Un reino llamado hipocresía.
Había una vez, hace no mucho tiempo, un reino llamado hipocresía, en el que
convivían en perfecta armonía la estupidez, los intereses creados ¡por
dios! La ambición etc., pero sobre todo
la hipocresía, de ahí el nombre del reino.
Algunas personas, se convertían en santos y los subían a los altares de sus
templos y los adoraban y hacían grandes dispendios en nombre de dios,
ofreciendo sacrificios, exvotos etc., muy útiles para su pueblo.
Una vez llegó la noticia de que existía un reino salvaje en otro
continente, donde los hombres eran tan
diferentes que hasta la piel era de otro color. Eran tratados peor que a los
animales. Por el bienestar de algunos se saqueaban sus minas de oro, se
explotaba las de diamantes y la riqueza que debía servirles de medio de vida,
era trasladada a otros reinos donde los hombres eran más avanzados, más
valiosos, más cultos, más ricos, más buenos, mas creyentes, más corruptos o,
quizá igual de corruptos que sus propios gobernantes y, seguramente más, más........
Un día, una maldición en forma de enfermedad llegó hasta esas tierras
salvajes y un hombre bueno de hipocresía
acudió en su ayuda, ¡no sólo de ayuda vive el hombre, sino también de evangelizar!
Y ese hombre bueno del reino de hipocresía era creyente y adoraba a dios,
pero su dios no tuvo piedad y la enfermedad le atrapó. Pero el hombre bueno,
generoso y creyente de hipocresía tenía
grandes ramificaciones en su país de origen. Fue por ello que se hizo un
gran dispendio para salvarle la vida, una vida perdida de antemano ¡por dios,
por el hombre, por mí! Gritaba el hombre
bueno y generoso mientras era trasladado
a su país de origen.
Las ramificaciones de su reino eran tan poderosas que no atendieron a las
razones de los sabios y consejeros del país de hipocresía y trasladaron al
hombre a su país. Al poco tiempo murió y
la gente se dio cuenta que era una muerte anunciada, pero eso no fue lo malo; la enfermedad maldita se contagió y propagó por todo el reino.
En nombre de dios, las ramificaciones cerraron la boca para no pronunciar
ni una palabra más, los reyes del país se saltaron todas las normas, los
súbditos, una vez más, presos del pánico empezaron difundir la noticia, pero
los reyes repartieron grandes caramelos por todo el país y la gente quedó
contenta y con la boca llena ya no pudieron protestar.
¿Qué dirá ahora la iglesia? se preguntaba un súbdito del reino de hipocresía, pero la
iglesia comía en sus ostentosos platos de oro y callaba, al fin y al cabo ¡a
quién le importa la vida de unos salvajes negros si están lejos!, pero la
maldición no conoce fronteras y los dioses pueden ser tan malévolos como el
propio lucifer y llevarse por delante a negros y a blancos después,
Este mismo habitante d
hipocresía no era capaz de comprender
que un hombre bueno de dios no hubiera sido capaz de asumir que iba a morir y
tener la generosidad de dejar la enfermedad apartada de sus paisanos, o quizá
la decisión no fue suya y fue de sus superiores, la idea iba y venía de su
cabeza.
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