Este sería el último viernes de mi vida que caminaría por la cuerda floja.
Diez largos años viajando de pueblo en pueblo, montando
la cuerda de la torre de la iglesia al ayuntamiento , el silencio espeso de la
gente mientras templo los nervios y miro al cielo y el estrés, han llegado a su
fin.
A las seis de la tarde, como anuncia el cartel, estará todo listo. Subiré
a la torre, miraré al cielo pidiendo clemencia y posaré mis pies. Uno delante
del otro, despacio, midiendo milímetro a milímetro la cuerda, concentrada, sin
apenas respirar, con la miraba fija al frente llegaré hasta el otro extremo y
cuando haga el camino de vuelta todo habrá acabado.
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