Tres
años, cuatro meses y cinco días han pasado desde que acabé mi licenciatura en derecho. Siete matrículas de honor, noches en
vela delante del derecho civil o la teoría de la ley, fines de semana
sacrificados al estudio en detrimento de mi ocio y mis relaciones sociales
avalan mi empeño.
Ecléctico camino cada mañana hacia el
desamparo, con mi currículum en la mano esperando un milagro que no llega.
Empiezo a pensar que estaré bajo la tutela económica de mis padres eternamente,
mientras, sigo formándome, adquiriendo especialidades y capacidades
lingüísticas que en vez de abrirme el
camino parecen cerrármelo. Hablo inglés, francés y algo de alemán.
Durante
mi primer año de carrera tenía tantas ilusiones que si me hubieran pinchado, la
aguja hubiera salido llena de optimismo, hoy, pese a mi juventud, me pegunto si
ha valido la pena, pero mis preguntas no tienen respuesta.
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