¡La una
y media y sereno!
-¡La
una y media y sereno!, gritó Anselmo, como cada hora nocturna, durante los últimos veinte años de
su vida.
Parecía
una noche más cuando, de pronto, empezaron
a caer gruesos copos de nieve.
Oyó con
insistencia, pero amortiguados por la
nieve, los maullidos de un gato. Parecía un bebé, pero Anselmo sabía distinguir
a la perfección el maullido de un gato del llanto de un niño, por algo tenía siete hijos.
Se
frotó las frías manos y siguió vigilando la noche, comprobó que todo estuviera
en orden y las farolas encendidas. Volvió al punto de partida para empezar de
nuevo la ronda. Los maullidos no cesaban, pasó un buen rato
hasta que por fin dejaron de oírse.
Ya de
madrugada pasó por delante del lavadero, una fina capa de hielo cubría la
superficie. Anselmo se frotó las manos, cantó la hora, avisó de la nevada y se
fue a casa a descansar.
Le despertaron los gritos de los vecinos en la
calle, asomó la cabeza por la ventana para pedir silencio cuando oyó decir que, cerca el
lavadero, habían encontrado un niño
recién nacido.
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