La primera vez que Inés vio
la ecografía de su primer hijo se puso a llorar de emoción. Llevaba dos años
casada cuando su marido y ella decidieron ser padres. ¡Tenían tantas ilusiones
puestas en su futuro hijo! nada ni nadie iba a impedir que le dieran la mejor educación
y le compraran los mejores juguetes.
Harían de su hijo una persona completamente feliz, serían modernos y abiertos.
A Inés le aterraba la idea de
quedarse anticuada y no saber comprender a su hijo, ella sería siempre moderna y no le pasaría
como le había pasado a ella con sus padres y a su marido y a toda su generación,
que los padres no comprendían casi nada
de lo que hacían y les obligaban a estudiar o trabajar sin darles un descanso
no preguntarles que querían hacer. No,
eso nunca, sus hijos harían lo que ellos quisieran y con plena libertad, pero
en todos los sentidos, porque acaso importa que te cases o no, seas pareja o no
para convivir, al fin y al cabo el matrimonio es un mero tramite, lo que
realmente importan es la libertad, siempre la libertad.
Inés se sorprendía muchas
veces pensando en todo lo que quería
para su hijo y cada vez se reafirmaba más en sus pensamientos, comprensión y
libertad eran sus palabras preferidas. Su marido estaba de acuerdo en todo,
porque él formaba también parte de esa generación de personas a las que no todo les estaba permitido. En su
casa había normas y el que no las cumplía recibía un castigo.
Los padres de José Luis hicieron muchos
sacrificios para que sus hijos estudiaran como mínimo el BUP y después el que
no quería seguir estudiando buscaba inmediatamente un trabajo porque sus
padres, como los de los demás chicos de la época no hubieran permitido nunca
que estuvieran en casa sin hacer nada. Incluso en los veranos el padre les
buscaba pequeños trabajos fuera de casa, eso si lo aprobaban todo y si
suspendían alguna asignatura, pasaban todas las mañanas de los meses de verano
en la mesa del comedor estudiando para aprobar en septiembre. Sus hermanas
ayudaban a su madre en las tareas de casa y si alguna se negaba, enseguida
tenían que buscar algo que hacer, lo que nunca se permitía era el ocio
constante.
José
Luis pensaba igual que Inés con respecto a la educación de sus futuros hijos.
Esa falta total de libertad que habían sufrido ellos en su juventud no podía
ser buena para nada. Coartar la libertad de las personas era como no dejar
fluir la esencia de las mismas.
José Luis era funcionario y
tenía un buen sueldo. Inés trabajaba como dependienta en unos grandes
almacenes. Antes de casarse compraron un piso y fueron amueblándolo poco a
poco, todo lo que les permitía la hipoteca del piso.
Se casaron un sábado de
primeros de Mayo, con todos los detalles del piso a punto y una gran ceremonia
en la iglesia de su barrio. El vestido de Inés era caro, pero valió la pena por
lo guapa que estaba. El banquete fue por todo lo alto, como si se tratara de
los hijos de los condes del lujo. Todo Irian pagándolo poco a poco, ampliaron
la hipoteca en cantidad y años y todo solucionado. Se fueron de viaje de novios
a Paris.
El tiempo pasó rápido y antes
que se dieran cuanta estaban de nuevo en casa y volviendo al trabajo. Él en la
oficina y ella encaramada detrás de un mostrador más de ocho horas diarias,
pero había que pagar la hipoteca, no había otro remedio que trabajar y si se
terciaba hacer horas extras también.
Los fines de semana salían
con los amigos o los recibían en casa en veladas interminables.
El tiempo pasó deprisa, dos
años desde la boda, entonces decidieron tener un hijo por aquello de que un
matrimonio sin hijos es como un jardín sin flores.
Cuando Inés estaba de apenas
tres meses, ya habían comprado infinidad de cosas para el bebé. Ropa como para
criar a trillizos, todo por docenas. Cuando estaba de cinco meses ya tenían la
cuna, el carrito, la sillita para el coche, la cuna plegable para casa de los
abuelos, mantitas por replicado. Montaron la habitación del bebé, pero antes
tuvieran que sacar docenas de cajas donde había guardado el ajuar de Marcos,
así se llamaría el niño.
Pintaron la habitación en
colores claros, pusieron cuadros infantiles, cojines, peluches, juguetes y
llenaron el armario con la ropa además de un mueble auxiliar pues en el armario
empotrado no cabía todo.
Cuando marcos vino al mundo,
no le faltaba ningún detalle necesario o banal que hubiera en el mercado, sus
padres habían recorrido todas las tiendas de bebé de la ciudad y habían llenado
la casa con los enseres de marcos.
Cuando la madre de Inés osó
decirles que tenían ropa hasta que la criatura fuera a la universidad, les
molestó tanto que Inés le contestó una
grosería.
Una madrugaba del mes de Mayo
Inés empezó a sentir las primeras contracciones, faltaban aún unas semanas para
el nacimiento, pero la criatura parecía tener prisa por nacer.
Al llegar al hospital las
contracciones empezaron a ser más seguidas y ella creía que no podría
aguantarlo, le dijo a la enfermera que le diera algo para el dolor y la
enfermera se sonrió, al rato estaba desesperada y el médico le dijo que aún le faltaba
un rato, Inés le dijo entre gritos que le hiciera la cesárea y acabara con esa
tortura, el médico le dijo que no podía hacerle la cesárea porque todo estaba
siguiendo su cauce normal y la intensidad de las contracciones eran también
normales. Inés gritaba desesperada y el tiempo parecía no pasar. Por fin la
cabeza de Marcos hizo aparición y seguidamente el cuerpo. Inés empezó z llorar
de dolor y de emoción, ya tenía a su hijo entre los brazos y le parecía la cosa
mas grande del mundo, con sus piececitos perfectos, sus manos pequeñas con unas
uñas larguísimas y unos dedos iguales a los de su padre. Era la criatura más bonita
y más perfecta del mundo y buena, era un niño tranquilo las primeras horas de
vida, ni lloraba ni pedía comer, solo dormía.
Los primeros días de vida fueron
tranquilos, pero al llegar a casa empezó a cambiar. Lloraba y lloraba todo el
tiempo, lloraba después de las tomas y antes, por la mañana a medio día y,
sobre todo, por las noches, el llanto llegaba a ser agobiante porque no les
dejaba dormir ni a ellos ni a los vecinos. Ni dormir ni comer, ni vivir. Era
desesperante el llanto del niño.
Después de las primeras
semanas Inés y José Luis parecían sonámbulos, iban por la casa como dos
autómatas y no tenían tiempo ni de comer. No podían salir a la calle porque el
niño empezaba a berrear y todo el mundo los miraba.
Fueron pasando las semanas y
el bebé empezó a calmarse, ya no lloraba tanto, pero se había acostumbrado a
estar en los brazos y no quería que lo dejaran en la cuna ni para dormir, solo
dormía en los brazos de papá y mamá y
agotados, como estaban, sucumbieron a la primera exigencias del niño. Después
vendrían otras y otras más, pero, por
el momento, ya tenían suficiente.
El siguiente paso fue
intentar que el niño durmiera en su cuna, pero fue inútil porque se acostumbró
a dormir en la cama con papá y mamá, en medio y si de madrugada alguien se
despertaba y hacia el intento de llevar al pequeño a su cuna, los gritos
despertaban hasta a los vecinos y así
fueron tres durmiendo en la misma cama durante mucho tiempo.
Pronto llegó el día en que
Inés tuvo que volver al trabajo, había agotado el permiso por maternidad, las
vacaciones y algunos meses más que pidió a la empresa sin sueldo.
Ahora entraba en escena la
madre de Inés que, ya jubilada de mocos, babas, cacas, inapetencias,
caprichos y castigos tuvo que volver a la ardua tarea de
criar un niño.
La mujer lo hizo lo mejor que
supo y pudo, pero estaba deseando que el niño creciera un poco para llevarlo a
la guardería, no entendía como un niño de corta edad podía dirigir la vida de
todos los adultos que había a su alrededor. Si no quería comer no lo hacía, si
no quería dormir tampoco y luego comía y dormía a deshoras trastornando la vida
de los demás. Ella no era quién para reprimir al niño y si alguna vez lo hacía recibía
miradas amenazantes de su hija.
La abuela asistía, en silencio, al nacimiento
de un nuevo tirano.
El primer día de guardería Marcos
lloró como lo hacen todos los niños la primera vez que se alejan de su entorno,
de su madre y de su casa. Entrar en una nueva etapa no debe ser fácil porque
pasar de ser único a ser uno más infunde miedo y estar entre desconocidos lo es
lo mismo que estar rodeado de caras que nos son familiares.
Inés tenía claro que no podía seguir sacrificando
a su madre con el cuidado de su hijo y también sabía que no podía dejar el
trabajo porque tenía que pagar una hipoteca casi de por vida, aún menos su
marido que era el que mayor sueldo aportaba a la casa. A cambio tenía muchas cosas, un piso con
todas las comodidades, los armarios llenos de ropa, zapatos, bolsos, un coche
grande y potente y la habitación de Marcos
repleta de juguetes.
Tenía claro que el niño debía
ir a la guardería, pero el primer día le dio tanta pena que , a pesar de haber
cambiado el turno en el trabajo para acompañarle, volvió a casa con el. Ella no
podía ser tan cruel como para dejarle llorando en la guardería en manos de unos
desconocidos que además tenían que atender a muchos otros mientras su hijo
lloraba o le pegaban o manchaba el pañal y lo dejaban así durante un rato, no y
no, buscaría la manera de que el niño no tuviera que ir a la guardería.
La abuela siguió ocupándose de
el hasta que su marido se puso enfermo y ya no pudo atenderlo. Ahora si, no
hubo otro remedio que llevar a Marcos a la guardería. Lloró el primer día y el
siguiente y todos los días durante un tiempo hasta que se acostumbró. Inés se
sentía tan culpable del llanto de su hijo que luego era incapaz de negarle
nada. A la hora de ir a dormir lo metía directamente entre ella y su marido,
tenía que compensarlo como fuera por esos malos ratos que pasaba cada mañana al
entrar en al guardería. Lo que ella no sabía era que el niño, nada más se
cerraba la puerta, dejaba de llorar y se disponía a hacer la actividad del día.
Cuando Inés tenía turno de
mañana, era su madre la que llevaba a Marcos a la guardería, como siempre se
repetía el ritual del llanto, la abuela empezaba a estar cansada de que al niño
le consintieran todo, incluso que cuando se enrabiara le pegara patadas a todos,
incluida la abuela y la cuidadora de la guardería. La mujer le advertía una y otra vez a su
hija que no era bueno consentir todo al niño, que debían ponerle límites. Era
entonces cuando se desencadenaban las discusiones porque Inés llegaba a casa
cansada de trabajar y tenía que bregar con el
niño, solo le faltaba que su madre fuera diciéndole como tenía que
educarle, como si ella hubiera sido en colmo de la comprensión o la panacea de
la felicidad.
En navidad y en el cumpleaños
de Marcos la casa se transformaba en el departamento de juguetes de unos
grandes almacenes. El niño tenía de todo y en ocasiones repetido, pero no
jugaba con nada, se entretenía sacando las cosas de los cajones de la cocina
o con los objetos de decoración de la
casa. A Inés le desesperaba esta
actitud, pero no sabía como hacer para que el niño se entretuviera sin sacar
las cosas de los cajones.
La madre de Inés insistía en
que no debía comprarle al niño todo lo que pedía y más, lo que no pedía
también. Entre otras cosas, la mujer sabía que no les sobraba el dinero y que
pasaban horas y horas trabajando para darle al niño caprichos innecesarios,
cosas que ni siquiera lo entretenían, y
ropa por toda la casa, grandes cantidades de ropa que era cara y que al niño se
le quedaba pequeña pronto. La mujer no se cansaba de advertirle a su hija que
no le hacía ningún bien al niño, siempre le aconsejaba a que abriera una
libreta de ahorro y fuera poniendo el dinero en vez de comprarle tanto juguete
y tanta ropa, pero Inés tenía que compensar a su hijo de alguna manera, sus
largas jornadas de trabajo no le permitían estar con el niño y su marido salía
del trabajo agotado y se iba a relajarse un rato a jugando al futbol con los amigos. Los fines
de semana eran para salir con los amigos y cargar las pilas. Dejaban a Marcos
con su abuela y salían a cenar, al cine a bailar y el domingo por la mañana,
cuando iban a buscar al niño a casa de la abuela, estaban tan agotados que no
tenían ni un rato para dedicarle a su hijo, también tenían ellos derecho a
disfrutar de al vida, no por ser padres se iban a acabar las relaciones
sociales.
El tiempo pasaba y Marcos se
convirtió en el rey de su casa, un rey de llanto fácil al que tapaban la boca
al primer gemido, un rey tirano al que nadie le imponía ni una norma, porque
poner normas a los niños es sinónimo de frustración y porque lo difícil es
hacer entrar a un niño en razón y lo fácil dejarle hacer lo que el quiera en cada momento.
Y llegó el primer día de
colegio. Un buen colegio para que Marcos sea alguien el día de mañana, para que
estudie, se forme y en un futuro tenga la vida resuelta, no como su madre, que
se pasa la vida trabajando detrás de un
mostrador aguantando las impertinencias de la gente por un mísero sueldo.
Marcos no será así, él tendrá una buena formación y un buen trabajo, ganará
dinero y tendrá una casa grande con
armarios por todos sitios para guardar la ropa cara y los zapatos de piel,
tendrá un ordenador último modelo del mercado, todas las comodidades que se
puedan imaginar. Además de un
apartamento en al playa, viajará y tendrá todo para vivir como nunca sus padres
soñaron. Tendrá una vida fácil.
Los primeros días de colegio,
como el niño ya tenía experiencia, no fueron malos. Ni lloró ni extrañó a nadie y su madre que, había cambiado el
turno en el trabajo para acompañarlo en ese día tan importante, se fue contenta
a casa. Llamó a su marido al trabajo y le dijo que tenían un encanto de niño,
un hombrecito, ni una lágrima cuando la maestra les dijo que se pusieran en
fila para entrar, incluso se había colado para ponerse el primero y dar la mano
a la maestra, tenemos un modelo de hijo. Inés estaba contenta porque les había
costado mucho a su marido y a ella que Marcos entrara en ese colegio donde iban
los niños de las mejores familias de la zona.
Cuando Inés y su marido se
interesaban por el niño y la maestra les decía que no quería participar en los
juegos que hacían los demás niños y que siempre iba por libre, ellos pensaron
que era un niño independiente y cuando la maestra les mandó una nota diciendo
que Marcos pegaba a los demás niños y nunca atendía a razones, ellos pensaron
que el niño sabia defenderse y no necesitaba ayuda para mostrar a los demás
cual era su espacio.
Un tiempo después, cuando
Marcos debía hacer sus primeros deberes escolares, se negaba, decía que le
aburrían las letras y los números, que él solo quería jugar un rato con la
consola. Sus padres le dejaban jugar un rato y otro y otro más, hasta que se le
hacía la hora de la cena y de ir a
dormir y el niño no había hecho ni el dibujo que era lo que más gustaba a todos
los niños. Los padres, agotad, dejaban los deberes por ese día, no podía ser
tan importante escribir dos líneas y rellenar un dibujo. Más adelante, cuando
realmente fueran importantes los deberes ya se ocuparían de que los hiciera.
Y llegaba navidad y Marcos
traía las notas con varias asignaturas suspendidas, pero era navidad, tiempo
fraternidad, de compartir cenas y comidas con la familia, de comprar, comer
hasta reventar e intercambiar regalos a los tíos, primos, sobrinos, abuelos y
sobre todo hijos. No era ni mucho menos el momento de dejar al niño sin alguno
de los regalos que le pedía en la carta a los reyes magos, no, al contrarío,
era su hijo y los reyes magos buscaban hasta debajo de la tierra el dinero para
comprar todo lo que Marcos pedía, incluso las cosas que “los reyes” sabían que
nunca iba a usar, pero frustrar al niño justo en reyes era poco menos que un
delito. Ya llegaría el momento de hacerle ver que no puede tener todo sin dar
nada a cambio, pero este no lo era.
Ni ese ni ninguno, pensaba la madre de Inés,
que veía como su nieto iba camino del fracaso en el colegio.
Y llegó el verano y de nuevo
Marcos suspendió hasta el recreo, pero no era culpa suya totalmente pues la
maestra le tenía un poco de manía por lo espabilado que era. Eso lo decía
Marcos siempre y al final iba a tener razón, porque si el niño era tan
espabilado ¿porqué la maestra le suspendía tantas? Los padres estaban
convencidos de que el curso siguiente seria diferente al cambiar de maestra.
En verano el niño se aburría
con los abuelos, pero hasta las vacaciones de los padres allí pasaba las
mañanas.
La abuela, que tenía una
paciencia infinita, intentaba que Marcos hiciera los deberes, se sentaba con el
y a duras penas conseguía que acabara unas sumas, cuando el niño se cansaba y
la abuela insistía, él acababa por darle patadas en las piernas, el abuelo se
enfurecía y le regañaba hasta que el niño acababa llorando, la abuela acabó por
no quejarse cuando el niño le daba patadas por miedo a que su marido tomara
medidas y tuvieran un disgusto con su hija y su yerno. Al final del verano las
piernas de la abuela habían cambiado varias veces de color, pasando del morado
al amarillo varias veces. Ella decía que se iba dando golpes en la cocina o con
una silla o cualquier otra excusa menos decir la verdad a su marido. Para la
mujer la situación era difícil porque sabía que al niño había que ponerles limites,
pero estaba entre la espada y la pared porque si se quejaba su marido le decía
que era culpa suya y si no decía nada sabía que el niño no iba por buen camino.
Pero el ivierno siguiente
sería diferente porque apuntarían a Marcos a una academia de Ingles y se
motivaría, iría dos tardes y otras tres a futbol que era lo que realmente le
gustaba al niño.
Fue a la academia de ingles
dos meses porque el niño decía que se aburría, pero sigue con el
futbol a pesar de que ir a fútbol era la consecuencia de pasar primero por al
academia de ingles, pero el niño tenia derecho a desahogarse, no iba a ser todo
estudiar, le vendría bien tener actividad. Y así quedó el futuro de Marcos como
dominador de una lengua tan importante como el inglés. Seguro que cuando
comprendiera que saber ingles era imprescindible para su futuro, el mismo le
pediría ir a clases de ingles. Esto pensaban sus padres.
Al poco tiempo Marcos quiso
apuntarse a yudo como actividad extraescolar y a sus padres les pareció bien
porque ocuparía las horas del inglés y así la abuela estaría descansada. Marcos
confundió la disciplina del yudo con los golpes y empezó a practicar con los
compañeros de clase que le caían mal. Esto no duró mucho porque a los tres
meses estaba cansado de judo y lo dejó. No importaba, ya surgiría otra cosa que
llamara la atención del niño, algo
habría que le acabaría gustando. Así fueron probando actividades hasta que se
cansaron de gastar tiempo y dinero y decidieron suspender las actividades
extraescolares.
Marcos llegó a la
adolescencia siendo el rey de su clase, de su casa, de la calle y del mundo que
lo rodeaba, nada ni nadie se le resistía después de haber repetido curso en
varias ocasiones, eso si, siempre bajo la excusa de que los maestros le tenían manía,
excusa que sus padres tomaron por cierta porque cuando iban a hablar con la
maestra y ella les contaba todo lo que Marcos era capaz de hacer para zafarse
de los deberes y para molestar al resto de la clase, para sus padres estaba
claro que esa mujer tenía manía a su pequeño.
Hasta que un día la directora
del centro los llamó para decirles que unos padres, hartos de que Marcos
acosara a su hija, le iban a denunciar y el centro se vio en la obligación a no
contar con el niño el siguiente curso. Los padres suplicaron a la directora,
pero la mujer estaba cansada de tanto advertirles sin que ellos hicieran nada
por cambiar el comportamiento agresivo de su hijo. Finalmente nadie denuncio
nada porque el colegio expulsó a Marcos por una semana y lo cambio de clase hasta que acabara el
curso, faltaban dos meses para finalizar las clases.
Marcos, lejos de acobardarse,
decidió vengarse de la niña y un día la esperó a la salida del colegio, la
siguió hasta su casa diciéndole lo fea, gorda y aburrida que era y la amenazó
con pegarle una paliza si se chivaba.
La niña no dijo a nadie que Marcos nuevamente
la había acosado, pero su vida fue un infierno a partir de ese día. Sentía un
miedo enfermizo a encontrárselo en la calle, en el colegio, en cualquier sitio
por lo que empezó a no salir de casa, solo al colegio.
El curso siguiente Marcos no
siguió en el colegio, pero a la niña le hizo un mal que nunca podría superar
por ella misma. Había estado acosándola desde los primeros cursos, ella era una
chica normal, estudiante de buenas notas, con unos padres normales que le
ponían normas, que la educaban y estaban pendientes de sus necesidades, pero
que no le daban todo lo que pedía. Y así dejó Marcos una primera victima en su
trayectoria hacía la tiranía.
El verano fue agitado porque
los padres de Marcos discutían a menudo por los problemas que les acarreaba el
tirano. Ellos discutían y se echaban la culpa uno al otro del problema que
empezaba a ser su único hijo.
El verano llegó a su fin y
Marcos debía empezar de nuevo el colegio. Sus padres se veían incapaces de
controlarlo porque en verano había estado en plena libertad, llegando a casa
tarde y durmiendo durante el día.
En septiembre empezó el nuevo
colegio y no habían pasado ni dos meses
cuando llamaron a casa para decir que el chico no iba a clase la mayoría de los
días.
Los padres acabaron por
separarse y cada uno por su parte se liberó de los reproches del otro empezando
así una nueva vida en la que poder disfrutar del tiempo perdido y eso hicieron,
se ocuparon de ellos mismos, del tiempo libre que les quedaba dejando Marcos a
solas con su tiranía.
Y como el siguiente curso no
era obligatorio porque en chico ya tenía 16 años, ni empezó el colegio aunque,
no tenía el graduado.
Mientras la madre trabajaba
el chico dormía o jugaba en el ordenador, los días de fiesta le daban dinero
para salir y si necesitaba algo ya se encargaba él de hacer culpables a sus
padres para que uno u otro acabara por sucumbir y darle lo que pedía.
Marcos no hacía absolutamente
nada, pero exigía a sus padres todo como responsables de él, de su vida y de su
manutención.
Un día llegó la crisis y la
madre se quedó en paro teniendo dificultades para llegar a fin de mes. La mujer
tuvo que ponerse a limpiar casas por horas para que a su hijo no le faltara
nada y así la mujer asumió toda la responsabilidad de la tiranía del hijo.
Y Marcos cumplió 30 años
metido en casa sin hacer nada, enganchado al ordenador el móvil y los juegos.
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