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domingo, 14 de septiembre de 2014

Mi amigo luis


Sonó el teléfono y descolgué,  preguntaban por mí, era una voz familiar que hacía mucho tiempo no escuchaba.

Cuando me di cuenta de quién era pensé que la broma era de mal gusto, pero antes  me impresioné de tal forma que no pude seguir hablando, gracias que estaba sola, de lo contrario no hubiera sabido que responder ante el estado en que me quedé, muda, nerviosa, ansiosa, no lo sé, pero muchas cosas a la vez.

Ya está, pensé, es un sueño y dentro de unos momentos despertaré y mi pesadilla se habrá acabado, pero no era un sueño, la voz que me había saludado desde el otro lado de la línea telefónica era la suya pero, ¿Cómo iba a ser él , mi amigo Luis, que hacía  casi un año que había muerto ¿ no había explicación posible a lo que acababa de oír. Por otra parte estaba segura de haber oído las mismas palabras que me dijo una hora antes de morir, palabras que nunca dije a nadie para no hacer daño y menos a la persona que iban dirigidas.

Intenté no volver a pensar en ese absurdo suceso porque yo nunca había creído en nada sobrenatural y menos aún en la vida después de la muerte, siempre he tenido claro que nacemos vivimos y morimos como cualquier otro ser de la naturaleza, no nos diferenciamos demasiado de los demás animales. era imposible, yo lo he tenido muy claro desde hace tantos años que  no me lo había vuelto a plantear y eso hice, procuré alejar esa llamada de mi pensamiento. Me costó, no voy a negarlo, pero dejé de pensar en ello.

 

Pasaron los meses y yo seguí con mi vida monótona, aburrida y tediosa. Estaba pasando un mal momento.

A cierta edad parece que ya no hay nada nuevo que hacer, las ilusiones empiezan a ser escasas o nulas y los días se suceden unos a otros sin novedad. Nos sentamos a ver pasar el tiempo y a que mañana suceda algo que cambie nuestra vida, pero eso no sucede porque nada ni nadie va a cambiar lo que nosotros no queremos que cambie.

Es como si ya no hubiera tiempo para cambiar  el rumbo de nuestra vida porque la conocemos tanto que sabemos de antemano lo que va a pasar si emprendemos un camino nuevo.

Ya he vivido todas las decepciones, he fallado en  demasiadas cosas que he emprendido y ahora no me quedan fuerzas ni ganas para empezar de nuevo.

Cuando se vuelve la vista atrás y se tiene la sensación de haber hecho casi todo mal ¿Cómo mantener la  alegría de vivir? Yo no lo sé y por más vueltas que el doy a mi cabeza no soy capaz de descubrir nada que concilie mi pasado con mi futuro.

Con 49 años las oportunidades son nulas y el camino para llegar a ellas casi no existe.

Estos eran mis pensamientos un tiempo después de ver morir a mi amigo Luis en el mejor momento de su vida. No me deprimí porque antes ya veía el mundo que me rodeaba absurdo, pero si me llegó muy profundo todo lo que el me dijo que pasaría si su enfermedad no remitía. Era como si tuviese un aparato por el que ver el futuro porque todo, absolutamente todo lo que me dijo pasó, Cierto es que se veía venir, pero que pasara todo punto por punto, no dejaba de tener cierto misterio.

 

Con el tiempo me repuse  un poco y empecé a verlo todo de otro modo. Puse a prueba mi voluntad y decidí empezar a hacer esas cosas que  deseaba  pero  había ido  posponiendo por falta de voluntad o de ilusión o quién sabe porqué.

Empecé por matricularme en  la universidad con el propósito de acabar los estudios que nunca debí dejar.

Otra de las cosas que empecé a hacer fue ejercicio físico. Me ponía el despertador a las ocho, hacía años que no me levantaba antes de las nueve, desde que dejé de llevar a las niñas al colegio seguramente.  No pretendía nada en concreto al hacer ejercicio, pero sabía por experiencia que me sentiría mejor y perder unos kilos tampoco me iría mal. Estaba seguro de que esto no serviría para gustarle de nuevo a mi marido, si es que realmente le gusté en algún momento, hacía años que lo dudaba y había perdido la ilusión de recuperarlo.

 El vivía su mundo sin mí aunque, viviera en la misma casa. En su vida yo era poco importante, hacía tiempo que un desfile de mujeres habían pasado por su vida aunque, la negativa era siempre la única respuesta convincente que me daba cuando le reprochaba algo. Yo también hacía tiempo que había dejado de quedarle, pero en mis planes no entraba conocer a otro hombre, tampoco el me lo hubiera permitido porque si en algún momento tuvo la minima sospecha, me espiaba y me amenazaba con divorciarse y dejarme sin las niñas. Demasiadas veces en mí vida me arrepentí de no haber acabado mi carrera y trabajar como lo hacían muchas mujeres, ahora solo sabía ser ama de casa.

El primer día que intenté empezar una nueva vida, mi marido se burló de mí diciéndome que no volvería a tener  un cuerpo bonito aunque me hiciera la cirugía estética desde los pies a la cabeza. Ni lo escuché porque sabía de sobra que era una mala persona, ahora ya no tenía duda.

Al primer timbrazo de despertador me levanté, la casa estaba sola, las niñas en clase y mi marido trabajando. Preparé la cafetera y la puse al fuego, mientras me puse un pantalón corto y una camiseta, me calcé las zapatillas de mi hija Marta, tomé el café con leche y salí a la calle dispuesta a hacer una buena carrera.  Me puse los auriculares de mi MP3, bueno el viejo  de mi hija mayor y al ritmo de la música empecé a caminar, llegué hasta un gran parque que hay cerca de casa y empecé a correr, no se cuanto rato mantuve el ritmo me sentía tan bien que me olvidé de todo. Me di cuenta del cansancio cuando llegué al final del parque. Paré justo en la rosaleda y pude oler ese aroma delicioso de cientos de rosas de todos los colores destilando su perfume a  la vez. Me sentí bien y pensé que esas pequeñas cosas eran las que debía valorar a partir del momento.

Volví a casa caminando y decidí que iría a correr todos los día y también que haría un poco de dieta para volver a mi peso de siempre.

Cada día iba un poco más lejos y cuando llegaba a casa me sentía cada vez un poco mejor. Había perdido varios kilos y los pantalones vaqueros me volvían a sentar bien.

El mismo día del aniversario de la muerte de mi amigo Luis, salí como cada mañana dispuesta a hacer mi ruta. Llegué a la rosaleda, paré unos momentos a descansar y me senté en el mismo sito de todos los días.  Las flores estaban ya algo marchitas a causa del calor y  casi no olían. Volví la cabeza al oír un grito y no vi de donde venía, lo que si pude ver fue una cartera aparentemente nueva. Me levanté, la cogí, la abrí y me quedé muda, la respiración se me paró y el corazón empezó a latirme sin ningún control.

 
Era la carteras de mi amigo Luis, parecía que, desde el otro mundo quería decirme algo. La tiré donde la ahbía encontrado y seguí mi camino. No quería que nada ni naide perturbara mi visión de la vida.

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