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domingo, 14 de septiembre de 2014

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EL CARNICERO ABANDONADO


Nos revolvía el pelo con cara de contento. Pero yo salía de su carnicería con una cara de asco que no podía disimular, sus manos olían a sangre y vísceras, olor repugnante que me impregnaba el pelo.

A mi madre le daba pena el carnicero del pueblo porque su mujer lo había abandonado.

 Años después, recibí una llamada urgente en mi despacho de la ciudad, era mi madre- fue el, fue el, el la mató.

Cuando se calmó un poco me dijo que en la vieja carnicería habían encontrado el cadáver emparedado de virtudes, la mujer del carnicero, los indicios apuntaban a que su marido la había asesinad.

 

 

EL ÚLTIMO INQUILINO

 

 

Cerré la puerta despacio, sin hacer ruido.

. Caminé sigilosamente hasta el arco de salida y antes de partir comprobé que todo estuviera en orden. Entonces pensé en esa absurda manía mía de hacer todo en silencio y de comprobar el orden, como si alguno de mis inquilinos pudiera llamarme la atención, despertarse o escapar.

 Aparté los restos de una corona de flores y el lazo morado me dejó ver el nombre de mi último inquilino.

 

EL DISFRAZ DE HOMBRE BUENO


 

Cerré la puerta despacio, sin hacer ruido. Sabía con certeza que era mi última vez, nunca más volvería a esa casa donde no fui feliz. En silencio me sequé las lágrimas y me curé las heridas, al salir a la calle un intenso olor a azahar me alegró el olfato y el alma; por fin la primavera bahía llegado a mi vida. Tomé el primer tren que salía de la estación y sin rumbo alguno emprendí una nueva vida lejos de aquel maltratador disfrazado de hombre bueno.

 

 

 

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La última batalla

 

se fue corriendo, dejando el teléfono descolgado y la puerta de la casa abierta, con la mirada perdida y una mueca de intenso dolor en su cara. Le bastó  una palabra para saber lo que  desde hace  tiempo  intuía.

  Ella sabía que si se iba a su casa a descansar, ante la insistencia de todos sus familiares, no iba a tener la oportunidad de darle un beso de despedida a su hijo pequeño, que, después de un largo año de intensa lucha,  la enfermedad le  había gana la batalla.

 

 

 

                           Lo mejor sería ir a por el destornillador. Se ausentó unos segundos , meti el viejo despertador en el armario pero aun así seguía atronando. Lo peor de todo es que eran las seis de la mañana de un domingo de invierno y todos los vecinos dormían apaciblemente cuando ese viejo trasto se puso a sonar por su cuenta, no había manera de pararlo, cada vez, ese odioso ruido, se oía más fuerte , los vecinos empezaron a llamar la atención, unos gritando otros aporreando la puerta y el de debajo de mi casa daba unos tremendos golpes en su techo, por fin encontrè el maldito destornillador , aflojé el tornillo y dejó de sonar.

 

 

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