Ella le escribía tiernos
mensajes en pequeños trozos de papel de
colores. Los metía en sobres minúsculos y los escondía en su maleta, entre los jerséis y la ropa
interior.
Cada sobre llevaba
escrito el día que debía abrirlo. Para que no se precipitara y tuviera ánimos
durante toda la semana.
Él llegaba cansado del
viaje y no deshacía la maleta.
Al día siguiente, cuando
volvía del trabajo y se encontraba solo abría la nota de ese día y, las
palabras de cariño y ánimo, le daban fuerzas para continuar.
Él jamás pensaba que ella
también se sentiría sola, sin ánimo, ni fuerza para soportar la soledad que les
imponía la distancia. Ni un detalle, ni palabras de ánimo, ni una llamada
sorpresa.
Aquel domingo, como de
costumbre, él no deshizo la maleta, ni al día siguiente, ni al otro, tardó
varios días en darse cuenta que ella le había abandonado.
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