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domingo, 16 de noviembre de 2014

El lugar que habitaré el resto de mi vida.






 
 
Cuanto más lloraba el niño, más golpes le daba su madre para hacerlo callar.  Ella no conocía otro método de educar, él tampoco.

A medida que el niño  y sus necesidades de afecto crecían, la madre se vanagloriaba porque cada día protestaba menos.  

¡Lo había conseguido! Su niño, sumiso y  abnegado, doblegado para siempre,  ya no lloraba por los golpes, ni por los insultos, ni las vejaciones.  Ahora era un perfecto insumiso e infeliz adulto que arrastraba su infancia por las esquinas, sin identidad.  Caminando por la vida sin destino, confundido y amargado para siempre.

 

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