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jueves, 21 de enero de 2016

Deseo concedido.

Como cada mañana, desde hacía muchos años, el espejo me devolvía una imagen que yo no reconocía.  Sin duda era mi fisico actual, al que no me acostumbro. Cuando pienso en mi me visualizo con mi cara de veinteañera.
Deseaba tanto   ser joven!  que lo pedía como si mi espejo fuera mágico.
Una mañana,  al entrar en la ducha, me vi de refilón y quedé paralizada.... mi deseo de tener una cara joven se me había concedido . Cual no sería mi alegría que me puse a saltar como una poseída, mis rodillas de sesenta años  me crujieron y tuve que sentarse a reposar mi recien estrenada cara de veinticinco.
Salí a la calle vestida acorde con mi nuevo rostro, los chicos me miraban como en otros tiempos, me molestaba pensar que  podían ser mis hijos.
Al verme en un escaparate sentí una sensación extraña, mi rostro no se correspondía con los movimientos lentos y torpes de mi cuerpo  al caminar
Entré en una cafetería y me senté, a mi lado un grupo de jóvenes hacían comentarios desagradables y les llamé la atención, se sorprendieron tanto que se hizo el silencio. Pensé que mi manera de actuar no correspondia con la edad que representaba.
Una extraña paradoja se movía en torno a mi, nada concordaba. Sin duda mi deseo había sido concedido solo a medias.
Con el paso de los días observé que las contradicciones se sucedían y con ellas mi insatisfacción, hasta que reflexioné y llegué a la conclusión más firme de mi vida: Cuando empezamos a envejecer no sólo cambia el aspecto fisico, también lo hace nuestro cerebro y no sólo por las experiencias vividas y el saber acumulado sino que pensamos y actuamos de una forma cerrada y estereotipada que dificilmente nos deja ver otras opciones, otra manera de ver el mundo, como lo hacen los jovenes.
A partir de ese día volví a pedirle al espejo un deseo: Que mi rostro volviera a aparentar mi verdadera edad.   

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