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domingo, 14 de septiembre de 2014

El nacimiento de un tirano



 

La primera vez que Inés vio la ecografía de su primer hijo se puso a llorar de emoción. Llevaba dos años casada cuando su marido y ella decidieron ser padres. ¡Tenían tantas ilusiones puestas en su futuro hijo! nada ni nadie iba a impedir que le dieran la mejor educación y  le compraran los mejores juguetes. Harían de su hijo una persona completamente feliz, serían modernos y abiertos.

A Inés le aterraba la idea de quedarse anticuada y no saber comprender a su hijo,  ella sería siempre moderna y no le pasaría como le había pasado a ella con sus padres y a su marido y a toda su generación, que los padres no comprendían casi  nada de lo que hacían y les obligaban a estudiar o trabajar sin darles un descanso no preguntarles que querían  hacer. No, eso nunca, sus hijos harían lo que ellos quisieran y con plena libertad, pero en todos los sentidos, porque acaso importa que te cases o no, seas pareja o no para convivir, al fin y al cabo el matrimonio es un mero tramite, lo que realmente importan es la libertad, siempre la libertad.

Inés se sorprendía muchas veces  pensando en todo lo que quería para su hijo y cada vez se reafirmaba más en sus pensamientos, comprensión y libertad eran sus palabras preferidas. Su marido estaba de acuerdo en todo, porque él formaba también parte de esa generación de personas  a las que no todo les estaba permitido. En su casa había normas y el que no las cumplía recibía un castigo.

 Los padres de José Luis hicieron muchos sacrificios para que sus hijos estudiaran como mínimo el BUP y después el que no quería seguir estudiando buscaba inmediatamente un trabajo porque sus padres, como los de los demás chicos de la época no hubieran permitido nunca que estuvieran en casa sin hacer nada. Incluso en los veranos el padre les buscaba pequeños trabajos fuera de casa, eso si lo aprobaban todo y si suspendían alguna asignatura, pasaban todas las mañanas de los meses de verano en la mesa del comedor estudiando para aprobar en septiembre. Sus hermanas ayudaban a su madre en las tareas de casa y si alguna se negaba, enseguida tenían que buscar algo que hacer, lo que nunca se permitía era el ocio constante.

José Luis pensaba igual que Inés con respecto a la educación de sus futuros hijos. Esa falta total de libertad que habían sufrido ellos en su juventud no podía ser buena para nada. Coartar la libertad de las personas era como no dejar fluir la esencia de las mismas.

José Luis era funcionario y tenía un buen sueldo. Inés trabajaba como dependienta en unos grandes almacenes. Antes de casarse compraron un piso y fueron amueblándolo poco a poco, todo lo que les permitía la hipoteca del piso.

Se casaron un sábado de primeros de Mayo, con todos los detalles del piso a punto y una gran ceremonia en la iglesia de su barrio. El vestido de Inés era caro, pero valió la pena por lo guapa que estaba. El banquete fue por todo lo alto, como si se tratara de los hijos de los condes del lujo. Todo Irian pagándolo poco a poco, ampliaron la hipoteca en cantidad y años y todo solucionado. Se fueron de viaje de novios a Paris.

El tiempo pasó rápido y antes que se dieran cuanta estaban de nuevo en casa y volviendo al trabajo. Él en la oficina y ella encaramada detrás de un mostrador más de ocho horas diarias, pero había que pagar la hipoteca, no había otro remedio que trabajar y si se terciaba hacer horas extras también.

Los fines de semana salían con los amigos o los recibían en casa en veladas interminables.

El tiempo pasó deprisa, dos años desde la boda, entonces decidieron tener un hijo por aquello de que un matrimonio sin hijos es como un jardín sin flores.

Cuando Inés estaba de apenas tres meses, ya habían comprado infinidad de cosas para el bebé. Ropa como para criar a trillizos, todo por docenas. Cuando estaba de cinco meses ya tenían la cuna, el carrito, la sillita para el coche, la cuna plegable para casa de los abuelos, mantitas por replicado. Montaron la habitación del bebé, pero antes tuvieran que sacar docenas de cajas donde había guardado el ajuar de Marcos, así se llamaría el niño.

Pintaron la habitación en colores claros, pusieron cuadros infantiles, cojines, peluches, juguetes y llenaron el armario con la ropa además de un mueble auxiliar pues en el armario empotrado no cabía todo.

Cuando marcos vino al mundo, no le faltaba ningún detalle necesario o banal que hubiera en el mercado, sus padres habían recorrido todas las tiendas de bebé de la ciudad y habían llenado la casa con los enseres de marcos.

Cuando la madre de Inés osó decirles que tenían ropa hasta que la criatura fuera a la universidad, les molestó tanto que Inés le contestó  una grosería.

Una madrugaba del mes de Mayo Inés empezó a sentir las primeras contracciones, faltaban aún unas semanas para el nacimiento, pero la criatura parecía tener prisa por nacer.

Al llegar al hospital las contracciones empezaron a ser más seguidas y ella creía que no podría aguantarlo, le dijo a la enfermera que le diera algo para el dolor y la enfermera se sonrió, al rato estaba desesperada y el médico le dijo que aún le faltaba un rato, Inés le dijo entre gritos que le hiciera la cesárea y acabara con esa tortura, el médico le dijo que no podía hacerle la cesárea porque todo estaba siguiendo su cauce normal y la intensidad de las contracciones eran también normales. Inés gritaba desesperada y el tiempo parecía no pasar. Por fin la cabeza de Marcos hizo aparición y seguidamente el cuerpo. Inés empezó z llorar de dolor y de emoción, ya tenía a su hijo entre los brazos y le parecía la cosa mas grande del mundo, con sus piececitos perfectos, sus manos pequeñas con unas uñas larguísimas y unos dedos iguales a los de su padre. Era la criatura más bonita y más perfecta del mundo y buena, era un niño tranquilo las primeras horas de vida, ni lloraba ni pedía comer, solo dormía.

Los primeros días de vida fueron tranquilos, pero al llegar a casa empezó a cambiar. Lloraba y lloraba todo el tiempo, lloraba después de las tomas y antes, por la mañana a medio día y, sobre todo, por las noches, el llanto llegaba a ser agobiante porque no les dejaba dormir ni a ellos ni a los vecinos. Ni dormir ni comer, ni vivir. Era desesperante el llanto del niño.

Después de las primeras semanas Inés y José Luis parecían sonámbulos, iban por la casa como dos autómatas y no tenían tiempo ni de comer. No podían salir a la calle porque el niño empezaba a berrear y todo el mundo los miraba.

Fueron pasando las semanas y el bebé empezó a calmarse, ya no lloraba tanto, pero se había acostumbrado a estar en los brazos y no quería que lo dejaran en la cuna ni para dormir, solo dormía en los  brazos de papá y mamá y agotados, como estaban, sucumbieron a la primera exigencias del niño. Después vendrían otras y    otras más, pero, por el momento, ya tenían suficiente.

El siguiente paso fue intentar que el niño durmiera en su cuna, pero fue inútil porque se acostumbró a dormir en la cama con papá y mamá, en medio y si de madrugada alguien se despertaba y hacia el intento de llevar al pequeño a su cuna, los gritos despertaban hasta  a los vecinos y así fueron tres durmiendo en la misma cama durante mucho tiempo.

Pronto llegó el día en que Inés tuvo que volver al trabajo, había agotado el permiso por maternidad, las vacaciones y algunos meses más que pidió a la empresa sin sueldo.

Ahora entraba en escena la madre de Inés que, ya jubilada de mocos, babas, cacas, inapetencias, caprichos  y  castigos tuvo que volver a la ardua tarea de criar un niño.

La mujer lo hizo lo mejor que supo y pudo, pero estaba deseando que el niño creciera un poco para llevarlo a la guardería, no entendía como un niño de corta edad podía dirigir la vida de todos los adultos que había a su alrededor. Si no quería comer no lo hacía, si no quería dormir tampoco y luego comía y dormía a deshoras trastornando la vida de los demás. Ella no era quién para reprimir al niño y si alguna vez lo hacía recibía miradas amenazantes de su hija.

 La abuela asistía, en silencio, al nacimiento de un nuevo tirano.

El primer día de guardería Marcos lloró como lo hacen todos los niños la primera vez que se alejan de su entorno, de su madre y de su casa. Entrar en una nueva etapa no debe ser fácil porque pasar de ser único a ser uno más infunde miedo y estar entre desconocidos lo es lo mismo que estar rodeado de caras que nos son familiares.

 Inés tenía claro que no podía seguir sacrificando a su madre con el cuidado de su hijo y también sabía que no podía dejar el trabajo porque tenía que pagar una hipoteca casi de por vida, aún menos su marido que era el que mayor sueldo aportaba a la casa.  A cambio tenía muchas cosas, un piso con todas las comodidades, los armarios llenos de ropa, zapatos, bolsos, un coche grande y potente y  la habitación de Marcos repleta de juguetes.

Tenía claro que el niño debía ir a la guardería, pero el primer día le dio tanta pena que , a pesar de haber cambiado el turno en el trabajo para acompañarle, volvió a casa con el. Ella no podía ser tan cruel como para dejarle llorando en la guardería en manos de unos desconocidos que además tenían que atender a muchos otros mientras su hijo lloraba o le pegaban o manchaba el pañal y lo dejaban así durante un rato, no y no, buscaría la manera de que el niño no tuviera que ir a la guardería.

La abuela siguió ocupándose de el hasta que su marido se puso enfermo y ya no pudo atenderlo. Ahora si, no hubo otro remedio que llevar a Marcos a la guardería. Lloró el primer día y el siguiente y todos los días durante un tiempo hasta que se acostumbró. Inés se sentía tan culpable del llanto de su hijo que luego era incapaz de negarle nada. A la hora de ir a dormir lo metía directamente entre ella y su marido, tenía que compensarlo como fuera por esos malos ratos que pasaba cada mañana al entrar en al guardería. Lo que ella no sabía era que el niño, nada más se cerraba la puerta, dejaba de llorar y se disponía a hacer la actividad del día.

Cuando Inés tenía turno de mañana, era su madre la que llevaba a Marcos a la guardería, como siempre se repetía el ritual del llanto, la abuela empezaba a estar cansada de que al niño le consintieran todo, incluso que cuando se enrabiara le pegara patadas a todos, incluida la abuela y la cuidadora de la guardería.   La mujer le advertía una y otra vez a su hija que no era bueno consentir todo al niño, que debían ponerle límites. Era entonces cuando se desencadenaban las discusiones porque Inés llegaba a casa cansada de trabajar y tenía que bregar con el  niño, solo le faltaba que su madre fuera diciéndole como tenía que educarle, como si ella hubiera sido en colmo de la comprensión o la panacea de la felicidad.

En navidad y en el cumpleaños de Marcos la casa se transformaba en el departamento de juguetes de unos grandes almacenes. El niño tenía de todo y en ocasiones repetido, pero no jugaba con nada, se entretenía sacando las cosas de los cajones de la cocina o  con los objetos de decoración de la casa.  A Inés le desesperaba esta actitud, pero no sabía como hacer para que el niño se entretuviera sin sacar las cosas de los cajones.

La madre de Inés insistía en que no debía comprarle al niño todo lo que pedía y más, lo que no pedía también. Entre otras cosas, la mujer sabía que no les sobraba el dinero y que pasaban horas y horas trabajando para darle al niño caprichos innecesarios, cosas que ni siquiera  lo entretenían, y ropa por toda la casa, grandes cantidades de ropa que era cara y que al niño se le quedaba pequeña pronto. La mujer no se cansaba de advertirle a su hija que no le hacía ningún bien al niño, siempre le aconsejaba a que abriera una libreta de ahorro y fuera poniendo el dinero en vez de comprarle tanto juguete y tanta ropa, pero Inés tenía que compensar a su hijo de alguna manera, sus largas jornadas de trabajo no le permitían estar con el niño y su marido salía del trabajo agotado y se iba a relajarse un rato a  jugando al futbol con los amigos. Los fines de semana eran para salir con los amigos y cargar las pilas. Dejaban a Marcos con su abuela y salían a cenar, al cine a bailar y el domingo por la mañana, cuando iban a buscar al niño a casa de la abuela, estaban tan agotados que no tenían ni un rato para dedicarle a su hijo, también tenían ellos derecho a disfrutar de al vida, no por ser padres se iban a acabar las relaciones sociales.

El tiempo pasaba y Marcos se convirtió en el rey de su casa, un rey de llanto fácil al que tapaban la boca al primer gemido, un rey tirano al que nadie le imponía ni una norma, porque poner normas a los niños es sinónimo de frustración y porque lo difícil es hacer entrar a un niño en razón y lo fácil dejarle hacer lo que el quiera  en cada momento.

Y llegó el primer día de colegio. Un buen colegio para que Marcos sea alguien el día de mañana, para que estudie, se forme y en un futuro tenga la vida resuelta, no como su madre, que se pasa  la vida trabajando detrás de un mostrador aguantando las impertinencias de la gente por un mísero sueldo. Marcos no será así, él tendrá una buena formación y un buen trabajo, ganará dinero y tendrá una casa grande  con armarios por todos sitios para guardar la ropa cara y los zapatos de piel, tendrá un ordenador último modelo del mercado, todas las comodidades que se puedan imaginar.  Además de un apartamento en al playa, viajará y tendrá todo para vivir como nunca sus padres soñaron. Tendrá una vida fácil.

 

Los primeros días de colegio, como el niño ya tenía experiencia, no fueron malos. Ni lloró ni extrañó  a nadie y su madre que, había cambiado el turno en el trabajo para acompañarlo en ese día tan importante, se fue contenta a casa. Llamó a su marido al trabajo y le dijo que tenían un encanto de niño, un hombrecito, ni una lágrima cuando la maestra les dijo que se pusieran en fila para entrar, incluso se había colado para ponerse el primero y dar la mano a la maestra, tenemos un modelo de hijo. Inés estaba contenta porque les había costado mucho a su marido y a ella que Marcos entrara en ese colegio donde iban los niños de las mejores familias de la zona.

Cuando Inés y su marido se interesaban por el niño y la maestra les decía que no quería participar en los juegos que hacían los demás niños y que siempre iba por libre, ellos pensaron que era un niño independiente y cuando la maestra les mandó una nota diciendo que Marcos pegaba a los demás niños y nunca atendía a razones, ellos pensaron que el niño sabia defenderse y no necesitaba ayuda para mostrar a los demás cual era su espacio.

Un tiempo después, cuando Marcos debía hacer sus primeros deberes escolares, se negaba, decía que le aburrían las letras y los números, que él solo quería jugar un rato con la consola. Sus padres le dejaban jugar un rato y otro y otro más, hasta que se le hacía  la hora de la cena y de ir a dormir y el niño no había hecho ni el dibujo que era lo que más gustaba a todos los niños. Los padres, agotad, dejaban los deberes por ese día, no podía ser tan importante escribir dos líneas y rellenar un dibujo. Más adelante, cuando realmente fueran importantes los deberes  ya se ocuparían de que los hiciera.

Y llegaba navidad y Marcos traía las notas con varias asignaturas suspendidas, pero era navidad, tiempo fraternidad, de compartir cenas y comidas con la familia, de comprar, comer hasta reventar e intercambiar regalos a los tíos, primos, sobrinos, abuelos y sobre todo hijos. No era ni mucho menos el momento de dejar al niño sin alguno de los regalos que le pedía en la carta a los reyes magos, no, al contrarío, era su hijo y los reyes magos buscaban hasta debajo de la tierra el dinero para comprar todo lo que Marcos pedía, incluso las cosas que “los reyes” sabían que nunca iba a usar, pero frustrar al niño justo en reyes era poco menos que un delito. Ya llegaría el momento de hacerle ver que no puede tener todo sin dar nada a cambio, pero este no lo era.

 Ni ese ni ninguno, pensaba la madre de Inés, que veía como su nieto iba camino del fracaso en el colegio.

Y llegó el verano y de nuevo Marcos suspendió hasta el recreo, pero no era culpa suya totalmente pues la maestra le tenía un poco de manía por lo espabilado que era. Eso lo decía Marcos siempre y al final iba a tener razón, porque si el niño era tan espabilado ¿porqué la maestra le suspendía tantas? Los padres estaban convencidos de que el curso siguiente seria diferente al cambiar de maestra.

En verano el niño se aburría con los abuelos, pero hasta las vacaciones de los padres allí pasaba las mañanas.

La abuela, que tenía una paciencia infinita, intentaba que Marcos hiciera los deberes, se sentaba con el y a duras penas conseguía que acabara unas sumas, cuando el niño se cansaba y la abuela insistía, él acababa por darle patadas en las piernas, el abuelo se enfurecía y le regañaba hasta que el niño acababa llorando, la abuela acabó por no quejarse cuando el niño le daba patadas por miedo a que su marido tomara medidas y tuvieran un disgusto con su hija y su yerno. Al final del verano las piernas de la abuela habían cambiado varias veces de color, pasando del morado al amarillo varias veces. Ella decía que se iba dando golpes en la cocina o con una silla o cualquier otra excusa menos decir la verdad a su marido. Para la mujer la situación era difícil porque sabía que al niño había que ponerles limites, pero estaba entre la espada y la pared porque si se quejaba su marido le decía que era culpa suya y si no decía nada sabía que el niño no iba por buen camino.

Pero el ivierno siguiente sería diferente porque apuntarían a Marcos a una academia de Ingles y se motivaría, iría dos tardes y otras tres a futbol que era lo que realmente le gustaba al niño.

Fue a la academia de ingles dos meses  porque el  niño decía que se aburría, pero sigue con el futbol a pesar de que ir a fútbol era la consecuencia de pasar primero por al academia de ingles, pero el niño tenia derecho a desahogarse, no iba a ser todo estudiar, le vendría bien tener actividad. Y así quedó el futuro de Marcos como dominador de una lengua tan importante como el inglés. Seguro que cuando comprendiera que saber ingles era imprescindible para su futuro, el mismo le pediría ir a clases de ingles. Esto pensaban sus padres.

Al poco tiempo Marcos quiso apuntarse a yudo como actividad extraescolar y a sus padres les pareció bien porque ocuparía las horas del inglés y así la abuela estaría descansada. Marcos confundió la disciplina del yudo con los golpes y empezó a practicar con los compañeros de clase que le caían mal. Esto no duró mucho porque a los tres meses estaba cansado de judo y lo dejó. No importaba, ya surgiría otra cosa que llamara la atención del  niño, algo habría que le acabaría gustando. Así fueron probando actividades hasta que se cansaron de gastar tiempo y dinero y decidieron suspender las actividades extraescolares.

 

Marcos llegó a la adolescencia siendo el rey de su clase, de su casa, de la calle y del mundo que lo rodeaba, nada ni nadie se le resistía después de haber repetido curso en varias ocasiones, eso si, siempre bajo la excusa de que los maestros le tenían manía, excusa que sus padres tomaron por cierta porque cuando iban a hablar con la maestra y ella les contaba todo lo que Marcos era capaz de hacer para zafarse de los deberes y para molestar al resto de la clase, para sus padres estaba claro que esa mujer tenía manía a su pequeño.

Hasta que un día la directora del centro los llamó para decirles que unos padres, hartos de que Marcos acosara a su hija, le iban a denunciar y el centro se vio en la obligación a no contar con el niño el siguiente curso. Los padres suplicaron a la directora, pero la mujer estaba cansada de tanto advertirles sin que ellos hicieran nada por cambiar el comportamiento agresivo de su hijo. Finalmente nadie denuncio nada porque el colegio expulsó a Marcos por una semana y  lo cambio de clase hasta que acabara el curso, faltaban dos meses para finalizar las clases.

Marcos, lejos de acobardarse, decidió vengarse de la niña y un día la esperó a la salida del colegio, la siguió hasta su casa diciéndole lo fea, gorda y aburrida que era y la amenazó con pegarle una paliza si se chivaba.

 La niña no dijo a nadie que Marcos nuevamente la había acosado, pero su vida fue un infierno a partir de ese día. Sentía un miedo enfermizo a encontrárselo en la calle, en el colegio, en cualquier sitio por lo que empezó a no salir de casa, solo al colegio.

El curso siguiente Marcos no siguió en el colegio, pero a la niña le hizo un mal que nunca podría superar por ella misma. Había estado acosándola desde los primeros cursos, ella era una chica normal, estudiante de buenas notas, con unos padres normales que le ponían normas, que la educaban y estaban pendientes de sus necesidades, pero que no le daban todo lo que pedía. Y así dejó Marcos una primera victima en su trayectoria hacía la tiranía.

 

El verano fue agitado porque los padres de Marcos discutían a menudo por los problemas que les acarreaba el tirano. Ellos discutían y se echaban la culpa uno al otro del problema que empezaba a ser su único hijo.

El verano llegó a su fin y Marcos debía empezar de nuevo el colegio. Sus padres se veían incapaces de controlarlo porque en verano había estado en plena libertad, llegando a casa tarde y durmiendo durante el día.

En septiembre empezó el nuevo  colegio y no habían pasado ni dos meses cuando llamaron a casa para decir que el chico no iba a clase la mayoría de los días.

Los padres acabaron por separarse y cada uno por su parte se liberó de los reproches del otro empezando así una nueva vida en la que poder disfrutar del tiempo perdido y eso hicieron, se ocuparon de ellos mismos, del tiempo libre que les quedaba dejando Marcos a solas con su tiranía.

Y como el siguiente curso no era obligatorio porque en chico ya tenía 16 años, ni empezó el colegio aunque, no tenía el graduado.

Mientras la madre trabajaba el chico dormía o jugaba en el ordenador, los días de fiesta le daban dinero para salir y si necesitaba algo ya se encargaba él de hacer culpables a sus padres para que uno u otro acabara por sucumbir y darle lo que pedía.

Marcos no hacía absolutamente nada, pero exigía a sus padres todo como responsables de él, de su vida y de su manutención.

Un día llegó la crisis y la madre se quedó en paro teniendo dificultades para llegar a fin de mes. La mujer tuvo que ponerse a limpiar casas por horas para que a su hijo no le faltara nada y así la mujer asumió toda la responsabilidad de la tiranía del hijo.

Y Marcos cumplió 30 años metido en casa sin hacer nada, enganchado al ordenador el móvil y los juegos.

 

 

 

 

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