1ª parte.
Mi amiga lola acaba de cumplir 53 años y
está indignada con el mundo entero.
Cumplir años le sienta mal y creo que empieza a tener algún síntoma delírium trémens.
Todo empezó hace unos años, cuando
íbamos paseando por la calle y de pronto se paraba delante de un contenedor de
basura y empezaba a mirar con cierta irritación lo que la gente tiraba. Decía
que nos habíamos vuelto todos ricos y que se notaba en las cosas que tirábamos.
No podía ver con resignación que se tiraran muebles, ropa, libros, comida y
todo tipo de objetos nuevos. Al momento parecía olvidársele, pero de pronto, en
el momento menos esperado y el sitio más inoportuno empezaba a dar argumentos y
opiniones sobre cosas que eran ajenas a ella.
Un día, estábamos bañándonos
tranquilamente en la playa y se quedó
mirando la arena desde dentro. Yo sabía que algo le pasaba por la cabeza, pero
no le preguntaba porque sabía que le
saldría su vena de indignada. Tardó pocos minutos en decir que miraba al fondo,
donde antes apenas había unos chalets y algún que otro apartamento de verano y
en ese momento la costa estaba copada por las grúas de construcciones.
-“¿te das cuenta? nos están llenado el
litoral de edificios y dentro de poco va a cambiar y esto parecerá una gran
urbe llena de feas edificaciones”- me dijo y miraba embelesada ese mar de grúas
que afeaban la costa desde el mar.
Yo no sabía que responder y asentía con la cabeza, en realidad no entendía que mi
amiga estuviera contra el progreso. Estaba en contra de tantas cosas que a
veces no me atrevía a hacerla participe
de algunos asuntos.
Un día le dije que íbamos a pedir un
préstamo al banco para comprar un apartamento en la playa y no me dijo nada,
pero con su aptitud yo sabía que desaprobaba ese tipo de iniciativas, no le
gustaba que la gente progresara, estaba segura de ello. Al poco tiempo,
mientras tomábamos café con otras amigas sacó el tema de las hipotecas, de los
prestamos que pedía la gente para para irse de viaje, para mejorar su vivienda
o para cualquier otra cosa. Ella, por descontado, estaba en contra y decía que
hay que tener los pies en el suelo y la cabeza fría porque al fin y al cabo hay
que pagar todo lo que el banco presta. Yo le contesté, algo irritado, que si el
banco te ofrece dinero será porque es lícito. Lola me sacaba de quicio un día
sí y otro también, no veía nada positivo en el progreso de los demás y tenía
una actitud malsana contra todo lo que estaba pasando en los últimos años.
Parecía tener en vez de cincuenta, cien años, ni mi abuela hubiera tenido unos
argumentos tan retrógrados.
El delíriun de mi amiga Lola.
2ª parte.
Salir de compras con lola era
complicado, casi un martirio. Decía que
no le gustaba y si no hubiera sido porque
yo sabía que su economía no era mala, hubiera pensado que estaba casi en
la indigencia. No encontraba otra razón a que no le gustara comprar, era la
primera mujer que había conocido a la que realmente no le gustaba.
Decía que nos controlaban, que la
publicidad nos manipulaba para hacernos creer que necesitábamos las cosas que
realmente no necesitábamos. Decía también que nos hacían creer que éramos más felices por tener más cosas y que
eso no era verdad, que, ahora que todos parecimos ricos, no veía que la gente
fuera más feliz que antes, cuando éramos pequeñas y apenas teníamos lo justo
para sobrevivir.
A veces estaba tentada de prescindir de
ella porque cada día que pasaba entendía menos su actitud ante la vida, ahora
que todos vivíamos bien, que el país progresaba día a día y apenas había
distinciones entre unos y otros, habíamos empezado a formar parte de una gran
clase media donde todos teníamos las mismas posibilidades de mejorar nuestras
vidas. Ella que había sido tan moderna, tan rompedora con lo establecido, con
el sistema, con lo injusto.
-¿Qué pretendía, ahora que vivíamos el
mejor momento de la historia?
Por más que intentaba ver a través de
sus ojos no la entendía.
Había algo que me unía a ella desde los
primeros años de colegio, pero veía alejarse nuestra amistad y no por falta de
cariño, era algo complicado de describir.
Llegué a pensar que realmente estaba
perdiendo el norte y me preocupaba que no disfrutara de “esa locura colectiva
de consumo” como llamaba ella a salir de compras.
Tampoco entiendo por qué me acompañaba,
si tanto odiaba salir de compras, quizá
se sentía obligada porque yo la acompañaba siempre que me lo pedía.
3ª parte.
Cuando éramos jóvenes.
Ya de niña,
mi amiga lola apuntaba maneras. Dejó de ir a misa Cuando todas aun lo hacíamos.
Más tarde, en la adolescencia, ella era
más rebelde que ninguna y se empeñaba en hacer cosas poco corrientes.
Una vez, siendo ya adolescente fuimos a
la playa y ella, sin pensarlo dos veces, se quitó el sujetador del bikini, las
demás amigas nos quedamos asombradas, en aquella época solo lo hacían las
chicas muy liberales, por lo visto mi amiga ya lo era. Ella iba siempre por
delante en todas las modas, igual se quitaba el bikini en la playa que no
llevaba sujetador o fumaba tabaco negro igual que los chicos. Era la chica más
rebelde que yo conocía. Algunos chicos se acercaban a nosotras por ella, porque
les atraía su personalidad de mujer moderna y avanzada. Llevaba pantalones
vaqueros y botas camperas, blusas anchas y el pelo alborotado, no usaba
maquillaje, ni tacones y ya entonces estaba en contra de todo lo establecido.
Mi amiga lola.
4ª parte
La austeridad de Lola.
A nuestra amiga le gustaba presumir de
los años que le duraba la ropa.
Tenía un pijama, decía, con más de 25
años y recordaba la fecha en que su madre se lo había comprado de soltera,
siempre lo recordaba junto a alguna anécdota cercana a la compra del pijama o
de algún otro objeto del que ella presumía de alargarle la vida.
Lola no vestía mal, pero jamás a la
moda. Tenía una gracia especial para trasformar su ropa o decorarla y así
alargarle la vida.
A veces se hacía ella misma los jerséis,
incluso se hacía bolsos con unos viejos
tejanos.
A menudo renegaba porque ya nadie
recogía ropa, ni en la parroquia ni en ningún otro sitio de caridad. “claro,
como somos todos ricos” decía con cierto aire de malicia.
Cuando la ropa era tan vieja que ya no
podía reciclarla, nunca la tiraba a la basura. Cortaba las camisetas de algodón
y las usaba para limpiar, ella no usaba papel de cocina.
Cuando se pusieron de moda los
contenedores para la ropa usada, ella estaba contenta y decía que por fin el ayuntamiento
hacía algo útil.
Aun así, si veía ropa tirada al lado de
un contenedor de basura le molestaba mucho y hacía referencia al poco civismo
de la gente.
Cuando estalló la crisis empecé a
comprender gran parte de lo que mi amiga ya veía antes.
Mi amiga Lola 5ª parte.
A veces sentía la necesidad de alejarme
de Lola, no porque no fuera una buena amiga, en absoluto, ella siempre estaba a
mi lado, para lo bueno y también para lo malo. Pero tengo que confesar que me
enervaba con ese discurso siempre a la defensiva. Caminaba contra corriente y
contra todo.
Volvía
sobre los mismos temas y a mí me aburría terriblemente.
Llegué a pensar que perdía la razón por
momentos. Exageraba tanto las cosas que me hacía perder la serenidad.
Decía que si la gente seguía pidiendo
préstamos sin parar, al final seríamos esclavos de nuestras propias decisiones,
decía también que los bancos no prestaban el dinero para hacernos un favor, que
era para enriquecerse y tenernos, de por vida, atados y empeñados, trabajando
día y noche, como esclavos, para devolver el dinero que en realidad no
necesitábamos, porque, decía ella, es preferible vivir con menos cosas y
aprender que la felicidad no viene de la mano del dinero ni de mil objetos que
compramos y no necesitamos, porque luego tenemos que pagarlos y trabajar día y
noche para ello y el tiempo que tenemos para dedicarlos a los hijos, los amigos
o, simplemente a dar un paseo en buena compañía un domingo por la mañana, lo
dedicamos a trabajar para pagar.
Era la única mujer de mi entorno a la
que no le gustaba hacer compras, cambiar los muebles de la casa o viajar.
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