“Estaba
deleitándome con un vino de Navarra cuando sonó el teléfono. Me pasó el
inalámbrico y me dijo: es mi madre. Dice que ha encontrado una botella con un
mensaje tuyo… “
Mientras
me pasaba el teléfono, su mirada reflejaba el desprecio que sentía por mí, al que casi me había acostumbrado.
Pensé
que sería una broma más de cuantas gastaba esa señora encantadora y divertida
que es mi suegra.
Tomé el
teléfono y dije: buenas noches querida suegra ¿puedo hacer algo por ti?
Su
respuesta me dejó helada, me descolocó y me intrigó a partes iguales.
Me dijo
que la acompañara al notario que iba a cambiar el testamente para desheredar a
su hijo y dejarme todo su legado que, dicho sea de paso, era bastante
suculento.
No
entendía nada, pero al día siguiente me mostró angustiada el mensaje que hacía
más de treinta años habíamos lanzado al
mar dentro de aquella botella.
Años atrás me presentó a su hijo como la mejor persona
del mundo, como un angelito bajado del cielo para hacerme feliz, yo la creí y
me enamoré de él.
Después de algunos años de matrimonio con el
mismo diablo reencarnado, un día de confidencias y playa con esa mujer
maravillosa que es mi suegra, me propuso escribir una nota cada una y meterla en
una botella, quizá algún día, me dijo, podamos recuperarla.
En aquel
mensaje me desahogué y escribí el calvario que estabas viviendo con mi marido. Ella, en cambio, escribió que
estaba encantada de que alguien la hubiera liberado de su propio hijo.
Hoy,
arrepentida, me ha pedido perdón por todos los años de infelicidad y para compensarme
ha cambiado el testamento.
Mañana,
suegra y nuera, saldremos de crucero, haremos un largo viaje del que quizá
nunca regresemos. Cuando estemos en alta
mar, brindaremos con vino de Navarra, el preferido de mi suegra, después
meteremos las notas dentro de la botella
y la tiraremos en alta mar, para
olvidarnos definitivamente de él.
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