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lunes, 4 de septiembre de 2017



Acosador arrepentido.
Mi amiga y yo salíamos del colegio ( Virgen de la Cabeza) en las protegidas y seguíamos varios itinerarios para volver a casa, en las casas nuevas.
Salíamos en dirección al Cristo, subíamos las escaleras junto a la fuente de la flecha, girábamos a la derecha, pasábamos por la fuente de la Toba, jugábamos un rato, acabábamos siempre mojadas, y seguíamos por el Cristo hasta llegar a la calle Cantarranas.  
Mi amiga arrastraba tras ella a tres hermanos pequeños que, por descontado,  obedecían a todo lo que ella mandaba, porque mandaba más que una madre de la época.
El camino a la escuela era divertido, siempre teníamos alguna anécdota que contarnos o algún reto, como subirse a un árbol o cortar alguna flor del jardin sin que el jardinero nos pillara, colarnos en una casa en ruinas....
Nuestros juegos y aventuras eran  entre nosotras, nunca nos metíamos con nadie, no necesitábamos la complicidad de otros niños. Los hermanos de mi amiga, ella y yo, formábamos una pandilla inseparable.
Durante aquel curso murio nuestro maestro de francés, motivo por el que nos juntaron en una clase a niños y niñas en un aula doble separada por un paraban.  Nosotras delante y ellos detrás.
Maldito curso! no por los niños, si por uno  en particular que se pasaba el tiempo acosándonos, insultàndonos y cantándonos la canción: " la gorda  de la pandilla ha roto una bombilla y su madre le ha pegado con la punta de la zapatilla". Así cada día de aquel curso. Mi amiga y yo estábamos regorditas, pero entonces no le dábamos importancia, hasta que el acoso fue continuo.
Un día, no pudimos más y lo esperamos a la salida de la escuela, lo seguimos,  y al llegar a
 La calle Cantarranas lo acorralamos. Mi amiga le soltó una buena colleja, después yo, a continuación ella y así hasta que nos juró que no volvería a burlarse de nosotras. Y así fue, nunca más se acercó a molestarnos.
Los niños de antes teníamos recursos para defendernos del acoso, aunque tengo que confesar que sola no me hubiera atrevido a enfrentarme al " cara de berengena" como le llamamos a partir de aquel día, el motivo.... fácil, se le quedó morada de nuestras caricias.     

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