
Navidad
Las primeras nevadas del otoño anuncian la proximidad de la navidad.
Un día venia mi padre con un gran pino que colocábamos en un
rincón del comedor.
Mi madre sacaba la caja donde guardábamos los adornos. Había
estado todo un año en el fondo del baúl.
Mi hermano y yo redecorábamos
los adornos cada año. Comprábamos papel brillante de colores y cortábamos tiras que pegábamos a las campanillas, las
bolas.
Un año hicimos unas cadenas con papel de charol y las
colgamos desde la lámpara hasta los cuatro rincones del comedor, más que
navidad parecía que celebrábamos una Verbera. Mi madre no decía nada y nos
dejaba disfrazar el comedor a nuestro gusto.
Los sábados mi madre iba al mercado para hacer la compra de
toda la semana. Los sábados de diciembre eran especiales porque además de la
compra, traía algún adorno nuevo para el árbol. Nos gustaba que estuviera
repleto de adornos.
Cuando veíamos asomar a mi madre y el carro de la compra por
el transformador que estaba al principio de la calle, salíamos corriendo para
ayudarla con la compra, también para que llegase pronto a casa y así poder ver la
sorpresa que nos traía e inmediatamente colgarlo en nuestro árbol.
Desde el primer domingo de diciembre hasta el día antes de
Navidad, todo el dinero que nos daban, lo guardábamos para comprar espumillón o
algún nuevo adornos. Llegamos a tener una buena cantidad de ellos.
A mí me gustaba mucho, sobre todo por el brillo que tenía
nuestro comedor.
Un sábado nos trajo un sol muy bonito. Era blanco con rayos
dorados, estaba personificado porque tenía ojos y boca, era la figurilla más
bonita que habíamos tenido hasta el momento. El sábado siguiente mi madre
volvió a sorprendernos con una pequeña jaula dorada y una especie de canario
dentro, era realmente preciosa y el pájaro tenía pequeñas plumas que parecían
de verdad.
Nuestro árbol estaba ya completo, no parecía faltarle nada,
pero cada año íbamos añadiéndole nuevos adornos.
El olor característico que anunciaba la navidad era el olor
a mantecados y empanadillas de cabello que invadía las calles donde había horno.
Se juntaban las mujeres en una casa y pasaban toda la noche
haciendo dulces de navidad con la manteca de la matanza del cerdo que se guardaba a propósito para
este menester.
Cuando llegábamos los chiquillos de la escuela, nos esperaba
nuestra madre con unas enormes latas para llevarlas al horno a cocer. Para
distinguir unas de otras, las mujeres le ponían una señal, a unas un garbanzo,
a otras dos, a otras una bellota o una castaña, así no se confundían y cada
vecina estaba segura de recoger sus dulces.
Para los chiquillos todo lo que no era cotidiano,
significaba una fiesta y la bajada de los dulces al horno la convertíamos en
diversión..
El único problema era que íbamos jugando a ver quién bajaba
el terraplén sin que se le cayese las lata de los mantecados. Algunas llegaban
al horno en buen estado, otras no tanto.
En alguna ocasión la
lata salía volando y milagrosamente apeas caía algún manteado al suelo. Permanecían
pegados al fondo como si tuvieran pegamento. Lo peor eran las marcas que como
iban sueltas se caían y las devolvíamos a las latas según cayesen. En más de
una ocasión no acertábamos y poníamos la castaña donde debía ir un garbanzo o
el garbanzo donde había ido una bellota. Hacíamos pacto de silencio y a nadie
se le ocurría chivarse sobre el incidente.
A todo le encontrábamos la parte lúdica y en esta ocasión
era divertido ver como las madres le regañaban al panadero porque había
cambiado las marcas de sus mantecados. Nosotros no dábamos crédito a lo que
oíamos y el panadero, inocente, tampoco.
No alcanzábamos a saber por qué nuestras madres sabían cuáles
eran sus mantecados porque eran todo igual. Ellas debían ponerle su punto
personal porque los reconocían a pesar de nuestras fechorías.
Lo que si era inconfundible era el olor que se metía en la
nariz y llegaba hasta la garganta, haciendo que la boca empezara a salivar.
Daban ganas de comérselos todos de una vez, pero permanecían en la cesta de
mimbre hasta el día de nochebuena.
REYES AMGOS.
Los Escaparates de las tiendas se llenaban de juguetes y a mí
me gustaba ir a verlos. Pegaba la cara al cristal y pasaba largos ratos soñando
con muñecas que nunca tendría, con cocinitas para niñas y con carritos para las
muñecas que tampoco osaba pedir a los reyes magos, sabía con seguridad que no
me lo traerían.
Después de una noche de nervios, amanecía por fin y mi
hermano bajaba corriendo al comedor delante de mí. En la mesa encontrábamos siempre lo que a los reyes les había
dado la gana traernos: unos leotardos azules, unos guantes, una caja de
lapiceros de colores para el colegio, una muñeca de las que no tenían pelo ni
vestido y alguna golosina. Una y otra vez los reyes me traían los regalos a su
antojo, tampoco yo esperaba nada más porque estaba segura de no merecerlo. Me
portaba mal y era el motivo de no recibir cosas bonitas.
A primera hora de la mañana mi hermano salía corriendo a buscar
los regalos que los reyes nos dejaban en casa de mi tío materno, esos si eran
regalos de reyes magos. Siempre había u
na nueva sorpresa a cual más agradable.
Yo estaba segura de que mi tío les decía a sus majestades que yo me portaba
bien y por eso me traían esos regalos. Mi hermano nunca me dejaba ir con él, yo
lo esperaba impaciente en la puerta de casa , a veces tardaba mucho porque
desayunaba con mis primos un chocolate con tortas de manteca que hacía mi tía.
Después de mucho
esfuerzo, el gusano asomó la cabeza por el pequeño agujero de la manzana. ¡Deseaba
tanto salir de ese trozo podrido y maloliente donde vivía!
Poco a poco y con mucho
esfuerzo se arrastró hasta el salón de la casa, se acomodó en una esquina debajo
de la mesa y se puso delante de la televisión.
Vio una película y le
gustó, después un documental sobre animales salvajes y le entusiasmó, la vida,
los colores, las flores, la naturaleza..... Todo era maravilloso, después
escuchó música y le pareció la cosa más bonita de todas. “Y los hombres ¿Cómo serían
los hombres?” se preguntaba el gusano intrigado.
A la hora de las noticias
se le abrió la boca hasta desencajársele y Corrió todo lo que pudo para meterse de nuevo
en la manzana.
Por fin, después de una eternidad lo veía aparecer por el
transformador. Salía corriendo y le quitaba de las manos mi regalo, nunca me
defraudaba.
Con el paso de los años y la venida de otros hermanos, los
regalos del tío fueron desapareciendo y nuevamente nos conformábamos con lo
poco que sus majestades se dignaban traer a casa de niños malos como nosotros.
yo tambien he vivido unas navidades parecidas eso si los reyes magos se saltavan mi casa,sera porque siempre teniamos la ventana cerrada y nunca le dejamos nada de comer,quizas porque tambien eramos niños malos.pero si he sido de los que iban al horno a ayudar a nuestra madre con los dulces navideños,y de los que no podian tocarlos hasta no llegaran las fechas,hoy en dia añoro eso,junto a muchas cosas mas que se quedaron perdidas en el tiempo,el recuerdo de una niñez.
ResponderEliminarGracias por el comentario.
EliminarDicen que la infancia es el lugar que se habita el resto de la vida. yo no sé si es cierto, pero si sé que marca y que forma parte del adulto que somos ahora. saludos.