Sonó el teléfono y descolgué, preguntaban por mí, era una voz familiar que
hacía mucho tiempo no escuchaba.
Cuando me di cuenta de quién era pensé que la broma era de
mal gusto, pero antes me impresioné de
tal forma que no pude seguir hablando, gracias que estaba sola, de lo contrario
no hubiera sabido que responder ante el estado en que me quedé, muda, nerviosa,
ansiosa, no lo sé, pero muchas cosas a la vez.
Ya está, pensé, es un sueño y dentro de unos momentos
despertaré y mi pesadilla se habrá acabado, pero no era un sueño, la voz que me
había saludado desde el otro lado de la línea telefónica era la suya pero,
¿Cómo iba a ser él , mi amigo Luis, que hacía
casi un año que había muerto ¿ no había explicación posible a lo que
acababa de oír. Por otra parte estaba segura de haber oído las mismas palabras
que me dijo una hora antes de morir, palabras que nunca dije a nadie para no
hacer daño y menos a la persona que iban dirigidas.
Intenté no volver a pensar en ese absurdo suceso porque yo
nunca había creído en nada sobrenatural y menos aún en la vida después de la
muerte, siempre he tenido claro que nacemos vivimos y morimos como cualquier
otro ser de la naturaleza, no nos diferenciamos demasiado de los demás
animales. era imposible, yo lo he tenido muy claro desde hace tantos años
que no me lo había vuelto a plantear y
eso hice, procuré alejar esa llamada de mi pensamiento. Me costó, no voy a
negarlo, pero dejé de pensar en ello.
Pasaron los meses y yo seguí con mi vida monótona, aburrida
y tediosa. Estaba pasando un mal momento.
A cierta edad parece que ya no hay nada nuevo que hacer, las
ilusiones empiezan a ser escasas o nulas y los días se suceden unos a otros sin
novedad. Nos sentamos a ver pasar el tiempo y a que mañana suceda algo que
cambie nuestra vida, pero eso no sucede porque nada ni nadie va a cambiar lo
que nosotros no queremos que cambie.
Es como si ya no hubiera tiempo para cambiar el rumbo de nuestra vida porque la conocemos
tanto que sabemos de antemano lo que va a pasar si emprendemos un camino nuevo.
Ya he vivido todas las decepciones, he fallado en demasiadas cosas que he emprendido y ahora no
me quedan fuerzas ni ganas para empezar de nuevo.
Cuando se vuelve la vista atrás y se tiene la sensación de
haber hecho casi todo mal ¿Cómo mantener la
alegría de vivir? Yo no lo sé y por más vueltas que el doy a mi cabeza
no soy capaz de descubrir nada que concilie mi pasado con mi futuro.
Con 49 años las oportunidades son nulas y el camino para
llegar a ellas casi no existe.
Estos eran mis pensamientos un tiempo después de ver morir a
mi amigo Luis en el mejor momento de su vida. No me deprimí porque antes ya
veía el mundo que me rodeaba absurdo, pero si me llegó muy profundo todo lo que
el me dijo que pasaría si su enfermedad no remitía. Era como si tuviese un
aparato por el que ver el futuro porque todo, absolutamente todo lo que me dijo
pasó, Cierto es que se veía venir, pero que pasara todo punto por punto, no
dejaba de tener cierto misterio.
Con el tiempo me repuse
un poco y empecé a verlo todo de otro modo. Puse a prueba mi voluntad y
decidí empezar a hacer esas cosas que
deseaba pero había ido
posponiendo por falta de voluntad o de ilusión o quién sabe porqué.
Empecé por matricularme en
la universidad con el propósito de acabar los estudios que nunca debí
dejar.
Otra de las cosas que empecé a hacer fue ejercicio físico.
Me ponía el despertador a las ocho, hacía años que no me levantaba antes de las
nueve, desde que dejé de llevar a las niñas al colegio seguramente. No pretendía nada en concreto al hacer
ejercicio, pero sabía por experiencia que me sentiría mejor y perder unos kilos
tampoco me iría mal. Estaba seguro de que esto no serviría para gustarle de
nuevo a mi marido, si es que realmente le gusté en algún momento, hacía años
que lo dudaba y había perdido la ilusión de recuperarlo.
El vivía su mundo sin
mí aunque, viviera en la misma casa. En su vida yo era poco importante, hacía
tiempo que un desfile de mujeres habían pasado por su vida aunque, la negativa
era siempre la única respuesta convincente que me daba cuando le reprochaba
algo. Yo también hacía tiempo que había dejado de quedarle, pero en mis planes
no entraba conocer a otro hombre, tampoco el me lo hubiera permitido porque si
en algún momento tuvo la minima sospecha, me espiaba y me amenazaba con
divorciarse y dejarme sin las niñas. Demasiadas veces en mí vida me arrepentí
de no haber acabado mi carrera y trabajar como lo hacían muchas mujeres, ahora
solo sabía ser ama de casa.
El primer día que intenté empezar una nueva vida, mi marido
se burló de mí diciéndome que no volvería a tener un cuerpo bonito aunque me hiciera la cirugía
estética desde los pies a la cabeza. Ni lo escuché porque sabía de sobra que
era una mala persona, ahora ya no tenía duda.
Al primer timbrazo de despertador me levanté, la casa estaba
sola, las niñas en clase y mi marido trabajando. Preparé la cafetera y la puse
al fuego, mientras me puse un pantalón corto y una camiseta, me calcé las
zapatillas de mi hija Marta, tomé el café con leche y salí a la calle dispuesta
a hacer una buena carrera. Me puse los
auriculares de mi MP3, bueno el viejo de
mi hija mayor y al ritmo de la música empecé a caminar, llegué hasta un gran
parque que hay cerca de casa y empecé a correr, no se cuanto rato mantuve el
ritmo me sentía tan bien que me olvidé de todo. Me di cuenta del cansancio
cuando llegué al final del parque. Paré justo en la rosaleda y pude oler ese
aroma delicioso de cientos de rosas de todos los colores destilando su perfume
a la vez. Me sentí bien y pensé que esas
pequeñas cosas eran las que debía valorar a partir del momento.
Volví a casa caminando y decidí que iría a correr todos los
día y también que haría un poco de dieta para volver a mi peso de siempre.
Cada día iba un poco más lejos y cuando llegaba a casa me
sentía cada vez un poco mejor. Había perdido varios kilos y los pantalones
vaqueros me volvían a sentar bien.
El mismo día del aniversario de la muerte de mi amigo Luis,
salí como cada mañana dispuesta a hacer mi ruta. Llegué a la rosaleda, paré
unos momentos a descansar y me senté en el mismo sito de todos los días. Las flores estaban ya algo marchitas a causa
del calor y casi no olían. Volví la
cabeza al oír un grito y no vi de donde venía, lo que si pude ver fue una
cartera aparentemente nueva. Me levanté, la cogí, la abrí y me quedé muda, la
respiración se me paró y el corazón empezó a latirme sin ningún control.
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