Cuando yo era una niña la navidad estaba llena de ilusión pero vacía de cuantas cosas materiales ofrece esta fiesta, éramos pobres y nunca llegaba el muñeco que debían traer los reyes magos.
Cada año, mí cara se pegaba a los escaparates de las tiendas donde se exponían los juguetes, sabiendo de antemano que nunca llegarían a mis manos, yo pensaba que me había portado muy mal y por ello no merecía los regalos que tanto deseaba.
Con 14 años empecé a trabajar y me hice mayor, de pronto ya la navidad perdió su magia y las luces de los escaparates y de las calles no llamaban mi atención.
Muchos años después debí portarme muy bien porque mi petición a los reyes magos fue escuchada y aunque con mucho retraso, llegó hasta mis manos un muñeco regordete y llorón con carita graciosa piel suave y escaso pelillo, por fin el mejor regalo estaba entre mis brazos y la niña que algún día fui volvió a sentir la alusión por la navidad
A partir de ese año y durante toda su infancia, las navidades fueron especiales y con el iba reviviendo aquellos sueños de niñez que nunca hicieron realidad mis deseos
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