La noche es una estrella en tu cucharilla, le dijo Amalia
a su hijo mientras le daba el óbito y dos gruesas lágrimas se deslizaban por
sus mejillas.
La mujer se alejó
del cuchitril que servía de vivienda a su hijo y pensó en aquellas otras
estrellas fugaces que veían en verano cuando su hijo era pequeño y pensó en
aquella otra cucharilla que deslizaba amorosamente día a día entre los labios de su niño, pero no quiso pensar en la
jeringuilla que, en ese momento, le llevaría hasta las estrellas, hasta la nada
y por fin hasta la tranquilidad.
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