Con la suave yema de su dedo.
Mi vecina del tercero era escandalosamente
guapa.
Whatsappeaba y retozaba con otros chicos mientras subíamos en el ascensor y me ignoraba.
Llegaba al tercero y salía sin mirarme.
Por fin, a mis cuarenta años, mis padres me regalaron un móvil
moderno. Mi vecina me miró por primera vez cuando le pedí su número, lo hizo
con una mirada condescendiente, como quien
mira a un niño disminuido.
Ni una vez contestó mis mensajes.
Una noche la esperé,
me la llevé al cuarto de los contadores y todo sucedió en unos momentos. Limpié
cuidadosamente los restos de ese líquido espeso que salió de su dedo y le robé
el móvil.
Con la suave yema
de su dedo índice entre los míos escribí tiernas frases de amor que recibí
después en mi móvil cuando me conecté al wifi.
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