A medida que el niño y sus
necesidades de afecto crecían, la madre se vanagloriaba porque cada día
protestaba menos.
¡Lo había conseguido! Su niño, sumiso y abnegado, doblegado para siempre, ya no lloraba por los golpes, ni por los
insultos, ni las vejaciones. Ahora era
un perfecto insumiso e infeliz adulto que arrastraba su infancia por las
esquinas, sin identidad. Caminando por
la vida sin destino, confundido y amargado para siempre.
No hay comentarios:
Publicar un comentario