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martes, 18 de febrero de 2014


Al otro lado de la vida.

 Te dije que me esperaras en el cielo, que por muchos años que te sobreviviera, no rompería la promesa, y aquí estoy, delante del ordenador, porque aunque tú no lo sepas, nada es como era. Ya no se utiliza el papel para escribir, las cartas han dado paso al correo electrónico y al teclado del ordenador, y los sellos, que tanto te gustaban, ya apenas se usan. Han pasado cuarenta años, o quizá más. Las fechas empiezan a confundirse en mi memoria y de lo único que estoy segura es de que nunca más he vuelto a creer en el amor. Sólo en el tuyo, en el mío, en nuestra promesa. Hoy he decidido escribirte, como lo hacía entonces, durante tus ausencias. Por si mis palabras te llegan, por si es verdad que estás ahí, esperándome. Quería decirte que la vida empieza a parecerme larga y pesada, demasiado dura y triste. Empiezo a pensar que nada es como era, que los cambios aquí, en este mundo, son cada vez más radicales, que no entiendo nada y que no se si seré capaz de aguantar hasta el final de mis días. Ya sé que cuarenta años no son nada comparados con la eternidad que viviremos juntos, pero esto tienes peores trazas cada día. No sólo han cambiado nuestros amigos, la familia y la manera de vivir y comunicarse de la gente, ha cambiado casi todo y yo también, mucho, no sabes cómo. Por primera vez en mi vida tengo miedo, un miedo extrañó que me quita el sueño y hace que desconfié de ti y de mí, de nuestra promesa. Antes, durante muchos años, soñaba contigo casi cada noche, y me gustaba tanto que no quería despertar. Si me hubiera sobrevenido la muerte estando tan cerca de ti hubiera sido feliz, pero no siempre es posible que los sueños se hagan realidad. Nadie, durante todos estos años, ha vuelto a besar mis labios, ni a susurrarme palabras al oído, ni a ofrecerme rosas amarillas, mis preferidas, ¿te acuerdas? No he dejado que el amor se acercara porque siempre estabas tú ahí, presente en mi vida. Hablando en susurros, daría cualquier cosa por volver a oír tu voz !hace tanto tiempo que olvidé tu tono!. Me da vergüenza decirte ciertas cosas, pero debo ser sincera, porque nuestro amor estará siempre por encima de todo, así me lo dijiste y así lo creo. Por eso quiero decirte que de vez en cuando tengo que mirar tu fotografía, aquella en blanco y negro que nos hicimos mientras paseábamos por el parque, si, esa que estaba un poco borrosa y el fotógrafo nos rebajó el precio, pues tengo que mirarla porque las facciones de tu cara se me olvidan, se borran de mi memoria, como si no fueras el único y auténtico amor de mi vida. Lo siento mucho, pero eso no depende de mí, los años han pasado y por más que he querido conservarme para ti, han pasado inexorables y dejan la huella de la vejez, esa que alcanza a todos los que seguimos en este mundo, y ese es mi miedo…..no sé cómo decírtelo para que lo comprendas. La semana pasada estuve tentada de hacerle una visita al cirujano plástico, todas mis amigas han pasado por él. Perdona, he olvidado decirte que ahora si quieres puede parecer que tienes cuarenta años aunque tengas setenta. Eso ya te lo explicaré otro día. No es magia ni nada que se le parezca, es la modernidad. Estamos casi consiguiendo que la juventud se alargue. Al final no he ido y no porque no lo necesite, sino porque tengo una gran duda. Si me arreglo la cara quizá pareceré más joven, como cuando éramos novios, quizá pueda también quitarme algunos kilos, pero siempre he pensado que a mis amigas se les notan los años, no en la cara, que también porque parecen momias, se les nota en la manera de caminar. Ahí sí que no hay cirujano que haga milagros, por eso dudo en rejuvenecer mi aspecto. Nosotros éramos jóvenes y teníamos un gran proyecto de futuro, pero tu enfermedad nos arruinó la vida. Acabó de golpe con nuestras ilusiones. Lo peor de todo es que ahora tu enfermedad quizá hubiera tenido cura, mucha gente se cura de cáncer, entonces apenas había tratamientos. Lo peor fue el último día, cuando me cogiste ambas manos y con un gran gesto de entereza me hiciste prometer que no habría otro hombre en mi vida, que nuestro amor sería único hasta que nos encontráramos de nuevo al otro lado de la vida. Yo era joven e ingenua y te dije que me esperaras en el cielo. Después de pronunciar mis últimas palabras te fuiste entre mis brazos, recogí los últimos estertores de tu muerte y sellé mis labios con la promesa dentro. Los días siguientes fueron terribles, nada podía consolar mi pena y quise morir para reunirme contigo y dejar de sentir ese profundo vacío. Poco a poco y sin darme cuenta el tiempo pasó y cuando empecé a pensar qué había sido de mi vida me di cuenta de que ya había pasado, de que ya era vieja y me había perdido todo. Pero eso no es lo peor y sé que tengo que decirte lo que realmente me preocupa, aunque sea lo último que haga en mi vida. Tengo un miedo terrible a morir, no, no porque sienta que me quede algo por vivir. No, mi miedo no es otro que morir y encontrarte al otro lado de la vida y que tú seas el mismo, aquel joven guapo, moreno de ojos verdes y cuerpo perfecto y yo sea la vieja patética de carne flácida y arrugada que soy, y que no me reconozcas  y que pases cerca de mi sin advertir que soy yo, la que ha esperado durante todos estos años para volver a encontrarse contigo. Porque tú tenías apenas treinta años y yo ya tengo setenta.

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