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domingo, 14 de septiembre de 2014

Los gritos de mamá.


Además, el pollo rebozado siempre humea demasiado y empapa toda esa pringue de la freidora que acaba sentándole mal.

Eran los gritos que mi madre repetía cada quince días a través del teléfono, cuando volvía de casa de mi padre.

A los pocos meses de divorciarse mi padre descubrió que la única cena que me gustaba era el pollo rebozado y le costó aprender a cocinarlo, pero acabó siendo un especialista. Cada domingo, por la noche, disfrutábamos las pocas horas que pasábamos juntos, pero cuando llegaba a casa de mi madre, se repetía el mismo ritual de gritos e insultos, hasta que acabó por hacerme aborrecer el rebozado y a mi padre.

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