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miércoles, 28 de noviembre de 2018

Perversa por un día!

Tardé casi cincuenta años en comprender que hay personas malas, que su maldad es intrínseca e inversamente proporcional a la bondad del resto; que disfrutan haciendo el mal, que son conscientes  y hacen de ello una elección personal.
 Un día, sin planearlo, o si, decidí vengarme, probar  de ese veneno que tanto regocijo al parecer  proporcionaba a quien lo practicaba conmigo, sin compasión y sin razón.
¡Ser perversa por un día, que placer!
La primera vez, harta de tanto engaño e infidelidad me lancé, y me gustó, disfruté tanto que preparé inconscientemente la siguiente venganza, y después la siguiente. Se convirtio en una  progresión  perversa y maligna, como una droga de la que no podía prescindir.  Cuànto más sibilina era la acción más disfrutaba.
Al cabo de unos meses empecé a necesitar más, mi sed de venganza aumentaba a la vez que el regocijo se volvía dañino.
Hasta que comprendí que mi bienestar no podía depender de los demás, que debía defenderme de otro modo: sin dejar que otros traspasaran la barrera y aprovecharan mi bondad para ejercer su maldad.
Y así fue como levanté una barrera que me protegia de la maldad agena.




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