El sudor de la muerte.
Me despertó el sonido insistente del teléfono. Noté la boca seca, fruto de
la resaca de la noche anterior. Abrí los ojos y vi la estrella polar por entre
las cortinas. Salté de la cama y descolgué. -Tienes mala memoria abogado ¿qué
día es hoy? No tenía ni idea de lo que me estaban diciendo. Colgué, me duché,
tomé café y salí a la calle. Una maldita manifestación paró el tráfico y yo
llegaba tarde a los juzgados. Las paredes, empapeladas de carteles, recordaban
el día del referéndum. De pronto recordé a Amancio Costa. Me entró el sudor de
la muerte, no oía los cláxones de los coches avisando que había vía libre. Me
bajé del coche y salí corriendo. Amancio Costa prometió que me mataría al salir
de la cárcel y ahora corría detrás de mí con algo entre las manos.
Que empiece la función
La novia llegó
puntual a su boda, un halo de papel higiénico blanco inmaculado le cubría el
cuerpo, su sonrisa desdentada le daba un aire grotesco a la ceremonia. El novio
llevaba un birrete color amarillo fosforito fabricado por el mismo en la clase
de manualidades. Entró en escena el juez que los casaría, tropezó y lo primero
que salió de sus labios fue una palabrota que dejó a los asistentes atónitos.
Entró la madre del novio paseando con orgullo entre los invitados mientras, en
las filas de atrás alguien comentaba, con gran júbilo, que acababa de
producirse la detención de Leonardo, el funcionario de prisiones que, sentado
entre el público, reía sin parar. ¡Bravo! gritó el abogado del novio desde la
primera fila del salón de actos de la cárcel de Picasen.
Atrapado en el cinco
Me
obsesiona el número cinco. A lo largo de mi vida me ha perseguido como un
asesino a su víctima. Al principio creía que se trataba de una casualidad,
después me dí cuenta de que algo extraño pasaba. Por cinco décimas no pude
entrar en la facultad de derecho, por tomar cinco copas me quitaron el permiso
de conducir, en otra ocasión, cuando grité, “socorro” al quedarme atrapado en
un ascensor, nadie me oyó hasta que lo grité cinco veces. Me siento atrapado en
el cinco. Un día, mi suerte cambio y entré en la facultad, acabé mi carrera con
cinco matriculas de honor y cuando defendí a mi cliente número cinco, gané el
juicio con juramento asertorio incluido. Al día siguiente bebí tanto que la
resaca me duró otros cinco días y así fueron sucediéndome anécdotas siempre
alrededor del número cinco, pero ahora alternativamente.
El señor Alzheimer
Una
esponja empapada en jabón recorre la espalda de Julia. Uno de los pocos
placeres que disfruta cada día. Desde hace unos años un conjunto de cosas se
han confabulado en su contra .Primero la muerte de su marido y después la visita
de un extraño que poco a poco le está haciendo perder la memoria. Ya no
recuerda casi nada, a veces ni su nombre, tampoco que trabajó durante
veinticinco años en un bufete como secretaría, era muy eficiente
mecanografiando cientos de legajos necesarios para algunos juicios. Hoy cumple
75 años y además de Alzheimer, ya solo recibe visitas de su sobrina Andrea.
Cada domingo llega con una rosa y unos bombones, come con ella en la residencia
de ancianos, después la monta en el coche, le pone música de Mozart, baja la
ventanilla para que entre el aire fresco y solo entonces Julia sonríe.
EL BALCON
Un
escalofrío recorrió su cuerpo al oír la noticia en la televisión. La niña de
tres años, que días atrás se precipitó por el balcón de su casa, acababa de
morir. Llamó a su hermano Pablo, uno de los mejores abogados de la ciudad, le
contó todo lo que había pasado y le dijo que el único testigo era la abuela de
la niña y que la señora padecía una alergia que le impedía ver bien. No hagas
ninguna declaración, fue lo primero que le dijo su hermano. El sabía
perfectamente que había soldado mal los barrotes del balcón por donde se
precipitó la niña, de nada iba a servir que su hermano le aconsejara como debía
ser su defensa. Iba a vivir el resto de su vida con la muerte de esa criatura
sobre sus espaldas
. La fotografía
La casualidad quiso que un día curioseando por Internet encontrara un blog en el que había fotos; pasé mucho rato deleitándome con lo que iba viendo, cuando estaba a punto de abandonar el blog me di cuenta de que en un pequeño apartado a la izquierda, había unas fotos antiguas ,en blanco y negro por supuesto .Con cierta impaciencia empecé a ojear una tras otra sin perder ni el mas mínimo detalle de cada una, aunque eran de mala calidad, descubrí una que llamó poderosamente mi atención .Esa foto había estado durante muchos años en la vieja caja de galletas de mi madre .
Me pregunto cuantas veces habré mirado esa vieja foto a lo largo de todos estos años.La última vez fue el verano pasado, cuando supe que la persona que la hizo había muerto de una manera un poco “rara”.
En el primer plano se puede ver al hijo del autor, a su lado mi hermana pequeña ,detrás mi hermano mediano y a su lado yo adolescente, han pasado casi cuarenta años desde aquel retrato y mi memoria lo conserva como si fuese la semana pasada, al fondo se ve uno de los pocos coches que circulaban por mi calle en los primeros años de la década de los 70 ;a la izquierda del coche se puede ver el cerezo de la discordia a la derecha las cosas todas iguales pequeñas ,encaladas con persianas verdes rejas de hierro y un pequeño jardín a la derecha de cada una de ellas .A nuestros pies, el suelo de barro que la lluvia emblandecía y en el que podíamos jugar con un clavo y una rayuela dibujada en el suelo.
Me parece ver también el tronco de una de las acacias que por entonces eran pequeñas y hoy son unos enormes árboles.
La afición a la fotografía de uno de los vecinos de mi calle ,es quizá la que ahora con el paso de los años ,a muchos chiquillos de la época ,el recuerdo de infancia lejana pero entrañable .Entonces casi nadie era dueño de una cámara de fotografiar ,solo se hacían por un acontecimiento especial o por un capricho puntual .Nosotros gozábamos del privilegio de tener a un vecino que, no solo nos hacía las fotos gratuitamente sino que de vez en cuando en las veladas interminables de los calurosos días de verano ,proyectaba películas en la fachada de su casa ,era una verdadera fiesta para la chiquillería del barrio.
En invierno a veces amanecía y nos sorprendía ver la calle cubierta de una espesa capa de nieve, era otro motivo mas para divertirnos y para que nuestro vecino sacara su tomavistas y grabara la pericia de los niños construyendo un enorme muñeco de nieve.
En aquella época, en la mayoría de casas éramos familia numerosa, nuevamente era el vecino el que hacia las fotografías en las que debía aparecer toda la familia, se armaba de paciencia para que no se moviera ningún chiquillo y la foto en cuestión fuera valida para el carné de familia.
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