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sábado, 9 de abril de 2016

volver.

Dice el viejo tango de Gardel: " sentir que es un soplo la vida, que veinte años no es nada....." Pero veinte años es suficiente para cambiar una vida y todo un mundo.
paseando por una ciudad de provincias en la que viví mi juventud, pude observar que seguían en su sitio los viejos edificios. El de correos, el casino, el quiosco de la plaza, el teatro.. era gratificante recordar historias de juventud. Los olores, los sabores, incluso los ruidos me transportaban al pasado. Lo que no esperaba era ver los antiguos locales de ocio convertidos  en inmobiliarias, en cafeterías modernas  e impersonales, incluso en tiendas de telefonía. Que horror!!  La nostalgia se convertio en pena y la pena en decepción.
Seguí paseando, intentando perseguir la huella de la nostalgia, pero aún fue peor porque los cines estaban en el mismo lugar, solo que ahora convertidos en ruinas, parecía que la música de las viejas peliculas  sonara entre las paredes mohosas   y medio destruidas. La taquila de uno de ellos seguía en pie y me pareció ver a la vendedora de entradas, con su pelo cardado y los labios rojo carmin,  como salida de una pelicula antigua, con su voz gritona y su paciencia infinita con los adolescentes que pretendíamos ver una pelicula no autorizada. Giré la cabeza y alli estaba ella omnipresente, con el mismo aspecto, solo que ahora no vendía entradas, pedía monedas a los transeúntes.  Que mal le debía haber tratado la vida! pensé. Saqué veinte euros de mi cartera y se los dí, ella me miró con cara de agradecimiento y me dio las gracias pronunciando mi nombre. No podía creerlo, pero se acordaba de mi solo porque fui clienta fija durante muchos años dos veces por semana.
Seguí caminando con tristeza y al llegar a al café musical , donde había pasado las mejores veladas de mi vida, no había rastro de el. Un músico callejero tocaba Alfonsina y el mar, la canción que me enamoró de aquel lugar y las personas con las que acudía a el.
Volví a la estación, la nueva, porque la vieja tampoco existía ya, tomé el tren de regreso a casa y me prometí a mi misma que no volvería, al contrario que la vieja canción de Gardel, volver.

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