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domingo, 14 de septiembre de 2014

El contador de historias.


 

 

 

 

 

Pedro vive solo en su casa de la montaña, es el último habitante de su  aldea. Hace muchos años sus vecinos se fueron marchando poco a poco hasta que un día,  antes de empezar el otoño, fue su propio hijo el que abandono la tierra que le vio nacer.

El tuvo siempre claro que no iba a abandonar su casa  ni el lugar que le unía a sus raíces, donde fue feliz a veces, en el que habían vivido generaciones enteras de su familia.

Pedro no siente que está solo, la verdad es que,  Apolo,   su perro labrador le proporciona tanta compañía que, a veces, se sorprende hablando con el.

A la hora de comer, dueño y amo, comparten  comida como si de viejos camaradas se tratara.

Una tarde  de noviembre el cielo empezó a ponerse plomizo y Pedro supo enseguida que iba a caer la primera nevada del invierno. Fue a la parte de atrás de la casa, donde guardaba las conservas y  la carne de la matanza, tenia que ponerlas cerca y a buen recaudo porque cando nevaba nunca sabia si duraría días o semanas, a veces no podía salir de la casa porque la  nieve se lo impedía.

Cuando acabó de llenar su despensa, se dio cuenta que hacia mucho rato que no veía a Apolo, lo  llamó con un silbido al que el perro ya estaba acostumbrado, parecía no oírle, seguro que andaba jugando a perseguir a las ovejas, pensó. Pedro salió a la calle justo cuando empezaban a caer los primeros copos de nieve, silbó de nuevo, pero Apolo debía estar durmiendo en algún granero abandonado de los que tanto abundan en la aldea. Al tercer silbido empezó a ponerse nervioso, cosa que no ocurría nunca porque  el encontraba siempre solución a los problemas que iban surgiendo ¡era tan extraño que su perro  no respondiera a sus llamadas! El corazón empezó a bombearle con fuerza  y se sentía aturdido.

Después de media hora, una fina capa de nieve empezaba a cubrirlo todo, si no fuese por la preocupación, Pedro hubiera disfrutado del paisaje como lo hacia en otras ocasiones cuando observaba como los árboles, poco a poco, se cubrían de una capa de nieve y le recordaban a las navidades de otro tiempo, cuando se reunían todas las familias de la aldea para comer y beber,  también para escuchar las historias que Pedro cantaba a los pequeños  y  a los mayores que  tampoco perdían el hilo.

 Pedro sabía que no iba a parar de nevar porque una especie de resplandor, acompañado de neblina, era signo inequívoco de una buena nevada.

A Pedro se le ocurrió que Apolo podría haber salido en busca de alguna oveja que rezagada  no había vuelto al corral, miró de nuevo donde ya había mirado antes  y efectivamente faltaba lucera, la oveja pequeña.

Decidió salir a buscarla, se abrigó bien y pensó que debía buscar en la cabaña del viejo pastor, donde alguna vez los animales se resguardaban  de las inclemencias del tiempo. Poco antes de llegar se resbaló a causa de la fina capa de nieve que ya cubría todo, fue a levantarse y notó  que no podía, lo  intentó varias veces y casi lo consigue pero no fue así , se desmayó y cayó    al suelo.

Al rato fue recobrando el conocimiento, mientras lo hacia  fueron pasando por su cabeza cientos de retazos de las historias que el contaba cuando era joven en las noches de invierno, sentado en su silla de anea delante de la chimenea , con su gorra calada hasta las cejas , rodeado de un puñado de chiquillos, los propios y los vecinos. Las historias iban saliendo de su boca solas, pensaba y hablaba casi al mismo tiempo .A veces contaba cuentos de miedo y los chiquillos salían corriendo despavoridos, otras veces contaba historietas de risa y los niños reían y reían hasta que les dolia la tripa, otras eran historias reales de personas que existían o existieron, el las adornaba a su gusto y les ponía  principio o  final  a su antojo. La que más le gustaba contar era una historia que le había contado su abuelo siendo el un chiquillo.  Se decía por los poblados de la sierra que esta historia había ocurrido de verdad a un arriero que conocía bien la sierra, iba de un sitio para otro con su burro haciendo recados unas veces, otras repartiendo pan y otras cosas que los aldeanos le solicitaban. Conocía la sierra palmo a palmo. Un día de verano ya oscureciendo, cuando la luna  se asomaba por entre las montañas se encontró un cordero herido, el animal lo miró como  pidiendo ayuda , el arriero lo  montó en el burro y  al rato el cordero se empezó a trasformar, el arriero pensaba que estaba teniendo una pesadilla , pero le estaba ocurriendo de verdad, cuando por fin se atrevió a mirar de reojo , no quedaba nada del cordero, un extraño animal le habló y le dijo que era el mismo demonio,  había venido para llevárselo al infierno. Los niños salían corriendo y Pedro se reía a carcajada dándose palmadas en la pierna y golpecitos en el suelo con la garrota. Lo cierto es que los niños lo pasaban bien pero Pedro se lo pasaba mucho mejor.

Despertó rodeado de  nieve pero no sentía demasiado frío, se dio cuenta que su labrador estaba rodeándole para proporcionarle calor, tenia a la oveja atrapada obligándola a permanecer al lado de su amo.

Con un gran esfuerzo, arrastrándose  y con ayuda de Apolo, Pedro se levanto y llegó hasta su casa empapado y tiritando de frío pero vivo.

Pocos años después, cuando llegó la hora de contar su última historia, se fue como había vivido, en paz   con el y con el mundo. Fue un  duro y frió mes de Enero, a Pedro le faltaban las fuerzas hasta para encender la chimenea, pero allí estaba su fiel Apolo sin separarse ni un momento de su dueño para darle calor.

Los encontraron juntos, como habían vivido siempre. Pedro en su cama y Apolo a su lado siéndole fiel hasta el mismo momento de la muerte.

 

 

 

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