EL CARNICERO ABANDONADO
Nos revolvía el pelo con cara de contento. Pero yo salía
de su carnicería con una cara de asco que no podía disimular, sus manos olían a
sangre y vísceras, olor repugnante que me impregnaba el pelo.
A mi madre le daba pena el carnicero del pueblo porque su
mujer lo había abandonado.
Años después,
recibí una llamada urgente en mi despacho de la ciudad, era mi madre- fue el, fue
el, el la mató.
Cuando se calmó un poco me dijo que en la vieja carnicería
habían encontrado el cadáver emparedado de virtudes, la mujer del carnicero,
los indicios apuntaban a que su marido la había asesinad.
EL ÚLTIMO
INQUILINO
Cerré la puerta despacio, sin hacer ruido.
. Caminé sigilosamente hasta el arco de salida y antes de
partir comprobé que todo estuviera en orden. Entonces pensé en esa absurda manía
mía de hacer todo en silencio y de comprobar el orden, como si alguno de mis
inquilinos pudiera llamarme la atención, despertarse o escapar.
Aparté los restos
de una corona de flores y el lazo morado me dejó ver el nombre de mi último
inquilino.
EL DISFRAZ DE HOMBRE BUENO
Cerré la puerta despacio, sin hacer ruido. Sabía con
certeza que era mi última vez, nunca más volvería a esa casa donde no fui
feliz. En silencio me sequé las lágrimas y me curé las heridas, al salir a la
calle un intenso olor a azahar me alegró el olfato y el alma; por fin la
primavera bahía llegado a mi vida. Tomé el primer tren que salía de la estación
y sin rumbo alguno emprendí una nueva vida lejos de aquel maltratador
disfrazado de hombre bueno.
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La última batalla
se fue corriendo,
dejando el teléfono descolgado y la puerta de la casa abierta, con la mirada
perdida y una mueca de intenso dolor en su cara. Le bastó una palabra para saber lo que desde hace
tiempo intuía.
Ella
sabía que si se iba a su casa a descansar, ante la insistencia de todos sus
familiares, no iba a tener la oportunidad de darle un beso de despedida a su
hijo pequeño, que, después de un largo año de intensa lucha, la enfermedad le había gana la batalla.
Lo mejor sería ir a
por el destornillador. Se ausentó unos segundos , meti el viejo despertador en
el armario pero aun así seguía atronando. Lo peor de todo es que eran las seis
de la mañana de un domingo de invierno y todos los vecinos dormían
apaciblemente cuando ese viejo trasto se puso a sonar por su cuenta, no había
manera de pararlo, cada vez, ese odioso ruido, se oía más fuerte , los vecinos
empezaron a llamar la atención, unos gritando otros aporreando la puerta y el
de debajo de mi casa daba unos tremendos golpes en su techo, por fin encontrè
el maldito destornillador , aflojé el tornillo y dejó de sonar.
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