Luisa es una niña
gitana de diez años que vive en un barrio marginal a las afueras de Valencia.
Tiene unos grandes y
expresivos ojos azules que hablan más
que su pequeña y bien dibujada boca, su pelo claro, largo y liso le llega hasta las nalgas. Su cuerpo delgado y enjuto se
mueve al compás de las canciones que siempre va cantando, a pesar de lo cual un
trasfondo de tristeza apaga su mirada.
Cada día acude al
colegio con su hermano menor Pedro cogido de la mano, al que cuida y protege
como si fuera su madre
Su vida su familia y su
casa no son diferentes de las del
resto de vecinos de su barrio, pero Luisa no se conforma con la vida que le ha tocado
vivir y acude cada mañana al colegio con la idea fija de que algún día si se
esfuerza y estudia mucho podrá salir del infierno que le ha tocado vivir.
En casa de Luisa
son cinco hermanos, el padre al que apenas ven porque se pasa la vida
entrando y saliendo de la cárcel y la madre
que, indiferente a tanta miseria,
ni sabe ni quiere organizar su vida y las de sus hijos.
Algunas mañanas Luisa
llega al colegio con sospechosas señales de maltrato en su cuerpo, pero ella,
lista y astuta, enseguida encuentra la excusa perfecta para que nadie sospeche.
Ha visto demasiadas veces como la asistenta social se llevaba a alguno de sus
vecinos y ya no volvían a verlos.
Todos los maestros
del colegio saben que Pedro es hiperactivo y a la niña le sirve de excusa
perfecta para solventar sus muchos moretones,
resultado de un maltrato evidente. Decir que se los ha hecho al tratar de
impedir que su hermano se escape de casa, es la mentira piadosa que todos
conocen pero que nadie investiga.
Cada tarde, después
del colegio, la niña se sienta en una de
las pocas sillas que aún quedan en la casa, coloca a su hermano en otra más
pequeña, le prepara la merienda, limpia la mesa y saca los deberes, se ocupa
primero de que su hermano haga los suyos, cosa alto difícil porque el niño no
está quieto ni dos minutos seguidos. Después, algo cansada de librar una
batalla que no le corresponde, abre su libreta y hace los deberes con la seguridad
propia de un adulto. Sabe muy bien que si tiene alguna duda, nadie se la
va a resolver.
Luisa sabe que su
hermano tiene un problema y que debe
medicarse, se lo ha oído comentar
a las maestras a la hora del recreo,
también sabe que a su madre se le
olvida darle las pastillas la mayoría de las veces.
Una mañana que la
maestra de Pedro se puso enferma y
salió corriendo al baño, el niño, que
siempre estaba al lado de su mesa, se escapó de la clase, bajó corriendo las
escaleras, se escondió en el cuartito donde guardaban el material para la
gimnasia y estuvo un buen rato sin que
nadie lo notara , hasta que decidió salir, se subió al árbol más alto que había
en el patio del colegio, encaramado a una rama mirando hacia la clase de su hermana empezó a gritar su nombre: ¡Luisa, Luisa…. ¡ ¿a que no te
atreves a subir a por mi?. Rápidamente
se movilizaron todos los maestros, entre el pánico que vivieron a alguien se le
ocurrió llamar a los bomberos porque el niño insistía en que fuera su hermana
Luisa la que lo bajara del árbol.
Cuando se pasó el
susto, nadie le dio más importancia,
pero Luisa sabia que la conducta de su hermano era debida a que su madre no le
daba los medicamentos. Decidió asumir también esta obligación y cada mañana le
daba a su hermano las pastillas que su madre guardaba en un sucio cajón de la cocina. Como Pedro empezó a
mejorar bastante, la niña pensó que si le daba más dosis de
medicamentos, su hermano se calmaría mucho más y así sería más fácil para
ella lavarlo por las mañanas y sentarlo
a hacer los deberes por la tarde,
también se aligeraría su carga en las horas difíciles para darle la comida.
Dicho y hecho, esa
misma mañana le dio dos pastillas en vez
de una, en la comida le dio otras dos, con la cena dos más. A los pocos días,
cuando el niño volvió a la clase después
del recreo empezó a encontrarse mal, avisaron a su madre pero como en otras
ocasiones, en su casa no había nadie, El niño empezó a ponerse peor y la directora del colegio decidió llamar una
ambulancia.
Luisa decidió descargar su miedo y le contó a
su maestra todo el peso que estaba soportando.
El niño se mejoró, pero a partir de entonces
una asistenta social intervino y pese a la oposición de los niños,
los padres perdieron temporalmente su
tutela.
En poco tiempo
pasaron por más de una casa de acogida.
La primera familia
con la que fueron a vivir eran personas muy seria, o eso le parecía a Luisa,
que no estaba dispuesta a dar ni una
oportunidad a personas desconocidas. Cuando la niña llegó a la casa y su nueva
madre le entregó un enorme paquete lleno de ropa, ella lo abrió con reticencia, pero al ver esos
vestidos tan bonitos, no pudo evitar sonreír y a pesar de que no quería
mostrase amable sus ojos hablaban por ella. Por la noche, cuando le dijeron que
tenia que ducharse no le gustó mucho la idea, pero pensó que debía portarse
bien , le gustó especialmente que su nueva madre le desenredara el pelo con mucho mimo, como si tuviera miedo de
hacerle daño, después de secárselo le dio pasadores y gomas bonitas como llevaban las niñas ricas pensaba Luisa. Cuando se acostó
en su nueva cama, las sábanas olían a limpio y la niña no dejaba de aspirar ese
aroma que ella nunca había sentido en una cama, pero eso no era todo, un enorme
osito de peluche la esperaba dentro de su cama. Durmió placidamente casi toda
la noche, los pensamientos no la dejaban
ser feliz del todo, se acordaba de su madre y sus hermanos, los
sentimientos infantiles no saben de
maltrato ni abandono y vinculan al niño
con su familia a pesar de que esta no les proporcione un entorno plácido.
Por las mañana, al
despertarse, no sabía muy bien lo que tenia que hacer, bajó a la cocina
precedida de un delicioso olor a desayuno caliente, no dijo ni buenos días
, no estaba acostumbrada a que un
adulto, en su casa, estuviera levantado a la hora del desayuno.
Desayunó un delicioso
tazón de leche caliente con cereales, por primera vez en mucho años no era ella
la que tenia que ayudar a su hermano, ahora era a ella a quien iban dirigidas
las atenciones. Por una parte le gustaba y se sentía halagada, pero por otra se
sentía culpable de estar en un sitio que no le correspondía.
Su siguiente reto era
el colegio nuevo, el primer día fue un desastre porque algunas niñas le dijeron
gitana como si fuera un insulto y ella estaba muy orgullosa de su raza. La
emprendió a patadas con todo el que osó insultarla. Esto solo fue el primer
día, porque cuando los compañeros vieron que iban a salir perdiendo, dejaron de
insultarla amenos delante de ella.
En poco tiempo su nueva maestra vio el interés
de Luisa por los estudios, aunque era rebelde y cabezota la maestra puso todo su empeño en que saliera adelante
en ese curso tan difícil para ella.
No tener que ocuparse
de su hermano fue el detonante perfecto para que Luisa se dedicara a ella misma y su meta en los estudios.
Una de las cosas que
más le gustaban a la niña de su nueva
vida, era llevar siempre su precioso pelo limpio, desenredado y perfumado. Nunca olvidará tampoco el
delicioso olor que le llegaba cada mañana cuando se despertaba, ese olor a
cacao caliente que se expande por toda la casa.
Llega el inevitable
día de ver de nuevo a su familia. Ella
los adora y cada noche desde que salió de su casa en contra de su voluntad,
piensa en ellos, también siente mucho miedo porque sabe que nada ha cambiado y
ahora que conoce otra vida le gustaría llevarse a toda su familia a su nueva
casa donde siempre hay comida y ropa limpia.
En una habitación
vigilada , entra la niña y ve a su madre
sentada , le parece que han pasado años desde la última vez que la vio , está
vieja , y grita desconsolada palabras que Luisa no entiende, abraza a su madre
y mientras esta la atrapa entre sus brazos, siente un olor desagradable a
suciedad, no le importa , es su madre y
ella se siente en deuda con ella, se abrazan largo rato , se besan, se observan
y Luisa siente una extraña felicidad que dura poco porque su madre le reprocha
que contara a la maestra que le pegaba _ sabes muy bien que era por tu bien.
La niña sale de la
visita un poco aturdida y ya
no sabe que debe hacer porque quiere a su madre y la odia a la vez.
De vuelta a su nuevo
hogar está triste y siente culpabilidad por todo lo que le ha dicho su madre y
por tener el privilegio de vivir en su nueva casa. Llega a su habitación y
cierra con un sonoro portazo, empieza a tirar todas las cosas de los estantes,
siente un gran vacío y quiere pagarlo
contra el mundo entero, patea su ropa
nueva la ensucia la arruga y finalmente romper a llorar.
Su madre de acogida
ya sabe que esto puede ocurrir y aunque le es difícil enfrentarse a ello,
cuando se ha calmado la niña, sube a la
habitación, llama a la puerta y Luisa no abre, se repite lo mismo varias veces y finalmente la niña abre
la puerta y se curruca en los brazos de la única persona adulta que hasta ahora
le ha dado verdadero cariño.
Desde ese día se
produce un gran cambio en la vida de Luisa y su nueva madre.
de tristeza apaga su mirada.
Cada día acude al
colegio con su hermano menor Pedro cogido de la mano, al que cuida y protege
como si fuera su madre
Su vida su familia y su
casa no son diferentes de las del
resto de vecinos de su barrio, pero Luisa no se conforma con la vida que le ha
tocado vivir y acude cada mañana al colegio con la idea fija de que algún día
si se esfuerza y estudia mucho podrá salir del infierno que le ha tocado vivir.
En casa de Luisa
son cinco hermanos, el padre al que apenas ven porque se pasa la vida
entrando y saliendo de la cárcel y la madre
que, indiferente a tanta miseria,
ni sabe ni quiere organizar su vida y las de sus hijos.
Algunas mañanas Luisa
llega al colegio con sospechosas señales de maltrato en su cuerpo, pero ella,
lista y astuta, enseguida encuentra la excusa perfecta para que nadie sospeche.
Ha visto demasiadas veces como la asistenta social se llevaba a alguno de sus
vecinos y ya no volvían a verlos.
Todos los maestros
del colegio saben que Pedro es hiperactivo y a la niña le sirve de excusa
perfecta para solventar sus muchos
moretones, resultado de un maltrato evidente. Decir que se los ha hecho al
tratar de impedir que su hermano se escape de casa, es la mentira piadosa que
todos conocen pero que nadie investiga.
Cada tarde, después
del colegio, la niña se sienta en una de
las pocas sillas que aún quedan en la casa, coloca a su hermano en otra más
pequeña, le prepara la merienda, limpia la mesa y saca los deberes, se ocupa primero
de que su hermano haga los suyos, cosa alto difícil porque el niño no está
quieto ni dos minutos seguidos. Después, algo cansada de librar una batalla que
no le corresponde, abre su libreta y hace los deberes con la seguridad
propia de un adulto. Sabe muy bien que si tiene alguna duda, nadie se la
va a resolver.
Luisa sabe que su
hermano tiene un problema y que debe
medicarse, se lo ha oído comentar
a las maestras a la hora del recreo,
también sabe que a su madre se le
olvida darle las pastillas la mayoría de las veces.
Una mañana que la
maestra de Pedro se puso enferma y
salió corriendo al baño, el niño, que
siempre estaba al lado de su mesa, se escapó de la clase, bajó corriendo las
escaleras, se escondió en el cuartito donde guardaban el material para la
gimnasia y estuvo un buen rato sin que
nadie lo notara , hasta que decidió salir, se subió al árbol más alto que había
en el patio del colegio, encaramado a una rama mirando hacia la clase de su hermana empezó a gritar su nombre: ¡Luisa, Luisa…. ¡ ¿a que no te atreves
a subir a por mi?. Rápidamente se
movilizaron todos los maestros, entre el pánico que vivieron a alguien se le
ocurrió llamar a los bomberos porque el niño insistía en que fuera su hermana
Luisa la que lo bajara del árbol.
Cuando se pasó el
susto, nadie le dio más importancia,
pero Luisa sabia que la conducta de su hermano era debida a que su madre no le
daba los medicamentos. Decidió asumir también esta obligación y cada mañana le
daba a su hermano las pastillas que su madre guardaba en un sucio cajón de la cocina. Como Pedro empezó a
mejorar bastante, la niña pensó que si le daba más dosis de
medicamentos, su hermano se calmaría mucho más y así sería más fácil para ella lavarlo por las mañanas y sentarlo a hacer
los deberes por la tarde, también se
aligeraría su carga en las horas difíciles para darle la comida.
Dicho y hecho, esa
misma mañana le dio dos pastillas en vez
de una, en la comida le dio otras dos, con la cena dos más. A los pocos días,
cuando el niño volvió a la clase después
del recreo empezó a encontrarse mal, avisaron a su madre pero como en otras
ocasiones, en su casa no había nadie, El niño empezó a ponerse peor y la directora del colegio decidió llamar una
ambulancia.
Luisa decidió descargar su miedo y le contó a
su maestra todo el peso que estaba soportando.
El niño se mejoró, pero a partir de entonces
una asistenta social intervino y pese a la oposición de los niños,
los padres perdieron temporalmente su
tutela.
En poco tiempo
pasaron por más de una casa de acogida.
La primera familia
con la que fueron a vivir eran personas muy seria, o eso le parecía a Luisa,
que no estaba dispuesta a dar ni una
oportunidad a personas desconocidas. Cuando la niña llegó a la casa y su nueva
madre le entregó un enorme paquete lleno de ropa, ella lo abrió con reticencia, pero al ver esos
vestidos tan bonitos, no pudo evitar sonreír y a pesar de que no quería
mostrase amable sus ojos hablaban por ella. Por la noche, cuando le dijeron que
tenia que ducharse no le gustó mucho la idea, pero pensó que debía portarse
bien , le gustó especialmente que su nueva madre le desenredara el pelo con mucho mimo, como si tuviera miedo de
hacerle daño, después de secárselo le dio pasadores y gomas bonitas como llevaban las niñas ricas pensaba Luisa. Cuando se acostó
en su nueva cama, las sábanas olían a limpio y la niña no dejaba de aspirar ese
aroma que ella nunca había sentido en una cama, pero eso no era todo, un enorme
osito de peluche la esperaba dentro de su cama. Durmió placidamente casi toda la noche, los pensamientos no la dejaban ser
feliz del todo, se acordaba de su madre y sus hermanos, los sentimientos infantiles no saben de maltrato ni abandono y vinculan al niño con su familia a
pesar de que esta no les proporcione un entorno plácido.
Por las mañana, al
despertarse, no sabía muy bien lo que tenia que hacer, bajó a la cocina
precedida de un delicioso olor a desayuno caliente, no dijo ni buenos días
, no estaba acostumbrada a que un
adulto, en su casa, estuviera levantado a la hora del desayuno.
Desayunó un delicioso
tazón de leche caliente con cereales, por primera vez en mucho años no era ella
la que tenia que ayudar a su hermano, ahora era a ella a quien iban dirigidas
las atenciones. Por una parte le gustaba y se sentía halagada, pero por otra se
sentía culpable de estar en un sitio que no le correspondía.
Su siguiente reto era
el colegio nuevo, el primer día fue un desastre porque algunas niñas le dijeron
gitana como si fuera un insulto y ella estaba muy orgullosa de su raza. La emprendió
a patadas con todo el que osó insultarla. Esto solo fue el primer día, porque
cuando los compañeros vieron que iban a salir perdiendo, dejaron de insultarla
amenos delante de ella.
En poco tiempo su nueva maestra vio el interés
de Luisa por los estudios, aunque era rebelde y cabezota la maestra puso todo su empeño en que saliera adelante
en ese curso tan difícil para ella.
No tener que ocuparse
de su hermano fue el detonante perfecto para que Luisa se dedicara a ella misma y su meta en los estudios.
Una de las cosas que
más le gustaban a la niña de su nueva
vida, era llevar siempre su precioso pelo limpio, desenredado y perfumado. Nunca olvidará tampoco el
delicioso olor que le llegaba cada mañana cuando se despertaba, ese olor a
cacao caliente que se expande por toda la casa.
Llega el inevitable
día de ver de nuevo a su familia. Ella
los adora y cada noche desde que salio de su casa en contra de su voluntad,
piensa en ellos, también siente mucho miedo porque sabe que nada ha cambiado y
ahora que conoce otra vida le gustaría llevarse a toda su familia a su nueva
casa donde siempre hay comida y ropa limpia.
En una habitación
vigilada , entra la niña y ve a su madre
sentada , le parece que han pasado años desde la última vez que la vio , está
vieja , y grita desconsolada palabras que Luisa no entiende, abraza a su madre
y mientras esta la atrapa entre sus brazos, siente un olor desagradable a
suciedad, no le importa , es su madre y
ella se siente en deuda con ella, se abrazan largo rato , se besan, se observan
y Luisa siente una extraña felicidad que dura poco porque su madre le reprocha
que contara a la maestra que le pegaba _ sabes muy bien que era por tu bien.
La niña sale de la
visita un poco aturdida y ya
no sabe que debe hacer porque quiere a su madre y la odia ala vez.
De vuelta a su nuevo
hogar está triste y siente culpabilidad por todo lo que le ha dicho su madre y
por tener el privilegio de vivir en su nueva casa. Llega a su habitación y
cierra con un sonoro portazo, empieza a tirar todas las cosas de los estantes,
siente un gran vacío y quiere pagarlo
contra el mundo entero, patea su ropa
nueva la ensucia la arruga y finalmente romper a llorar.
Su madre de acogida
ya sabe que esto puede ocurrir y aunque le es difícil enfrentarse a ello,
cuando se ha calmado la niña, sube a la
habitación, llama a la puerta y Luisa no abre, se repite lo mismo varias veces y finalmente la niña abre
la puerta y se curruca en los brazos de la única persona adulta que hasta ahora
le ha dado verdadero cariño.
Desde ese día se
produce un gran cambio en la vida de Luisa y su nueva madre.
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