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sábado, 3 de enero de 2015

La una y media y sereno


¡La una y media y sereno!

-¡La una y media y sereno!, gritó Anselmo, como cada hora   nocturna, durante los últimos veinte años de su vida.

Parecía una noche más cuando, de pronto, empezaron  a caer gruesos copos de nieve.

Oyó con insistencia, pero  amortiguados por la nieve, los maullidos de un gato. Parecía un bebé, pero Anselmo sabía distinguir a la perfección el maullido de un gato del llanto de un niño, por algo  tenía siete hijos.

Se frotó las frías manos y siguió vigilando la noche, comprobó que todo estuviera en orden y las farolas encendidas. Volvió al punto de partida para empezar de nuevo  la ronda.  Los maullidos no cesaban, pasó un buen rato hasta que por fin dejaron de oírse.

Ya de madrugada pasó por delante del lavadero, una fina capa de hielo cubría la superficie. Anselmo se frotó las manos, cantó la hora, avisó de la nevada y se fue a  casa a descansar.

 Le despertaron los gritos de los vecinos en la calle, asomó la cabeza por la ventana para pedir  silencio cuando oyó decir que, cerca el lavadero, habían encontrado  un niño recién nacido. 

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