Como tantas veces había hecho de niño, me encerré en el armario de la habitación de mis padres y
mientras saboreaba una onza de chocolate,
pensaba y esperaba que mi madre viniera
a rescatarme, pero en esta ocasión no iba a ser así, yo no era ya un niño y mi
madre nunca más me rescataría.
Por la rendija del viejo armario, la vi tendida en la cama,
envejecida, indefensa, casi inerte, con sus grandes ojos azules mirando al
vacío. Salí de mi escondite y lloré en
silencio por todos esos años que dejé pasar sin verla.
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