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martes, 3 de septiembre de 2013

NAVIDAD EN LAS CASAS NUEVAS


 

Navidad       

Las primeras nevadas del otoño anuncian  la proximidad de la navidad.

Un día venia mi padre con un gran pino que colocábamos en un rincón del comedor.

Mi madre sacaba la caja donde guardábamos los adornos. Había estado todo un año en el fondo del baúl.

Mi hermano y yo  redecorábamos los adornos cada año. Comprábamos papel brillante de colores y cortábamos  tiras que pegábamos a las campanillas, las bolas.

Un año hicimos unas cadenas con papel de charol y las colgamos desde la lámpara hasta los cuatro rincones del comedor, más que navidad parecía que celebrábamos una Verbera. Mi madre no decía nada y nos dejaba disfrazar el comedor a nuestro gusto.

Los sábados mi madre iba al mercado para hacer la compra de toda la semana. Los sábados de diciembre eran especiales porque además de la compra, traía algún adorno nuevo para el árbol. Nos gustaba que estuviera repleto de adornos.

Cuando veíamos asomar a mi madre y el carro de la compra por el transformador que estaba al principio de la calle, salíamos corriendo para ayudarla con la compra, también para que llegase pronto a casa y así poder ver la sorpresa  que nos  traía e inmediatamente  colgarlo en nuestro árbol.

Desde el primer domingo de diciembre hasta el día antes de Navidad, todo el dinero que nos daban, lo guardábamos para comprar espumillón o algún nuevo adornos. Llegamos a tener una buena cantidad de ellos.

A mí me gustaba mucho, sobre todo por el brillo que tenía nuestro comedor.

Un sábado nos trajo un sol muy bonito. Era blanco con rayos dorados, estaba personificado porque tenía ojos y boca, era la figurilla más bonita que habíamos tenido hasta el momento. El sábado siguiente mi madre volvió a sorprendernos con una pequeña jaula dorada y una especie de canario dentro, era realmente preciosa y el pájaro tenía pequeñas plumas que parecían de verdad.

Nuestro árbol estaba ya completo, no parecía faltarle nada, pero cada año íbamos añadiéndole nuevos adornos.

El olor característico que anunciaba la navidad era el olor a mantecados y empanadillas de cabello que invadía las calles donde había horno.

Se juntaban las mujeres en una casa y pasaban toda la noche haciendo dulces de navidad con la manteca de la matanza  del cerdo que se guardaba a propósito para este menester.

Cuando llegábamos los chiquillos de la escuela, nos esperaba nuestra madre con unas enormes latas para llevarlas al horno a cocer. Para distinguir unas de otras, las mujeres le ponían una señal, a unas un garbanzo, a otras dos, a otras una bellota o una castaña, así no se confundían y cada vecina estaba segura de recoger sus dulces.

Para los chiquillos todo lo que no era cotidiano, significaba una fiesta y la bajada de los dulces al horno la convertíamos en diversión..

El único problema era que íbamos jugando a ver quién bajaba el terraplén sin que se le cayese las lata de los mantecados. Algunas llegaban al horno en buen estado, otras no tanto.

 En alguna ocasión la lata salía volando y milagrosamente apeas caía algún manteado al suelo. Permanecían pegados al fondo como si tuvieran pegamento. Lo peor eran las marcas que como iban sueltas se caían y las devolvíamos a las latas según cayesen. En más de una ocasión no acertábamos y poníamos la castaña donde debía ir un garbanzo o el garbanzo donde había ido una bellota. Hacíamos pacto de silencio y a nadie se le ocurría chivarse sobre el incidente.

A todo le encontrábamos la parte lúdica y en esta ocasión era divertido ver como las madres le regañaban al panadero porque había cambiado las marcas de sus mantecados. Nosotros no dábamos crédito a lo que oíamos y el panadero, inocente, tampoco.

No alcanzábamos a saber por qué nuestras madres sabían cuáles eran sus mantecados porque eran todo igual. Ellas debían ponerle su punto personal porque los reconocían a pesar de nuestras fechorías.

Lo que si era inconfundible era el olor que se metía en la nariz y llegaba hasta la garganta, haciendo que la boca empezara a salivar. Daban ganas de comérselos todos de una vez, pero permanecían en la cesta de mimbre hasta el día de nochebuena.

REYES AMGOS.

Los Escaparates de las tiendas se llenaban de juguetes y a mí me gustaba ir a verlos. Pegaba la cara al cristal y pasaba largos ratos soñando con muñecas que nunca tendría, con cocinitas para niñas y con carritos para las muñecas que tampoco osaba pedir a los reyes magos, sabía con seguridad que no me lo traerían.

Después de una noche de nervios, amanecía por fin y mi hermano bajaba corriendo al comedor delante de mí. En la mesa  encontrábamos siempre lo que a los reyes les había dado la gana traernos: unos leotardos azules, unos guantes, una caja de lapiceros de colores para el colegio, una muñeca de las que no tenían pelo ni vestido y alguna golosina. Una y otra vez los reyes me traían los regalos a su antojo, tampoco yo esperaba nada más porque estaba segura de no merecerlo. Me portaba mal y era el motivo de no recibir cosas bonitas.

A primera hora de la mañana mi hermano salía corriendo a buscar los regalos que los reyes nos dejaban en casa de mi tío materno, esos si eran regalos de reyes magos. Siempre había u
 

Después de mucho esfuerzo, el gusano asomó la cabeza por el pequeño agujero de la manzana. ¡Deseaba tanto salir de ese trozo podrido y maloliente donde vivía!

Poco a poco y con mucho esfuerzo se arrastró hasta el salón de la casa, se acomodó en una esquina debajo de la mesa y se puso delante de la televisión.

Vio una película y le gustó, después un documental sobre animales salvajes y le entusiasmó, la vida, los colores, las flores, la naturaleza..... Todo era maravilloso, después escuchó música y le pareció la cosa más bonita de todas. “Y los hombres ¿Cómo serían los hombres?” se preguntaba el gusano intrigado.

A la hora de las noticias se le abrió la boca hasta desencajársele y  Corrió todo lo que pudo para meterse de nuevo en la manzana.

 

 
na nueva sorpresa a cual más agradable. Yo estaba segura de que mi tío les decía a sus majestades que yo me portaba bien y por eso me traían esos regalos. Mi hermano nunca me dejaba ir con él, yo lo esperaba impaciente en la puerta de casa , a veces tardaba mucho porque desayunaba con mis primos un chocolate con tortas de manteca que hacía mi tía.

Por fin, después de una eternidad lo veía aparecer por el transformador. Salía corriendo y le quitaba de las manos mi regalo, nunca me defraudaba.

Con el paso de los años y la venida de otros hermanos, los regalos del tío fueron desapareciendo y nuevamente nos conformábamos con lo poco que sus majestades se dignaban traer a casa de niños malos como nosotros.

 

2 comentarios:

  1. Anónimo3/9/13 22:45

    yo tambien he vivido unas navidades parecidas eso si los reyes magos se saltavan mi casa,sera porque siempre teniamos la ventana cerrada y nunca le dejamos nada de comer,quizas porque tambien eramos niños malos.pero si he sido de los que iban al horno a ayudar a nuestra madre con los dulces navideños,y de los que no podian tocarlos hasta no llegaran las fechas,hoy en dia añoro eso,junto a muchas cosas mas que se quedaron perdidas en el tiempo,el recuerdo de una niñez.

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    1. Gracias por el comentario.
      Dicen que la infancia es el lugar que se habita el resto de la vida. yo no sé si es cierto, pero si sé que marca y que forma parte del adulto que somos ahora. saludos.

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