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miércoles, 31 de octubre de 2018

La bola de cristal.

La portera de mi casa era una mujer simple, decía mamá. A mi me parecía una mujer misteriosa, de esas personas que no tienen edad, aunque las raíces de pelo fueran de varios colores, predominando el blanco. la sonrisa de sus labios y las palabras amables fluían  con naturalidad.
Al volver del colegio me dejaba pasar a su cuarto, tan intimo como misterioso. En su mesita de noche tenía una bola de cristal mágica, de esas que adivinan el futuro, a mi me gustaba contarle mis fracasos, me daba tanta confianza que estaba segura de su intervención mágica en mis problemas de niña. Cuando llegaba llorando sacaba la bola, decía unas palabras en clave y mis males desaparecían.
 Alguna vez me cosía el uniforme del colegio, maltrecho después de una pelea, o me dejaba lavar las rodillas embarradas de jugar con los chicos.
Me hubiera gustado tanto ser su hija, que alguna vez jugabamos a serlo. Hacíamos galletas de limón y contábamos canciones de su pueblo, mientras mi madre jugaba partidas de cartas con sus amigas o salía a hacer obras de caridad.
 Me hice mayor y las visitas a la portera fueron espaciàndose. Hasta que murio y alguien me hizo llegar su bola mágica, que no era otra que una de esas bolas de cristal de paisaje invernal que al agitarla  cae la nieve.

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