
La brisa fresca
del final de verano traía con ella la feria y el comienzo de un nuevo curso.
Los escaparates
de las tiendas se llenaban de color con vestidos de” gitana”.
Hubiera dado
cualquier cosa por tener uno o por simplemente ponerme uno un día y salir a la feria vestida con el.
Ese año pusieron
un vestido de” gitana” en un escaparate que era la cosa mas bonita que yo había
visto en mi vida. Era rosa chicle con lunares negros. El cuerpo entallado y de
la cintura salían tres generosos volantes con sus flecos negros.
Lo vi un domingo
cuando iba paseando con mis amigas y me quedé ensimismada delante del
escaparate. Mis amigas tuvieron que llamarme la atención porque me quedaba
atrás.
Entonces solo
íbamos al centro del pueblo los sábados o los domingos, pero yo quería ver el
vestido y cada día, al salir del colegio, salía corriendo para ver el vestido y
después no llegar tarde a casa para que mi madre no supiera que me había
desviado de mi camino.
Llegaba a la
tienda y pegaba la cara al escaparate, como si por estar mas cerca fuera a
conseguirlo, me pasaba un buen rato observando y empapándome bien de sus formas
y su color. Su hubiera sido un poco mas mayor y hubiera conocido el amor podría
haber comparado el sentimiento porque literalmente me enamoré del vestido.
Nunca se me hubiera
ocurrido decirle a mi madre que lo deseaba como nada en el mundo, porque no
hubiera obtenido respuesta o la respuesta hubiera sido no, rotundamente no,
porque solo teníamos dinero para lo imprescindible y a veces ni para eso. Aquel
vestido era para mi imprescindible y hubiera podido dejar de comer un tiempo
para conseguirlo o simplemente para verlo puesto sobre mi cuerpo, pero eran
cosas que formaban solo parte del deseo y de los sueños infantiles.
Eso si, era
costumbre estrenar un vestido para la feria y mi madre me llevaba a la
tienda para probarme, era un momento
fantástico para mí, pero no para ella porque al probarnos los zapatos que
después servirían para la escuela siempre descubría que se habían quedado
pequeños y era un gasto más. Entonces íbamos a la zapatería y nos probábamos
los zapatos del gorila que mas que bonitos eran fuertes y duraban todo el año,
incluso y con suerte, se quedaban para el hermano mas pequeño, lo que nunca se
quedaba era la pelota verde que nos daban con los zapatos, esa la rompía el que
los estrenaba.
Después de las
compras venia un señor a mi casa todos
los días o día sí día no. Dependía de cómo lo habían acordado. Mi madre le daba
un duro o diez reales, aquella moneda con un agujero en el centro.
Las vecinas
veían venir al hombre del tarjetón y entraban a sus casas a por el monedero a
ver si llegaba para pagar algo de lo que se debía en la tienda. Era una manera
muy curiosa de pagar a plazos las
compras que no se podían pagar en el momento. Casi todos los vecinos estaban en
la lista de Tallante, él anotaba lo que cada vecina le iba pagando.
Mi madre, como
éramos cuatro hermanos, siempre debía en la tienda, por eso el hombre del
tarjetón venia a menudo a mi casa.
También los
babis blancos que usaba para la escuela parecían encoger cada año por eso mi
madre tenía que comprar tela blanca e ir
a la modista, pero eso no era divertido para mi, al fin y al cabo era solo un”
babi” para el colegio.
El tiempo pasaba
lento después de comprarme el vestido nuevo para la feria. Yo estaba loca por estrenarlo.
Ese año me
compraron un vestido amarillo con unos adornos de encaje blanco en la delantera
y dos rosas en forma de capullo de la misma
tela a cada lado de la cintura y un lazo en la parte de atrás. Era el
vestido más bonito que había tenido nunca, además me lo compraron a mi gusto,
cosa rara, porque siempre me compraba el que a mi madre le gustaba.
Cualquier excusa
era buena para probármelo o enseñárselo a alguna de mis tías, a una vecina, a
mis amigas, pero a éstas en secreto porque mi madre no me dejaba que ellas
subieran a mi habitación. Yo era feliz sólo por ponerme aquel vestido tan
bonito.
Por fin un día
veíamos llegar a lo lejos, por la
carretera, los camiones de la feria. Desde
mi calle se veía un tramo bastante grande de la carretera que llegaba al pueblo.
Los camiones cargados
con los “cacharricos de la fería” venían casi todos a la vez. Era un espectáculo
fantástico verlos remolcar aquellos aparatos de colores.
Los niños
disfrutábamos solo de pensar lo bien que
nos lo íbamos a pasar.
Ahora solo
faltaba que los montaran y romper la hucha del cerdo que durante todo un año
aguardaba ese momento, y recaudar dinero de padres y tíos que siempre era más
bien poco.
¡Qué bonito! Me encanta ver como tienes ciertas cosas intactas en tu memoria. Todavía estás a tiempo de ponerte el vestido de gitana y quitarte la espinita. Cómo deseábamos que llegara la feria con sus cacharricos, ahora ya no la ponen en la Tejera ,la han pasado al lado del instituto. Ahora por arriba parece que no hay nada, está triste... lo único que ahora me gusta es la procesión del Señor del Consuelo, la entrada del trigo y los fuegos.
ResponderEliminarTodo cambia. Quizá a los que vivimos fuera tantos años no nos gusten los cambios, pero seguro que a los que siguen allí no les parece mal.
EliminarTengo todo en mi memoria como si hubiera sido ayer.
El tiempo se paró aquel 22 de junio. Después nada volvio a ser igual. Es la vida que pasa y nos trasforma,pero los recuerdos siguen anclados en aquel presente.
Margarita hay una frase que no la entiendo muy bien y no sé si se puede leer entre líneas: "Si hubiera sido más mayor..."
ResponderEliminarHablo del vestido de gitana y digo que "si hubiera sido más mayor" hubiera comprendido el sentimiento de amor, porque estaba enamorada del vestido, pero era demasiado pequeña para conocer ese sentimiento de amor por un chico.
ResponderEliminarEs una comparación entre el amor por el vestido y el que se siente cuando alguien se enamora. He querido darle fuerza a aquel sentimiento, igual no lo he conseguido o no se entiende.
Otra historia muy interesante y bellamente ilustrada. Me gustó mucho.
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