Pedro vive solo en su casa de la montaña, es el último habitante de
su aldea. Hace muchos años sus vecinos
se fueron marchando poco a poco hasta que un día, antes de empezar el otoño, fue su propio hijo
el que abandono la tierra que le vio nacer.
El tuvo siempre claro que no iba a
abandonar su casa ni el lugar que le
unía a sus raíces, donde fue feliz a veces, en el que habían vivido
generaciones enteras de su familia.
Pedro no siente que está solo, la verdad es
que, Apolo, su perro labrador le proporciona tanta
compañía que, a veces, se sorprende hablando con el.
A la hora de comer, dueño y amo,
comparten comida como si de viejos
camaradas se tratara.
Una tarde
de noviembre el cielo empezó a ponerse plomizo y Pedro supo enseguida
que iba a caer la primera nevada del invierno. Fue a la parte de atrás de la
casa, donde guardaba las conservas y la
carne de la matanza, tenia que ponerlas cerca y a buen recaudo porque cando nevaba
nunca sabia si duraría días o semanas, a veces no podía salir de la casa porque
la nieve se lo impedía.
Cuando acabó de llenar su despensa, se dio
cuenta que hacia mucho rato que no veía a Apolo, lo llamó con un silbido al que el perro ya
estaba acostumbrado, parecía no oírle, seguro que andaba jugando a perseguir a
las ovejas, pensó. Pedro salió a la calle justo cuando empezaban a caer los
primeros copos de nieve, silbó de nuevo, pero Apolo debía estar durmiendo en
algún granero abandonado de los que tanto abundan en la aldea. Al tercer silbido
empezó a ponerse nervioso, cosa que no ocurría nunca porque el encontraba siempre solución a los
problemas que iban surgiendo ¡era tan extraño que su perro no respondiera a sus llamadas! El corazón
empezó a bombearle con fuerza y se
sentía aturdido.
Después de media hora, una fina capa de
nieve empezaba a cubrirlo todo, si no fuese por la preocupación, Pedro hubiera
disfrutado del paisaje como lo hacia en otras ocasiones cuando observaba como
los árboles, poco a poco, se cubrían de una capa de nieve y le recordaban a las
navidades de otro tiempo, cuando se reunían todas las familias de la aldea para
comer y beber, también para escuchar las
historias que Pedro cantaba a los pequeños
y a los mayores que tampoco perdían el hilo.
Pedro sabía que no iba a parar de nevar porque
una especie de resplandor, acompañado de neblina, era signo inequívoco de una
buena nevada.
A Pedro se le ocurrió que Apolo podría
haber salido en busca de alguna oveja que rezagada no había vuelto al corral, miró de nuevo donde
ya había mirado antes y efectivamente
faltaba lucera, la oveja pequeña.
Decidió salir a buscarla, se abrigó bien y
pensó que debía buscar en la cabaña del viejo pastor, donde alguna vez los
animales se resguardaban de las
inclemencias del tiempo. Poco antes de llegar se resbaló a causa de la fina
capa de nieve que ya cubría todo, fue a levantarse y notó que no podía, lo intentó varias veces y casi lo consigue pero
no fue así , se desmayó y cayó al
suelo.
Al rato fue recobrando el conocimiento, mientras
lo hacia fueron pasando por su cabeza
cientos de retazos de las historias que el contaba cuando era joven en las
noches de invierno, sentado en su silla de anea delante de la chimenea , con su
gorra calada hasta las cejas , rodeado de un puñado de chiquillos, los propios
y los vecinos. Las historias iban saliendo de su boca solas, pensaba y hablaba
casi al mismo tiempo .A veces contaba cuentos de miedo y los chiquillos salían
corriendo despavoridos, otras veces contaba historietas de risa y los niños
reían y reían hasta que les dolia la tripa, otras eran historias reales de
personas que existían o existieron, el las adornaba a su gusto y les ponía principio o
final a su antojo. La que más le
gustaba contar era una historia que le había contado su abuelo siendo el un
chiquillo. Se decía por los poblados de
la sierra que esta historia había ocurrido de verdad a un arriero que conocía
bien la sierra, iba de un sitio para otro con su burro haciendo recados unas
veces, otras repartiendo pan y otras cosas que los aldeanos le solicitaban.
Conocía la sierra palmo a palmo. Un día de verano ya oscureciendo, cuando la
luna se asomaba por entre las montañas
se encontró un cordero herido, el animal lo miró como pidiendo ayuda , el arriero lo montó en el burro y al rato el cordero se empezó a trasformar, el
arriero pensaba que estaba teniendo una pesadilla , pero le estaba ocurriendo
de verdad, cuando por fin se atrevió a mirar de reojo , no quedaba nada del
cordero, un extraño animal le habló y le dijo que era el mismo demonio, había venido para llevárselo al infierno. Los
niños salían corriendo y Pedro se reía a carcajada dándose palmadas en la
pierna y golpecitos en el suelo con la garrota. Lo cierto es que los niños lo
pasaban bien pero Pedro se lo pasaba mucho mejor.
Despertó rodeado de nieve pero no sentía demasiado frío, se dio
cuenta que su labrador estaba rodeándole para proporcionarle calor, tenia a la
oveja atrapada obligándola a permanecer al lado de su amo.
Con un gran esfuerzo, arrastrándose y con ayuda de Apolo, Pedro se levanto y
llegó hasta su casa empapado y tiritando de frío pero vivo.
Pocos años después, cuando llegó la hora de
contar su última historia, se fue como había vivido, en paz con el y con el mundo. Fue un duro y frió mes de Enero, a Pedro le faltaban
las fuerzas hasta para encender la chimenea, pero allí estaba su fiel Apolo sin
separarse ni un momento de su dueño para darle calor.
Los encontraron juntos, como habían vivido
siempre. Pedro en su cama y Apolo a su lado siéndole fiel hasta el mismo
momento de la muerte.
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