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viernes, 29 de marzo de 2019

Todos los jueves de mi vida.

Todos los jueves de mi vida.

los  jueves eran días anodinos e insulsos donde nada nuevo ocurría. Sólo la rutina envolvente y aburrida, como el polvo acumulado en muebles inservibles.
Pasaban como el resto de la vida, sin emociones ni sobresaltos. Planos como el encefalograma de un difunto.
Hasta que se convirtieron en el día de visita a mamá en la residencia de ancianos donde vivía.  Entonces empezaron a tener sentido. Ella esperaba con impaciente mi visita, quizá  era el único vínculo con su otra vida, la de verdad. La de ahora era sólo una imitación barata plagada de subterfugios en nada parecida a  la de antes.
Desde las primeras horas de la mañana me esperaba con ilusión. Al llegar y abrazarla notaba como todos sus males desaparecían como fantasmas imaginarios, cómo su pequeño mundo de desarraigo giraba y se volvía amable y dichoso  por un día. Las palabras se atropellaban en su boca antes de salir, la necesidad de comunicación con alguien que la quisiera y la mimara  era acuciante.
Para merendar le llevaba sus dulces favoritos y ella los saboreaba como si fueran manjares de dioses. Se relamía como los niños pequeños y se concentraba como si estuviera resolviendo un problema de álgebra.
Después salíamos a pasear por las instalaciones e iba diciendo a las nuevas auxiliares que yo era su hija, como presumiendo de un trofeo ganado con mucho esfuerzo.
El tiempo pasaba rápido y al despedirla creía abandonarla a su suerte. Así en su silla de ruedas, indefensa e inocente, como una niña abandonada hasta el jueves siguiente, y así todos los jueves de mi vida.

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