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domingo, 2 de agosto de 2020

Lo peor de la vejez no es la muerte.

La puerta estaba abierta de par en par. Mamá miraba al vacio, sus grandes ojos color gris no habían perdido un ápice de belleza. Cogí sus manos entre las mias, estaban frias y laxas. Ella hizo un último esfuerzo y me las apretó, después dejó de respirar.
Llegué a tiempo de despedirla, aunque hacía años que ella deseaba morir, la pérdida me dejaba huérfana de igual manera. 
Lo peor de la vida no es la muerte inexorable, sino el sufrimiento, y ella de eso sabía mucho. Sufrimiento físico al principio y moral después, por el comportamiento de algunas personas de la residencia.
Su cuerpo la había fustigado desde joven, pero cuando su sistema motor la abandonó por completo era ya bastante mayor. Fue entonces cuando tomamos la decisión de llevarla a una residencia de ancianos. Pensamos en todas las posibilidades, pero para una persona obesa y sin mobilidad hay poco dónde escoger.
Elejimos la mejor de la zona, aún así yo sabía que iba a sufrir.
El recibimiento, la reunión con la directora y las instalaciones fueron inmejorables. 
Los primeros días no dijo nada, nos lo puso fácil. Nos enteramos más tarde de que pasaba las noches llorando, era como abandonar a su suerte a un niño pequeño y vulnerable el primer día de guarderia. 
Después de la primera y dura etapa de adaptación llegó la amistad. Hacía años que pasaba día trás día sola debido a su poca mobilidad. Su primera y única amiga en ese lugar de tristeza y muerte. 
Su nueva amiga se reía con ella y de ella, pero iban juntas con sus sillas de ruedas por toda la residencia, eso mitigó un poco la soledad. 
Después vinieron los inconvenientes, las negligencias, los abandonos, las malas praxis, el sufrimienro...la verdadera cara de la tesidencia.
Su amiga murio pronto y con ella toda esperanza de que su vida alli iba a ser agradable.
Cuando un anciano está cocnitivamente perfecto y fisicamente totalmente dependiente se podría afirmar que el sufrimiento se acrecenta aún más. Ser consciente de tanta negligencia, abandono y dejadez es peor que morir, como decía mamá.
Delgada por primera vez en su vida, parca en palabras , nariz afilada y pómulos salientes. A menudo decíamos que el día que mamá no hablara sería mal augurio, y así sucedio.
Le gustaba repetir cientos de historias de familias de su pueblo del que no olvidó ni una calle, ni una tienda...
Pero todas baradas en el tiempo. Recitaba de memoría nombres y acontecimientos de familias enteras. Poseía una memoria retrospectiva prodigiosa. Podía describir de memoria la casa donde había nacido 88 años atrás, 
En el pueblo permanecian sus raices hundidas en las tumbas de sus ancestros. Fuera de allí todo era obtuso y banal. Ni las costumbres ni la gente era buena y sana. A fuerza de macerarlo en el pensamiento acabó por creerlo como una verdad universal y única.

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