Cerré la puerta despacio, sin
hacer ruido. Caminé sigilosamente hasta
el arco de salida y antes de partir comprobé que todo estuviera en orden. Entonces
pensé en esa absurda manía mía de hacer todo en silencio y de comprobar el
orden, como si alguno de mis inquilinos pudiera llamarme la atención,
despertarse o escapar.
Aparté los restos de una corona de flores y el
lazo morado me dejó ver el nombre de mi último inquilino.
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