estancia. Su hermana era más descarda y le contestó que en cuanto empezaran trabajar les recompensarían. La prima le quitó importancia a lo que decía su marido, pero Violeta tenía una sensibilidad especial para catalogar a los adultos y en esta ocasión no se equivocaba, aquel hombre no le gustaba. Quizá debía darle una oportunidad, al fin y al cabo iba a convivir con él.

El domingo prepararon unos bocadillos para ir a pasar el día a la playa. Violeta estaba eufórica, era la primera vez  que vería el mar. Entre el calor, los ruidos, la nula ventilación de la habitación y lo extraña que era la noche fuera de su casa, su pueblo y los suyos, no puedo dormir. A su lado Victoria dormía plácidamente, eran tan diferentes.....

La prima se levantó temprano y las despertó. Entre las tres hicieron una tortilla de patatas y unos pimientos fritos. Prepararon la nevera con mucho hielo y a la hora de salir se dieron cuenta  de que Violeta no tenía bañador. La prima entró a su habitación en silencio, sin que el marido se diera cuenta y sacó uno horrible, de señora mayor, con un escote que le cubría hasta casi el cuello, una especie de faldilla que tapaba parte de los muslos y unas cazuelas para mantener el pecho erguido. Violeta pensó morirse allí mismo cuando se lo probó, estaba horrorosa, pero no tenía elección, o pasaba vergüenza o no se bañaba en la playa. Su hermana se rió cuando la vio dentro de aquel bañador pasado de moda y de vieja. La chica llenaba  el bañador, estaba “rellenita” , pero aún no tenía tanto pecho como para necesitar aquella especie de cazuelas. Si la hubiera visto su amiga se hubiera reído también.

Salieron de casa camino del autobús. Un señor, igual de bajito  que el marido de su prima, pasaba cobrando el trayecto. Dependiendo del sitio de la playa al que iban era un precio u otro, ellos se quedaban en la primera parada.


Violeta no daba crédito lo que veía, esa inmensa cantidad de agua se parecía a la gran extensión que era el cielo azul de su pueblo en una tarde de verano, no podía compararlo con nada que hubiera visto anteriormente. Se quedó contemplándolo con la boca abierta, la gente pasaba a su alrededor sin que ella se diera cuenta, quería que sus retinas retuvieran toda aquella inmensidad para después contárselo a su amiga Ana en la primera carta que le escribiera.

Victoria se reía de ella sin contemplaciones, como si no estuviera igual de sorprendida. Le dio un empujón y violeta reaccionó dando un traspié y empujando a una señora bajita con un gorro de flores amarillas enroscado en la cabeza.

Sacaron la sombrilla y pusieron debajo la nevera y la comida, extendieron la toalla y se sentaron. Al momento se fueron todos al agua menos violeta que sentía  vergüenza de desnudarse, pero más aun de mostrar su bañador.

Después de comer, animada por el vino con gaseosa del porrón, decidió dar un paseo y coger pequeñas conchas. Pensaba en su amiga Ana todo el tiempo mientras hacía una buena colección de conchas de todos los tamaños y colores. Al final de la tarde decidió bañarse, lo estaba deseando, pero podía más la vergüenza que el deseo.

Se metió en el agua poco a poco, hasta que le llegó por la cintura, ya nadie podía ver su horrible bañador de vieja. Saltó una ola y después otra y otra, hasta que se olvidó de su aspecto y empezó a disfrutar como la niña que aún era. Manoteaba y reía con cada nueva ola, se sumergía, se caía, hasta casi perder la noción del tiempo. Era una nueva experiencia, tan inmensa como su inocencia.

No sabía cuánto tiempo había pasado desde que entró en el mar, podían haber sido minutos o una hora, no veía nada a su alrededor, sólo ella, el mar, las olas y una sensación de libertad que la trasportó a su pueblo, con su gente y sus amigos.  Miró hacia la orilla para orientarse y  vio a su hermana hacerle señas  desde la arena. Sin duda era hora de salir.

Se rieron de ella por cómo había saltado las olas, como si fuera una criatura salvaje. Violeta, que tenía la sensibilidad a flor de piel, se sintió herida, no sabía cómo debía comportarse en momentos así.

Dio otro paseo mientras el agua salada se secaba en su cuerpo, cogió más y más conchas  pequeñas con la intención de hacer una pulsera para su amiga Ana que adoraba el mar sin haberlo visto. Paseaba por la orilla del mar sola, pensando cómo pintaría de colores las conchas y  le haría un pequeño agujero  para engarzarlas.  Las pintaría de azul, su color preferido.

 

Carta a su amiga.

Ana, Ha pasado ya un mes y medio desde que me fui, tenía ganas de estar sola un rato y poderte contar lo que está pasando en mi nueva vida, pero aquí es difícil tener un momento de intimidad, parecemos sardinas en lata, quizá dentro de poco Victoria se mude a casa de otra prima y yo pueda tener el cuchitril para mi sola.

Decirte que esto no es como yo esperaba. La ciudad es fea, triste, sin luz y huele raro, a contaminación. El ambiente parece estar siempre lleno de humo, de partículas en suspensión. Enfrente de mi nueva casa hay una fábrica con una chimenea enorme echando humo día y noche, dejando grandes nubes de polución. Es un olor que se mete en la nariz y llega hasta los pulmones, impidiéndome a veces respirar. Claro, en nuestro pueblo no hay ni la más mínima nube de humo.

La semana que viene empiezo a trabajar. Será, supongo, el cambio más importante que haga en mi vida, tengo miedo de pensar en la gente que encontraré, las compañeras, los horarios. Estoy apática y abatida ¡te necesito tanto!..... No puedes hacerte una idea de lo sola que estoy.

Aquí la gente se pasa el día entero trabajando, vuelven a casa cenan y  se acuestan, nada de salir a la calle, ni hablar con los vecinos.  Fíjate cómo será que entras en el ascensor con alguien y no te dicen ni hola, se cruzan contigo en la entrada y da la impresión de que eres invisible, puede que poco a poco me acostumbre a esta manera de vivir, por el momento es lo peor que me ha pasado en mi vida.

El próximo domingo  me presentaran a unas chicas para que salga con ellas, espero encontrar alguna amiga, aunque nunca tendré otra como tú. Ya te iré contado cómo va todo.

Aunque no todo es malo aquí, hay algo inmenso y bonito, azul como el cielo y fresco como la brisa de primavera; el mar. Algún día lo verás tú también y te gustará, es más impresionante de lo que puedas imaginar.

Tu postal me llenó de alegría, fue la mejor felicitación de cumpleaños, las demás no han sido ni tan cariñosas ni tan esperadas. Catorce años ya, ahora tenemos la misma edad. No dejes de escribirme nunca.

 

PD. Me ha ocurrido algo muy fuerte que no me atrevo a contarte, el marido de mi tía es un tipo repugnante que…no sé cómo decírtelo, creo que hoy no puedo.

Tu amiga que te quiere:

Violeta.

Segunda carta a Ana.

Ayer me presentaron a unas chicas. Estaba impaciente por conocerlas y por salir con ellas. Ha sido un fracaso, pero voy a aguantar porque no conozco a nadie y si no salgo temo volverme loca entre las cuatro paredes de este minúsculo piso  y la presencia del marido de mi tía que me insinúa que vayamos a su habitación cuando no está su mujer, me roza los brazos y se restriega conmigo por el pasillo. Solo siento consuelo leyendo, afortunadamente me traje mi colección de libros de los cinco, los estoy volviendo a leer, no quiero acabar con las novedades, esas la guardo para momentos difíciles, por si fuera necesario sumergirme entre las páginas, leer se está convirtiendo en mi único aliado aquí, mi hermana se ríe de mí, no comprende que es eso tan interesante que encuentro entre las páginas de  los libros. Ya sabes como es, guasona e ignorante, se muere por conocer a un chico y casarse, son sus únicas metas en la vida.

Una de las chicas, Marisa, lo primero que ha hecho cuando nos han presentado es mirarme de arriba abajo y poner una mueca de desagrado, como si yo oliera mal o algo parecido. A otra de las chicas la he oído decir que vestía como una pueblerina. Solo una de ellas se ha portado más o menos bien conmigo y me ha dicho el sitio donde quedaban para salir. El domingo que viene voy a ir a bailar. Todo esto es  tan nuevo para mí….

Aun sueño que estamos en el recreo del colegio jugando a la goma o a balón tiro y el sueño es tan dulce que no quiero despertar, pero al final despierto y me enfrento a mi realidad. Solo de pensar que tengo que ir a bailar el domingo me muero de vergüenza. Me pondré mi mejor vestido para que no vuelvan a decir que parezco pueblerina.

¿Sabes? Es muy curioso lo mal que hablan las chicas de la pandilla que me han presentado. Piensan que soy de pueblo, pero ellas casi no han ido al colegio y no saben nada, son medio analfabetas. Prefiero parecer de pueblo y haber ido al colegio que  parecer de ciudad y no saber ni casi leer.

Cuando empiece el curso me voy a matricular en unas clases nocturnas para seguir estudiando.

Anoche soñé que era septiembre y empezábamos el nuevo curso. Tú y yo juntas, como siempre íbamos  al colegio,  como  desde el  día que nos conocimos, aquel ya lejano primer curso. Íbamos riendo, bromeando, con nuestros babis blancos impecables, los libros nuevos, con ese olor que tanto me gustaba, con la goma de saltar en la cartera  y cientos de ilusiones para el futuro. Tú llevabas el pelo suelto en vez de las dos trenzas de costumbre, yo dos coletas y flequillo, como siempre. Al llegar al colegio nos encontrábamos con las compañeras de toda la vida y nos fundíamos en un abrazo. Gritábamos en medio de la clase mientras contábamos como se había pasado el verano, algunas niñas habían crecido tanto  que parecían ya mayores. Al rato llegaba la maestra y nos sentábamos en desorden hasta que nos colocaban por lista y, como nosotras compartimos la  inicial del apellido, nos sentaban juntas, como siempre, sin novedad.

Desperté sudando, con la boca seca y desconsolada, lejos de mi familia, mis amigas, de mi pueblo, de mi gente y mi vida. Hoy, o dentro de unos días debería empezar el colegio como en mi sueño, pero en realidad va a empezar mi nueva vida, en ella todo va a cambiar, más de lo que yo misma imagino. Cambiaré el colegio por el trabajo en la fábrica y estoy muy asustada.

Pienso en ti cada día.



Tu amiga siempre:

Violeta


Primer día de trabajo en la  fábrica.

Violeta se levantó temprano, se puso uno de sus mejores vestidos, uno estampado de grandes flores en colores naranja pálido y beige, cruzado en la delantera y con dos hileras de botones, muy fresco y juvenil, quería aparentar sus recién cumplidos catorce años, la edad permitida para trabajar. Salió de casa acompañada de la prima de su madre, no pudo desayunar, los nervios no le permitían tragar, tenía un nudo en la garganta que casi le impedía respirar.

 

Cruzaron una avenida desierta a esa hora de la mañana, siguieron andando y atravesaron una especie de parque con infinidad de árboles y plantas, por un momento Violeta se relajó, pero al salir del parque se encontró con el ajetreo de la gente camino de las fábricas, con la mirada perdida, demacrados y como ausentes, caminaban como las hormigas en las tardes de verano, en fila india y corriendo, como si temieran llegar tarde. Con el tiempo se dio cuenta de que la gente de ciudad camina siempre deprisa como si perdiera el tren, pero no por apremio sino por costumbre. También ella al cabo del tiempo acabaría caminado así, como las hormigas.
Las primeras jornadas de trabajo fueron penosas, Violeta volvía llorando de la fábrica. Allí los gritos eran continuos por el más mínimo fallo que tuviera mientras aprendía a manejar la máquina de coser, le gritaba la encargada, el mecánico y todo el mundo.   Al marido de su prima, con el que pasaba tiempo a solas en el piso, solo le interesaba que ganara dinero para pagar su manutención,  además de rozarse con ella por el pasillo y sobarla a escondidas mientras le proponía cosas que ella no sabía  ni lo que eran, pero ¿cómo dejarlo todo y volverse al pueblo, si sus padres necesitaban el dinero que les mandaban todos los meses para mantener a sus numerosos hermanos?




Durante un año interminable Violeta soportó lo que muchos adultos no hubieran sido capaces. Por fin, al volver de las vacaciones, su hermana y ella podrían irse a vivir solas, lejos del continuo acoso del marido de la prima. Para entonces Violeta había perdido quince kilos vomitando gran parte de lo que ingería, se había convertido en una chica taciturna y reservada, sin casi amigas y con un solo propósito en su vida: seguir estudiando para salir de la miseria.

Emprendieron el viaje de vuelta para disfrutar de unas merecidas vacaciones. Todo el mundo se sorprendió de la trasformación de Violeta, que más que delgada parecía enferma.

Violeta adoraba a su madre, pero ella no tenía tiempo de pensar en cada uno de sus hijos en particular y aunque era cariñosa, no supo ver por lo que estaba pasando su hija.

El encuentro con su amiga Ana fue frío. Violeta, que  lo había soñado noche tras noche, no encontró en su amiga la misma complicidad que antes de irse, no debió contarle  lo que le había pasado con el marido de su prima, quizá su amiga, aún muy inocente le echaba la  culpa de lo que le estaba pasando.  

Después de varias escusas apenas se vieron durante las vacaciones, Violeta añadió un fracaso más a su vida y volvió a la ciudad con la pena de haber perdido su inocencia.  

A la vuelta del trabajo, Violeta se sumergía entre las páginas de sus libros, para olvidarse del marido de su prima, de su antigua vida, de su pueblo, de  su amiga, del colegio, de las tardes de verano en su pueblo, donde los sonidos eran tan diferentes a los de la ciudad. En su pueblo se oían las cigarras cantar sin descanso en verano, y  los pájaros piar por la mañana y a última hora de la tarde en primavera.  Las luciérnagas al anochecer alumbraban  un paisaje que olía a jazmín, celindas, rosas y niñez.



 

domingo, 2 de agosto de 2020

Lo peor de la vejez no es la muerte.

La puerta estaba abierta de par en par. Mamá miraba al vacio, sus grandes ojos color gris no habían perdido un ápice de belleza. Cogí sus manos entre las mias, estaban frias y laxas. Ella hizo un último esfuerzo y me las apretó, después dejó de respirar.
Llegué a tiempo de despedirla, aunque hacía años que ella deseaba morir, la pérdida me dejaba huérfana de igual manera. 
Lo peor de la vida no es la muerte inexorable, sino el sufrimiento, y ella de eso sabía mucho. Sufrimiento físico al principio y moral después, por el comportamiento de algunas personas de la residencia.
Su cuerpo la había fustigado desde joven, pero cuando su sistema motor la abandonó por completo era ya bastante mayor. Fue entonces cuando tomamos la decisión de llevarla a una residencia de ancianos. Pensamos en todas las posibilidades, pero para una persona obesa y sin mobilidad hay poco dónde escoger.
Elejimos la mejor de la zona, aún así yo sabía que iba a sufrir.
El recibimiento, la reunión con la directora y las instalaciones fueron inmejorables. 
Los primeros días no dijo nada, nos lo puso fácil. Nos enteramos más tarde de que pasaba las noches llorando, era como abandonar a su suerte a un niño pequeño y vulnerable el primer día de guarderia. 
Después de la primera y dura etapa de adaptación llegó la amistad. Hacía años que pasaba día trás día sola debido a su poca mobilidad. Su primera y única amiga en ese lugar de tristeza y muerte. 
Su nueva amiga se reía con ella y de ella, pero iban juntas con sus sillas de ruedas por toda la residencia, eso mitigó un poco la soledad. 
Después vinieron los inconvenientes, las negligencias, los abandonos, las malas praxis, el sufrimienro...la verdadera cara de la tesidencia.
Su amiga murio pronto y con ella toda esperanza de que su vida alli iba a ser agradable.
Cuando un anciano está cocnitivamente perfecto y fisicamente totalmente dependiente se podría afirmar que el sufrimiento se acrecenta aún más. Ser consciente de tanta negligencia, abandono y dejadez es peor que morir, como decía mamá.
Delgada por primera vez en su vida, parca en palabras , nariz afilada y pómulos salientes. A menudo decíamos que el día que mamá no hablara sería mal augurio, y así sucedio.
Le gustaba repetir cientos de historias de familias de su pueblo del que no olvidó ni una calle, ni una tienda...
Pero todas baradas en el tiempo. Recitaba de memoría nombres y acontecimientos de familias enteras. Poseía una memoria retrospectiva prodigiosa. Podía describir de memoria la casa donde había nacido 88 años atrás, 
En el pueblo permanecian sus raices hundidas en las tumbas de sus ancestros. Fuera de allí todo era obtuso y banal. Ni las costumbres ni la gente era buena y sana. A fuerza de macerarlo en el pensamiento acabó por creerlo como una verdad universal y única.

martes, 14 de abril de 2020

La guerra de las mascarillas.

Recuerdo que cuando era pequeña apadrinábamos a niños negritos y chinitos. La maestra tenía una ficha con apartados que iba rellenando conforme le entregábamos monedas. Cuando se acababa la ficha, la satisfación era enorme porque habíamos contribuido al bienestar de aquellos niños pobres.
Muchos años después, bromeando,solía decir que en unos años los chinitos apadrinarían a un españolito.Mucho me temo, que mi predicción está cerca.
Por mucho que los estados hayan hecho acopio de armamento, esta vez la guerra nos ha sorprendido con las armas descargadas, los soldados de vacaciones y el pueblo mirando al limbo.
Servidores de nuestros gustos y esclavos de nuestros deseos, el enemigo, silencioso, acaparador y sibilino ha ido ganando terreno sin que hayamos sabido ver su avancee inexorable. Atacando por la espalda con todos sus flancos cubiertos de mascarillas, material sanitario...
Una vez el terreno conquistado y al mando de la producción mundial, se convertiran en la primera potencia. Después nos prestaran dinero porque son buenos enemigos, nos endeudaremos y seremos sus esclavos para siempre. Aunque, ¿no somos ya esclavos de lo que quieren unos y otros? ¿de la manipulación a la que nos someten nuestros gobiernos, empresarios, banqueros y hasta el vecino del 5° derecha?
De aqui a unos años, todo chinos.

lunes, 13 de abril de 2020

Reflexión desde un ataúd de oro.

Adios, señor Cotino. Que la tierra le sea leve y que su Dios, ese en el que usted tanto creía, sepa y quiera perdonarle.
No puedo ni debo alegrarme de su muerte, porque no quiero ser tan miserable como los que en otras épocas y en nombre del todopoderoso jugaron con el dinero ajeno sin importarles el sufrimiento del prójimo en tiempos difíciles.
Sólo un pequeño y estúpido regocijo que nos iguala en el fondo que no en la forma: saber que la enfermedad y finalmente la muerte no distingue entre clases sociales y se lleva por delante a ricos y pobres, ateos y creyentes. La sola diferencia quizá estribe en el boato y la calidad del ataúd y la ceremonia final, esa que, mucho me temo, nadie va a presenciar .
Quiźa se haya preguntado en algún momento de esta dura y debastadora enfermedad, si valio la pena tanta ambición con el dinero ajeno, o quizá no, hay precedentes con alguno de sus acólitos, que a las puertas de la muerte seguian y siguen burlandose de la justicia de una sociedad corrupta incapaz de poner el cascabel al gato.
Quizá se haya acordado de todas esas personas desfavorecidas que tienen que trabajar del amanecer al añochecer y de lunes a lunes para poder seguir subsistiendo; personas nobles, honradas a las que tan bien se puede engañar en beneficio propio.
¿Quién puede saber las reflexiones que uno hace en la intimidad de un hospital y a las puertas de la muerte?














martes, 7 de abril de 2020

Al enemigo ni agua.

Hoy, a las 20h. Volveré a aplaudir a todos los sanitarios, menos a tí, enfermara mayor y resabiada de una planta NO Covi19, que ante la llamada de una anciana sin mobilidad ninguna, con 39° de fiebre, sola y desvalida en una habitación de hospital , le gritas que el timbre no es para pedir agua, que es sólo para una urgencia.
A ti no voy a aplaudirte ni hoy ni nunca, porque tu turno de noche no es para dormir, sino para atender las necesidades de los pacientes. No te deseo nada malo, porque de hacerlo tendría la misma calidad humana que tú, ninguna, pero quizá algún día seas tu esa anciana sola que pide agua a las puertas de la muerte para calmar su sed, y otra deshumana, como tú, se la niegue. Lo malo es que ya será tarde para rectificar, y la vida siguirá inexorable con personas, como tú, que no conocen la empatía. Y así el sufrimiento se hace eterno.
Mi aplauso de hoy, para todos esos sanitarios que estan dando hasta la vida por demás, menos tú, que no das ni agua.
¿Sabes cuál es el lema de esa anciana a la que le gritas y niegas el agua?
Un mal con un bien se paga.



domingo, 29 de diciembre de 2019

Cerrado el cupo de amistad.

Después de una enorme decepción con unos amigos de toda la vida cuya amistad se esfumó entre nieblas de indiferencia, sin ninguna explicación, decidí que no quería hacer nuevas amistades.
Empecé el año , me daba tanta perece dar explicaciones, y tener que demostrar cuáles eran mis ideas políticas, mis creencias o no religiosas, mis costumbres por las noches, mis enfermedades, mis fobias y filias, mis trastornos, mis luces, mis sombras, que para que no se acercara nadie más de lo deseado decidí no hablar, no dar explicaciones. Y me fue bien: el primer día, en el autobús, se sentó una señora a mi lado y empezó a hablarme como si me conociera, me contó toda su vida durante el trayecto, qué aburrimiento!!! No me importaba una P...M..  ni la miré, ella erre que erre, se desahogó a gusto criticando a su suegra. Poco le importó que yo no hablara, ella a lo suyo.
A la hora del café en el despacho yo solía dar un paseo por el parque, pero me cogió mi compañera y me contó sus desavenencias con el cuñado el día de Nochebuena, lo maldijo como si el año que viene no volviera a cenar con él y aguantarle el mismo sermón. Yo callada, no quiero confidencias ni amistades nuevas ¿ nadie se da cuenta? Me preguntaba a solas.
A la semana siguiente, mientras tomaba un café en una moderna cafetería del centro de la ciudad, se me acercó un señor y me dijo que si se podía sentar en mi mesa ya que no había otra libre ¿qué piensan que pasó? El señor acababa de divorciarse y necesitaba soltar todas las culebras que guardaba su boca y las soltó. Esa noche no pude dormir pensando en "la amistad" solo de ida, me preguntaba por qué hay tanta gente necesitada de unas orejas que no sólo oigan sino que escuchen, y por qué hay tanta gente que cuando se creen traicionados utilizanr la técnica del avestruz, como hicieron mis supuestos amigos, es decir, esconden la cabeza y no dan oportunidad de escuchar las razones del otro ante la mínima o máxima contrariedad.   Solo entonces comprendí que la amistad si no va en ambos sentidos no merece la pena.
Ahora, cuando alguien me utiliza para desahogarse, me hago la sorda. He cerrado el cupo de amistades.


sábado, 28 de diciembre de 2019

Curso de escritura desacreditativa.

 Curso de escritura.
Acabado por fin mi curso de escritura en el que he aprendido algunas  técnicas básicas, pero pocas, porque era gratuito y el profesor no nos daba apuntes, ni nos permitía fotografiar el power point con esquemas de su autoría, ni copiar.
Con lo que no contaba él es con mi habilidad para la taquigrafía.  Cogí todos los apuntes y ahora los guardo para estudiarlos detenidamente y usarlos a mi manera .  
 Me pregunto si la gratuidad del curso no nos daba derecho a aprender como si fuera pagando.
El tema es que no se si tengo talento para escribir, creo que si, pero mientras me llega la inspiración he decidido aplicar las técnicas a otros novatos como yo: leo un texto, lo analizo en busca de errores, y, zas!!!! Los encuentro, me froto las manos y disfruto del momento crítica destructiva como no lo haré nunca de otro modo, porque solo me satisface buscar errores para desmotivar. ¡ Esto si es disfrutar!.
Creo que voy a pedir a los reyes  magos un curso de escritura caro, así aprenderé técnicas que me permitan criticar como dios manda, sin contemplaciones.  
 Queridos reyes magos:
Este año me gustaría recibir un curso de escritura, pero que no sea gratuito como el del año pasado, que cada vez me cuesta más usar la taquigrafia para tomar apuntes. 

martes, 5 de noviembre de 2019

Durmiendo encima del armario.

 Durmiendo encima del armario.

No es cierto que tengan siete vidas, aunque juzgando su aspecto podríamos pensar que tienen ocho, incluso nueve.
Cayetana fue la primera en llegar a casa y conserva buena presencia porque dormía todo el año encima del armario.
 Marusa carece de ojos y abre y cierra su boca grotesca de labios rígidos y cuarteados.
 Maricris ríe insolente . Pepin no hace nada, pero su ropa hecha girones hace sospechar  que nunca estuvo encima del armario. Solo Cayetana sobrevivió a la crueldad de mis  hermanas pequeñas, pues mamá la sacaba solo para mí el día de Reyes Magos,  por la noche la devolvía al armario.

lunes, 14 de octubre de 2019

Un generoso legado.



Como buitres al olor del residuo de carne putrefacta, acudieron al entierro del tío Estanislao.
De luto riguroso, disimulando un dolor que no sentían y en un clima de júbilo que traicionada sus miradas,
cuando el sacerdote dijo podéis ir en paz, los sobrinos se frotaron las manos mientras el abogado  albacea amigo del difunto sonreía maliciosamente pensando en la sorpresa que les aguardaba al abrir el testamento:
"Lego mis vienes a la fundación  Ancianos en Soledad"
-Podeis respirar hondo antes de seguir- dijo el abogado.
" La casa del pueblo os la dejo para que paseis el verano  juntos, con una condición: que me visitéis a diario, no os preocupeis, he dejado una buena cantidad para una persona de confianza os acompañe y sea testigo.

-¡Eso no es sostenible, ni justo, ni legal¡ gritó el portavoz de la familia al abogado. ¡Impugnaremos el testamento, que se pronuncie la justicia!.


jueves, 15 de agosto de 2019

Los renglones torcidos.

 Si Dios escribe recto en renglones torcidos, Juanjo es uno  de esos renglones.
Tiene 50 años, ó 51, quizá 52.  Su cumpleaños es el jueves que viene, o a final de mes. Es guapo, sobre todo por las mañanas cuando se mira al espejo  recien afeitado, es igual que su ídolo  favorito del que conoce todas sus canciones.
Le gusta oler bien. Cuando dispone de colonia no sabe parar e igual le da ponerse medio frasco que el frasco entero.
Le gusta comer galletas y no soporta las peleas. Imparte paz en un submundo egoísta a veces y otras demente.  
Es cariñoso, da besos en la frente a las señoras y la mano a los hombres, sólo a los que se portan bien. Si le piden un favor lo hace con gusto.
Juanjo es simple, noble, bueno,  y guarda en su alma de niño eterno la inocencia que muchos no quisiéramos perder.
Juanjo es sindrome Down  y hurfano, vive rodeado de vejez e intransigencia, aún así parece feliz porque no conoce el rencor.


lunes, 12 de agosto de 2019

La maga de la tristeza.

Mi amiga Lola está triste. Ella es la maga de la tristeza.
No comprende qué le pasa. A su alrededor no hay grandes problemas, ni catástrofes que la hayan marcado y que le impidan alcanzar esa pequeña parcela de bienestar tan necesaria para que la vida no se convierta el algo baldío.
Lola juega a ser maga, o bruja, y ve los problemas antes que nadie, incluso los adivina de lejos, los predice y se los creé, los mira desde el peor de los ángulos y  a veces acierta, pero la mayoría no, y acaba padeciendo un extraño síndrome que hace que sufra antes del problema, durante y después. Si éste no llega a producirse, ella ya lo ha sufrido por adelantado.  

domingo, 28 de julio de 2019

De un plumazo.

He pasado media vida pensando cómo olvidar a esas personas que dejan de estar presentes en tu vida por diferentes motivos, sobre todo, a las que te defraudan, traicionan o engañan y aún así no puedes olvidar hasta que pasa el tiempo.
 Obsesionada con el dolor de su eteréa presencia, fui poco a poco perfeccionando una técnica  hasta conseguir eliminar de mis recuerdos toda huella de aquellos que dejaron de apreciarme. Al principio no fue fàcil, lo confieso, pero ahora es instantáneo, tanto, que mi cerebro borra de un plumazo todo recuerdo o vivencia con esas personas.
Si eres una de ellas, ya lo sabes: ni me acuerdo de ti. 

martes, 16 de julio de 2019

La tapia de las vanidades.

La tapia de las vanidades.

Lugar de paz y descanso, donde convergen eternamente gente de mil raleas.
Donde se igualan en una simbiosis perpecta los simples, los ricos,los poderosos, los pobres, los ambiciosos, los mentirosos, los buenos, los malvados, los creyentes, los ateos...
Algunos, en un lugar privilegiado de lujo  ruerdan el sitio ocupado en la escala social.  El  inquilino  del primero derecha, siempre estresado, acumuló  bienes que ahora ostenta.
El de la izquierda padecía  envidia perniciosa y derrochaba cada día de su vida en igualarse a su vecino.
Detrás de la tapia crecen serenos los cipreses, regalando suave aroma a quienes  entran y salen sin apenas percibir el circo de la vida que separa dos mundos en apenas unos segundos.




viernes, 21 de junio de 2019

Romance prohibido de una muerte anunciada

Romance prohibido de una muerte anunciada.

En otra época, cuando la prensa no llegaba al gran público, en la mayoría de casas no había ni radio y la televisión no se conocía, existian los romances.
A nuestro pueblo,Cazorla, llegaban desde Jaén personas dispuestas a "informar" por unas cuantas monedas.
En aquella ocasión el alcalde  prohibió que se aireara uno de los casos más truculentos de asesinato.  Como diríamos ahora, de violencia machista.
En un cortijo de Cazorla vivía un matrimonio con varios chiquillos. El hombre (omitiré nombres y detalles por razones obvias) sufría celos patológicos, incluso  acusaba a su mujer de "estar" con su hijo mayor, no permitiendo que se acercara a él ni para coserle un botón de la camisa. La mujer no podía ir sola a ningún sitio, ni mirar a nadie por miedo a que su marido la acusara. Ella decía a sus conocidos que algún día saldría en los romances. Y así fue:
La pareja, con el niño mayor,volvía del pueblo de "negociar" cuando él les dijo que echaba delante con alguna excusa.  Al rato, la pilló por sorpresa y tirandola al suelo le metió la rodilla en un pecho hasta hundirlo en su cuerpo, después le cortó el cuello en redondo y acto seguido volvió al pueblo y se entregó a la Guardia Civil  argumentando que la había matado por mala y puta.
Cumplió sólo cuatro años de cárcel.  
   

viernes, 29 de marzo de 2019

Todos los jueves de mi vida.

Todos los jueves de mi vida.

los  jueves eran días anodinos e insulsos donde nada nuevo ocurría. Sólo la rutina envolvente y aburrida, como el polvo acumulado en muebles inservibles.
Pasaban como el resto de la vida, sin emociones ni sobresaltos. Planos como el encefalograma de un difunto.
Hasta que se convirtieron en el día de visita a mamá en la residencia de ancianos donde vivía.  Entonces empezaron a tener sentido. Ella esperaba con impaciente mi visita, quizá  era el único vínculo con su otra vida, la de verdad. La de ahora era sólo una imitación barata plagada de subterfugios en nada parecida a  la de antes.
Desde las primeras horas de la mañana me esperaba con ilusión. Al llegar y abrazarla notaba como todos sus males desaparecían como fantasmas imaginarios, cómo su pequeño mundo de desarraigo giraba y se volvía amable y dichoso  por un día. Las palabras se atropellaban en su boca antes de salir, la necesidad de comunicación con alguien que la quisiera y la mimara  era acuciante.
Para merendar le llevaba sus dulces favoritos y ella los saboreaba como si fueran manjares de dioses. Se relamía como los niños pequeños y se concentraba como si estuviera resolviendo un problema de álgebra.
Después salíamos a pasear por las instalaciones e iba diciendo a las nuevas auxiliares que yo era su hija, como presumiendo de un trofeo ganado con mucho esfuerzo.
El tiempo pasaba rápido y al despedirla creía abandonarla a su suerte. Así en su silla de ruedas, indefensa e inocente, como una niña abandonada hasta el jueves siguiente, y así todos los jueves de mi vida.

jueves, 21 de marzo de 2019

El que ríe el último, ríe mejor?

¿El que ríe el último ríe mejor?

Imaginé una risa futura y perversa fruto de una venganza programada  o no, mientras derrotada y hundida solo podía llorar.
Había apostado todo por una persona mentirosa compulsiva y miserable, que cuanto más le daba menos apostaba por mi.
Al final me tiró al suelo y me aplastó como a una colilla. Fue el punto de inflexión que me hizo reaccionar y pasé del amor al desamor en pocos días.
Sin planearlo me senté a ver pasar el cadáver de mi enemigo por la puerta de mi casa. Así, sin apenas pensarlo llegó hasta él un murmullo lanzado sin malicia. Cuando creyó que estaba con otro los celos cegaron su orgullo de macho y  quiso recuperar lo que ya había perdido para siempre.
Quizá reir la última me confiera el derecho de reir mejor, pero no es esa la enseñanza, más bien ha sido aprender que no se puede apostar todo por alguien que no apuesta nada por ti.
Ahora rio de alivio por haber reaccionado bien, mientras él llora y suplica las cosas más disparatadas, que de haberlas dicho antes me hubieran hecho feliz.




martes, 12 de marzo de 2019

El cuento de nunca acabar.


El cuento de nunca acabar.

 Erase  una vez los macarras de la moral del sistema capitalista, que fabricaban parias al primer tropiezo.
Un día papá banca te presta un dinero para que compres una vivienda. Vas pagando religiosamente años y años. De repente un día te quedas sin trabajo y lógicamente papá banco quiere cobrar. El primer mes que no pagas papá te incrementa la deuda con un recargo,  y por cada mes impagado y al mes siguiente y al otro. Por fin consigues un trabajo y vuelves a pagar tu hipoteca, aunque no puedas ni comer. Pero no te creas que el banco va a cobrar tus últimos recibos ¡¡¡nooooo! Se va cobrando los anteriores, así sigues acumulando deuda e intereses de cada mes, es decir, entras en un bucle del que no sales en tu vida. O comes o pagas. Y así es como el sistema te deja fuera y te convierte en un paria,  aún trabajando serás pobre.

viernes, 1 de marzo de 2019

Héroes de pacotilla.

Los héroes de ahora no usan capa, ni blanden  espadas, ni salvan princesas, ni roban a los ricos para dárselo a los pobres.
Algunos nuevos héroes corren detrás de balones millonarios que defraudan al fisco aún sin saber casi escribir, pero son ovacionados por su publico.  Otros roban a los pobres y también a los ricos, y ofrecen mitines sólo para los que piensan como ellos. Los hay que, en vez de salvar princesas, las violan y son ellas las que tienen que demostrar a los  jueces que hubo abuso. Los héroes modernos tienen canal en joutube, dónde se hacen millonarios por influenciar en todo aquél que se deje.
Los nuevos héroes no son los que dedican su vida a investigar, ni a formarse, ni hacer el bien.
Los tiempos estan cambiando.  

sábado, 16 de febrero de 2019

Viejas historias de Cazorla.

Hace muchos años  hubo en Cazorla una familia formada por los padres y cuatro hijos varones.  El sustento de todos provenía de la huerta familiar.
El padre era un ser taciturno, obcecado, dominante y poco dado al diálogo. En su casa mandaba él y los demás obedecían. La mujer sólo podía  trabajar, obedecer y callar, como la cenicienta de un cuento malvado.
El hijo mayor conoció a una zagala muy guapa,  cuya sonrisa lo tenía encandilado. Cuando el chico le dijo a sus padres que quería casarse, el padre le dijo que hasta que se casara el último de sus hermanos no podía hacerlo él, puesto que lo necesitaba a su lado para contribuir a la economía de la familia. la madre callaba y lloraba y el padre daba su última palabra. Pasaron los años y la novia insistía: "o nos casamos o se rompe la relación".
El padre no dio su brazo a torcer, y el hijo, temeroso, aturdido, ofuscado y perdido amenazó con matarse. Un día, al salir la madre a la puerta de la casa de la huerta, encontró a su hijo colgando del àrbol  más alto.
La novía se casó años más tarde y la madre del chico dejó de vivir el mismo día que su hijo.

     

viernes, 7 de diciembre de 2018

Cuento de Navidad para incrédulos

Hace muchos años nacio un niño Tan pobre tan pobre que vino al mundo en un pesebre. Tanto, que sus padres no tenían ni ropa que ponerle, pero si mucho amor y bondad. El niño crecio predicando la pobreza y la bondad. Pasó su corta vida ayudando a todo aquel que se unía a él con la esperanza de construir un mundo mejor.
Muchos años después, los seguidores de aquel niño festejan su nacimiento comprando, comiendo, alumbrando las calles. Comprando, comprando, comprando, consumiendo no importa cuánto ni qué.
A estos seguidores se unieron otros que nada tenían que ver, pero si mucho que ganar,  y así fue como se convirtieron en seres consumistas, tan pobres, tan pobres que solo tenían dinero; convirtiendo así en único y verdadero dios al dinero que tanto sirve para comprar cosas que no necesitamos, en Navidades tristes que pocos desean. ¡o si!  quizá los niños, únicos seres inocentes en esta vorágine consumista que devora por momentos nuestros àvidos cerebros.
Y fueron felices unos pocos segundos, justo los empleados en adquirir un nuevo producto. 

miércoles, 28 de noviembre de 2018

Perversa por un día!

Tardé casi cincuenta años en comprender que hay personas malas, que su maldad es intrínseca e inversamente proporcional a la bondad del resto; que disfrutan haciendo el mal, que son conscientes  y hacen de ello una elección personal.
 Un día, sin planearlo, o si, decidí vengarme, probar  de ese veneno que tanto regocijo al parecer  proporcionaba a quien lo practicaba conmigo, sin compasión y sin razón.
¡Ser perversa por un día, que placer!
La primera vez, harta de tanto engaño e infidelidad me lancé, y me gustó, disfruté tanto que preparé inconscientemente la siguiente venganza, y después la siguiente. Se convirtio en una  progresión  perversa y maligna, como una droga de la que no podía prescindir.  Cuànto más sibilina era la acción más disfrutaba.
Al cabo de unos meses empecé a necesitar más, mi sed de venganza aumentaba a la vez que el regocijo se volvía dañino.
Hasta que comprendí que mi bienestar no podía depender de los demás, que debía defenderme de otro modo: sin dejar que otros traspasaran la barrera y aprovecharan mi bondad para ejercer su maldad.
Y así fue como levanté una barrera que me protegia de la maldad agena.




miércoles, 31 de octubre de 2018

La bola de cristal.

La portera de mi casa era una mujer simple, decía mamá. A mi me parecía una mujer misteriosa, de esas personas que no tienen edad, aunque las raíces de pelo fueran de varios colores, predominando el blanco. la sonrisa de sus labios y las palabras amables fluían  con naturalidad.
Al volver del colegio me dejaba pasar a su cuarto, tan intimo como misterioso. En su mesita de noche tenía una bola de cristal mágica, de esas que adivinan el futuro, a mi me gustaba contarle mis fracasos, me daba tanta confianza que estaba segura de su intervención mágica en mis problemas de niña. Cuando llegaba llorando sacaba la bola, decía unas palabras en clave y mis males desaparecían.
 Alguna vez me cosía el uniforme del colegio, maltrecho después de una pelea, o me dejaba lavar las rodillas embarradas de jugar con los chicos.
Me hubiera gustado tanto ser su hija, que alguna vez jugabamos a serlo. Hacíamos galletas de limón y contábamos canciones de su pueblo, mientras mi madre jugaba partidas de cartas con sus amigas o salía a hacer obras de caridad.
 Me hice mayor y las visitas a la portera fueron espaciàndose. Hasta que murio y alguien me hizo llegar su bola mágica, que no era otra que una de esas bolas de cristal de paisaje invernal que al agitarla  cae la nieve.

martes, 23 de octubre de 2018

Una herencia generosa.

Como un enjambre después de recibir la pedrada de un niño, como buitres al olor de la carne putrefacta, acudieron al entierro del tío Estanislao .
De luto riguroso, disimulando un dolor que no sentían y un jubilo que traicionada sus miradas,
cuando el sacerdote dijo podéis ir en paz, los sobrinos se frotaron las manos mientras el cura amigo del difunto sonreía maliciosamente pensando en la sorpresa que se iban a llevar cuando se abriera el testamento:
"Lego todos mis vienes a la fundación  ancianos en soledad."

jueves, 11 de octubre de 2018

El dinero y la parca

Mi amiga Lola es un poco bruta y muy sincera. No pone filtro a lo que piensa y lo suelta así, sin tamizar.
El otro día en una red social, se lanzó sin paracaídas a escribir sus pensamientos puros y duros:
"Que sepáis que el fin de todos nosotros es que un día vendrá la parca y nos arrastrará a la tumba.
Podeis ser pobres y honrados o ricos y sinvergüenzas, o viceversa. Podéis ser políticos y predicar con la mentira y el engaño, aprovechando el descuido para robar y llenar vuestras cuentas en Suiza de sucio dinero, tener diez casas y declarar una, o tener un pisito y comprar un casoplón mientras el pueblo malvive como puede.
Vuestros hijos iran a colegios elitistas y les curaràn sus enfermedades en hospitales privados, estudiarán inglés  y viajaran al fin del mundo, pero que sepais que se van a morir como el resto.
Es más, si algún día un juez despistado y honrado os pilla en una maraña, vais a ir a la trena y vais a perder años de vuestra preciosa vida entre cuatro paredes"
Podría seguir contando cómo mi amiga Lola afronta la vida y se desahoga, pero me quedo sin tiempo, otro día más.

Cada cual que cargue con su cruz.

Que dice mi amiga Lola que ha sido cumplir los 55 años y se está liberando de culpas. Ella, que ha pasado gran parte de su vida trabajando para sacar a su único hijo adelante, está indignada y cada día entiende menos el problema actual de los emigrantes, no de esos que vienen huyendo de la guerra, eso es un tema aparte. Lo que no entiende Lola es que gente por debajo de la pobreza traigan hijos al mundo sin control, sabiendo de antemano que no pueden ni alimentarlos y aún menos atenderlos. Hijos que mandan a Europa para que otros se hagan cargo de ellos.
¡joder! grita Lola, ella hubiera querido tener más hijos, pero como no podía mantenerlos se conformó con su Manuel y ahora tiene que ser solidaria con quien no tiene ni cabeza ni enmienda, como la jodienda, sencillamente no lo entiende. Es más, se atreve a proponer a las ONG que convenzan a esa gente de que no paran como conejos, que tanto hijo sin atender es una cadena de desgraciados que a su vez bien jóvenes engendran  más desgraciados y la rueda continua.
Lola ha dejado de sentirse culpable por esas cosas que pasan en el mundo.
Cada cual que cargue con su cruz, piensa Lola, aunque conociendola seguro que ya está dándole vueltas por aquello de que no soporta la injusticia.  

 

jueves, 4 de octubre de 2018

Jugando al escondite

Tenía mi familia materna un olivar por donde está ahora mercadona. Heredado del abuelo, en sus  tiempos fue muy valorado para la economia de supervivencia en  aquellos años difíciles.
El olivar daba aceite para casa y para vender, aceitunas de varias clases y de muy buena calidad,  y leña. Al menor contratiempo el abuelo amenazaba con venderlo, la abuela se negaba.
Los abuelos murieron y el olivar pasó a los hijos.
Mi madre y mi tía decidieron ir una tarde dando un paseo a ver el olivar, yo debía tener cuatro o cinco años y estaba encantada con ese paseo familiar. Llegamos al olivar y nos pusimos a merendar. Mientras los mayores conservaban yo desaparecí de pronto. El disgusto  fue tremendo y todos empezaron a buscarme. Mi tía estaba más angustiada que mi madre puesto que la idea del paseo había sido de ella y se sentía culpable.
Sólo les faltó buscar debajo de tierra.Me llamaban desesperadamente y ya sin esperanza de encontrarme, pensando hasta que alguien me había llevado. A punto de volver  al pueblo y pedir ayuda, la zagala, o sea yo, desde lo alto de una oliva y muerta de risa grité: " ¡titaaaaa! no llores más, que estoy aqui arriba". Mi tía juraba en arameo y repitía sin parar que me salvaba de un buen azote porque me había dado pena verla llorar y había decidido desvelar mi escondite.


  

La plaga

 Comienzan a acumularse en la superficie del planeta como una plaga maligna.  Disfrazados y travestidos de hombres inteligentes y  buenos que quieren organizar y dirigir nuestras vidas, arrastran a las masas embravecidas y adoctrinadas  pidiendo soma y justicia cuando solo ofrecen castillos de humo y arena.
Enfrentan al pueblo hasta extremo: o conmigo o contra mi.
Son  esos políticos  mediocres que lideran el mundo, que se enriquecen a consta del sufrimiento humano de las guerras y la pobreza, y después se van con su vida y la de su familia resuelta y una hipócrita sonrisa en los labios.
 Son impunes a la justicia e ignoran lo que significa la pala
bra honradez.
Se beben la vida a grandes sorbos no dejando para el resto ni las gotas que se derraman de los sorbos.
Son una verdadera plaga para la que no existe un veneno eficaz que la combata.

viernes, 20 de julio de 2018

Historias de la sierra de Cazorla.

Contaban los antiguos habitantes de los cortijos de la sierra de Cazorla, que su vida era muy dura, pues no tenían agua corriente ni, por supuesto, luz.
La supervivencia era complicada en aquellos inviernos que una nevada y su correspondiente helada podía dejarles aislados durante mucho tiempo.
Eran gente afable, pero dura, que sabía adaptarse a las inclemencias del tiempo y a las vicisitudes de la vida.
Durante uno de aquellos inviernos, en un cortijo solitario y aislado por una nevada se murio uno de los miembros de la familia. La única opción era enterrarlos en el pueblo más cercano, llevando al difunto en su ataúd a lomos de un mulo.
Ante la imposibilidad de darle sepultura la familia decidió   esperar el deshielo de la nieve, dejando al difunto en una habitación anexa. Era tanto el frío que el hombre medio se congeló y así la familia pudo proceder a su sepultura cuando el hielo empezó a fundirse.
Conozco esta historia desde siempre, no sé nombres, ni fechas ni lugares. No se si es verdad o leyenda, pero sabiendo la dureza de la vida en la sierra en otros tiempos me inclino a que sea cierta.

martes, 17 de julio de 2018

Cárcel de Picassent, Julio de 2.018

Cárcel de picassent, julio de 2.018.
Hace justo tres años que mi traumatólogo decidió operarme el hombro. Lo tenía claro, iba a acabar con mi hombro doloroso.
Desde las primeras sesiones de fisioterapia advertí que algo iba mal, él insistía en que era pronto y poco a poco iría mejorando.
No fue asi, cuando se hartó de mi me dio el alta y pasé de tener un hombro  doloroso a tenerlo inútil y con dolores horribles.
 Era mi hombro derecho y soy totalmente  diestra, así que empecé a conformarme y a realizar todas las tareas con el brazo izquierdo.
Acabé por interiorizarlo  y cuando  alguien me daba la mano avanzaba la izquierda, para escribir, para ducharme y para todas las tareas de la vida cotidiana.
Se debió revolucionar mi hemisferio contrario del cerebro  y comencé a notar sensaciones extrañas que también acabaron incorporadas a mi nuevo estado.
A veces mi brazo izquierdo parecia no obedecerme, como si hubiera cobrado vida propia. Me hubiera divertido a no ser  por las limitaciones y el dolor de mi otro brazo.
Pedí de nuevo cita y mi traumatólogo ni me miró durante la consulta.
Mi brazo izquierdo se lanzó contra él sin control hasta que lo arrinconó,   y rodeandole el cuello acabó apretando hasta que dejó de respirar. Juro que no era yo, cuando me miré al espejo  del baño vi a una mujer con los ojos inyectados en sangre y un brazo fuera de lo común.
la culpa fue toda de ese traumatólogo endiosado  que trataba a los pacientes como trofeos, sin pararse a reflexionar ni a escuchar.




jueves, 17 de mayo de 2018



La diosa Lustitia.

 -¿Qué quieres ser de mayor?- "abogada de lo imposible" contestaba su madre irreverente y capciosa, y ella la odiaba hasta el infinito,  igual que a su crema de calabaza.
Para su doce  cumpleaños le regalaron un cachorro de dalmata y ella era feliz, hasta que la empresa de su padre hizo renovación de plantilla con el consiguiente despido, entonces la madre se deshizo del animal y la niña le declaró la guerra:  ese día juró que se comería su asqurosa crema de calabaza y le haría creer que le gustaba, sólo para no darle el gusto de regañarle, también decidió  que sería abogada de casos imposibles.
El primer año  de universidad se le atragantó el derecho romano,  después descubrió en la bogacia  la pasión  de su vida, pero el escritor decidió cambiar el tema de su novela y con su pluma le dio un toque magico al personaje convirtiéndola  en  el simbolo de la diosa lustitia, como simbolo de la ilustración  de su novela.


miércoles, 18 de abril de 2018

Geriàtrico la flor del olvido.



La vida privada de Eladio y  el ejercicio de la abogacía  habían formado un todo indivisible, pero él no lo sabía.

 ayer,  Elegante como de costumbre: traje sastre, corbata  impecablemente anudada y  maletín de piel  salio  al pasillo, caminó unos pasos y entró en la sala donde  iba a celebrarse su último juicio, le habia prometido a su amigo Pascual  que le haría  una defensa impecable y gratuita.
 Un rato antes le pidio a la chica de la bata blanca  un poco de intimidad mientras releía el expediente y se concentraba en la estrategia a seguir en su alegato final, pero ella lo interrumpía cada rato.
Cerró el maletin y fue hasta la sala de plenos, al empujar la puerta  de entrada la alarma empezó a sonar y la chica de la bata blanca salio corriendo y gritando: " Eladio, pero dónde va usted con mi bolso?"Déjese de juicios!    
El anciano no comprendía, ahora su amigo pensaría que todo habia sido una traición.
 Dio media vuelta asido al  andador y pensó en pedirle disculpas a su amigo, pero a mitad de camino se le olvidó .
  

martes, 13 de marzo de 2018

El prestidigitador.

MARZO 2018


En el patio de la casa del vicario el columpio va y viene a ritmo de cantos  gregorianos, mi falda se levanta y vuela como una cometa de colores. Don Rufino se sienta enfrente y mueve las manos, después utiliza sus dotes de prestidigitador para hacer magia y me hace jurar por dios que no revelaré nuestro secreto
-Su  baremo  es particular- le dice el abogado a papá: uno para las cosas de dios y otro para las de la carne.
Estoy asustada, hablan de mi en susurros, no entiendo nada. El abogado le dice a papá que las pruebas son concluyentes, que responde de la custodia con su vida y que no va a parar hasta que ese depravado de con sus huesos en la cárcel, creo que hablan de don Rufino .


I

sábado, 25 de noviembre de 2017

la sonrisa inversa.



Mi amiga Amalia vivía con su abuela porque su madre no era como las demás. Era la mujer màs guapa que había conocido en mi corta vida. En el bloque, las vecinas decían con sorna que era artista,  y yo la imaginaba cantando y bailando, derrochando glamour y fumando cigarrillos mentolados; dejando a su paso un aroma inconfundible a menta y perfume.
Venía sólo tres veces al año, ella vivía en la capital, claro.
 Cuando volvíamos del colegio, yo siempre sabía que  había llegado por ese inconfundible olor que dejaba  impregnado  en el ascensor.
A Amalia le molestaba que fuese yo siempre la que supiera que su madre había vuelto, pero se le pasaba enseguida al ver la sonrisa con la que nos recibía. La sonrisa y un montón de juguetes,vestidos, cuadernos bonitos y lápices de colores que mi amiga compartía conmigo.
Nos acompañaba al colegio vestida de domingo, envuelta en su abrigo de pieles, con sus joyas más discretas sobre el cuello y adornando unas manos pequeñas de dedos largos y uñas lacadas en rojo. Se recogía el pelo rubio  en un moño bajo, discreto. Fumando, expelía el humo entre sus labios carnosos, perfectos, pintados de rojo.
todos la miraban y Amalia suspiraba llena de orgullo.
 las vecinas cuchicheaban a su paso. Mi amiga y yo pensábamos que tenían envidia.
El tiempo a su lado pasaba rápido, porque nos contaba bonitas  historias de princesas  que ella conocía y porque nos compraba golosinas y nos llevaba al cine en una época en la que casi nadie podía permitírselo.
Amalia y yo  quedábamos tristes cuando se marchaba y soñábamos con ser como ella de mayores.
Al acabar el colegio, Amalia empezó a trabajar,  yo seguí estudiando. Nuestras vidas se  fueron alejando poco a poco hasta que nuestra amistad se enfrió .
Años después, volví a ver a su madre, vestida sencilla, sin el menor glamour, sin joyas, con la mirada apagada. Ya no fumaba y sus labios dibujaban una sonrisa inversa.
Me dio tanta pena verla así que la abracé como cuando era niña, con entusiasmo; sólo por los momentos de felicidad que me había procurado en la infancia, merecía mi reconocimiento.   olía a limpio, a jabón de tocador, pero no a perfume, como antes.
Una vecina me contó que como ya era mayor nadie la quería como "artista" recalcó con malicia.
Empezó empeñándo las joyas menos valiosas en el Monte de Piedad, eso le permitió vivir una temporada; después fueron las pieles y finalmente las joyas de más valor, hasta quedar arruinada y volver al amparo de la casa familiar.
Hacía poco que yo había acabado mis estudios universitarios y mi sueldo no era muy boyante, pero pensé que esa mujer que tanta felicidad me había proporcionado en la infancia se merecía un gesto. Fui al Monte de Piedad, con mi amiga como complice, y rescaté su collar de perlas para regalárselo el día de su onomástica.
No se lo quitaba del cuello más que para ducharse, y aunque no recuperó la alegria, sí un poco de glamour.