Cárcel de picassent, julio de 2.018.
Hace justo tres años que mi traumatólogo decidió operarme el hombro. Lo tenía claro, iba a acabar con mi hombro doloroso.
Desde las primeras sesiones de fisioterapia advertí que algo iba mal, él insistía en que era pronto y poco a poco iría mejorando.
No fue asi, cuando se hartó de mi me dio el alta y pasé de tener un hombro doloroso a tenerlo inútil y con dolores horribles.
Era mi hombro derecho y soy totalmente diestra, así que empecé a conformarme y a realizar todas las tareas con el brazo izquierdo.
Acabé por interiorizarlo y cuando alguien me daba la mano avanzaba la izquierda, para escribir, para ducharme y para todas las tareas de la vida cotidiana.
Se debió revolucionar mi hemisferio contrario del cerebro y comencé a notar sensaciones extrañas que también acabaron incorporadas a mi nuevo estado.
A veces mi brazo izquierdo parecia no obedecerme, como si hubiera cobrado vida propia. Me hubiera divertido a no ser por las limitaciones y el dolor de mi otro brazo.
Pedí de nuevo cita y mi traumatólogo ni me miró durante la consulta.
Mi brazo izquierdo se lanzó contra él sin control hasta que lo arrinconó, y rodeandole el cuello acabó apretando hasta que dejó de respirar. Juro que no era yo, cuando me miré al espejo del baño vi a una mujer con los ojos inyectados en sangre y un brazo fuera de lo común.
la culpa fue toda de ese traumatólogo endiosado que trataba a los pacientes como trofeos, sin pararse a reflexionar ni a escuchar.
Hace justo tres años que mi traumatólogo decidió operarme el hombro. Lo tenía claro, iba a acabar con mi hombro doloroso.
Desde las primeras sesiones de fisioterapia advertí que algo iba mal, él insistía en que era pronto y poco a poco iría mejorando.
No fue asi, cuando se hartó de mi me dio el alta y pasé de tener un hombro doloroso a tenerlo inútil y con dolores horribles.
Era mi hombro derecho y soy totalmente diestra, así que empecé a conformarme y a realizar todas las tareas con el brazo izquierdo.
Acabé por interiorizarlo y cuando alguien me daba la mano avanzaba la izquierda, para escribir, para ducharme y para todas las tareas de la vida cotidiana.
Se debió revolucionar mi hemisferio contrario del cerebro y comencé a notar sensaciones extrañas que también acabaron incorporadas a mi nuevo estado.
A veces mi brazo izquierdo parecia no obedecerme, como si hubiera cobrado vida propia. Me hubiera divertido a no ser por las limitaciones y el dolor de mi otro brazo.
Pedí de nuevo cita y mi traumatólogo ni me miró durante la consulta.
Mi brazo izquierdo se lanzó contra él sin control hasta que lo arrinconó, y rodeandole el cuello acabó apretando hasta que dejó de respirar. Juro que no era yo, cuando me miré al espejo del baño vi a una mujer con los ojos inyectados en sangre y un brazo fuera de lo común.
la culpa fue toda de ese traumatólogo endiosado que trataba a los pacientes como trofeos, sin pararse a reflexionar ni a escuchar.
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