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sábado, 2 de febrero de 2013

La gitana


 

 

Luisa es una niña gitana de diez años que vive en un barrio marginal a las afueras de Valencia.

Tiene unos grandes y expresivos  ojos azules que hablan más que su pequeña y bien dibujada boca, su pelo claro,  largo y liso le llega hasta  las nalgas. Su cuerpo delgado y enjuto se mueve al compás de las canciones que siempre va cantando, a pesar de lo cual un trasfondo de tristeza  apaga su mirada.

Cada día acude al colegio con  su hermano menor Pedro  cogido de la mano, al que cuida y protege como si fuera su madre

Su vida su  familia y su  casa  no son diferentes de las del resto de vecinos de su barrio, pero Luisa no se conforma con la vida que le ha tocado vivir y acude cada mañana al colegio con la idea fija de que algún día si se esfuerza y estudia mucho podrá salir del infierno que le ha tocado vivir.

En casa de Luisa son  cinco hermanos, el padre al  que apenas ven porque se pasa la vida entrando y saliendo de la cárcel y la madre  que, indiferente a tanta  miseria, ni sabe ni quiere organizar su vida y las de sus hijos.

Algunas mañanas Luisa llega al colegio con sospechosas señales de maltrato en su cuerpo, pero ella, lista y astuta, enseguida encuentra la excusa perfecta para que nadie sospeche. Ha visto demasiadas veces como la asistenta social se llevaba a alguno de sus vecinos y ya no volvían a verlos.

Todos los maestros del colegio saben que Pedro es hiperactivo y a la niña le sirve de excusa perfecta para  solventar sus muchos moretones, resultado de un maltrato evidente. Decir que se los ha hecho al tratar de impedir que su hermano se escape de casa, es la mentira piadosa que todos conocen pero que nadie investiga.

Cada tarde, después del colegio, la  niña se sienta en una de las pocas sillas que aún quedan en la casa, coloca a su hermano en otra más pequeña, le prepara la merienda, limpia la mesa y saca los deberes, se ocupa primero de que su hermano haga los suyos, cosa alto difícil porque el niño no está quieto ni dos minutos seguidos. Después, algo cansada de librar una batalla que no le corresponde, abre su libreta y hace los deberes con  la seguridad  propia de un adulto. Sabe muy bien que si tiene alguna duda, nadie se la va a resolver.

Luisa sabe que su hermano tiene un problema y que debe  medicarse, se lo ha  oído comentar a las maestras a la hora del recreo,  también sabe que a su  madre se le olvida darle las pastillas la mayoría de las veces.

Una mañana que la maestra de Pedro  se puso enferma y salió  corriendo al baño, el niño, que siempre estaba al lado de su mesa, se escapó de la clase, bajó corriendo las escaleras, se escondió en el cuartito donde guardaban el material para la gimnasia y estuvo un  buen rato sin que nadie lo notara , hasta que decidió salir, se subió al árbol más alto que había en el patio del colegio, encaramado a una rama mirando hacia la clase  de su hermana empezó a gritar  su nombre: ¡Luisa, Luisa…. ¡ ¿a que no te atreves a subir a por  mi?. Rápidamente se movilizaron todos los maestros, entre el pánico que vivieron a alguien se le ocurrió llamar a los bomberos porque el niño insistía en que fuera su hermana Luisa la que lo bajara del árbol.

Cuando se pasó el susto, nadie le  dio más importancia, pero Luisa sabia que la conducta de su hermano era debida a que su madre no le daba los medicamentos. Decidió asumir también esta obligación y cada mañana le daba a su hermano las pastillas que su madre guardaba en un  sucio cajón de la cocina. Como Pedro empezó a mejorar  bastante, la  niña pensó que si le daba más dosis de medicamentos, su hermano se calmaría mucho más y así sería más fácil para ella  lavarlo por las mañanas y sentarlo a hacer los deberes por la tarde,  también se aligeraría su carga en las horas difíciles para darle  la comida.

Dicho y hecho, esa misma  mañana le dio dos pastillas en vez de una, en la comida le dio otras dos, con la cena dos más. A los pocos días, cuando el  niño volvió a la clase después del recreo empezó a encontrarse mal, avisaron a su madre pero como en otras ocasiones, en su casa no había nadie, El niño empezó a ponerse peor y  la directora del colegio decidió llamar una ambulancia.

 Luisa decidió descargar su miedo y le contó a su maestra todo el peso que estaba soportando.

 El niño se mejoró, pero a partir de entonces una asistenta social intervino y pese a la oposición  de los niños,  los padres perdieron temporalmente su  tutela.

En poco tiempo pasaron por más de una casa de acogida.

La primera familia con la que fueron a vivir eran personas muy seria, o eso le parecía a Luisa, que  no estaba dispuesta a dar ni una oportunidad a personas desconocidas. Cuando la niña llegó a la casa y su nueva madre le entregó un enorme paquete lleno de ropa, ella  lo abrió con reticencia, pero al ver esos vestidos tan bonitos, no pudo evitar sonreír y a pesar de que no quería mostrase amable sus ojos hablaban por ella. Por la noche, cuando le dijeron que tenia que ducharse no le gustó mucho la idea, pero pensó que debía portarse bien , le gustó especialmente que su nueva madre le desenredara el pelo  con mucho mimo, como si tuviera miedo de hacerle daño, después de secárselo le dio pasadores y gomas bonitas  como llevaban las  niñas ricas pensaba Luisa. Cuando se acostó en su nueva cama, las sábanas olían a limpio y la niña no dejaba de aspirar ese aroma que ella nunca había sentido en una cama, pero eso no era todo, un enorme osito de peluche la esperaba dentro de su cama. Durmió placidamente casi toda la  noche, los pensamientos no la dejaban ser feliz del todo, se acordaba de su madre y sus hermanos, los sentimientos  infantiles no saben de maltrato ni  abandono y vinculan al niño con su familia a pesar de que esta no les proporcione un entorno plácido.

Por las mañana, al despertarse, no sabía muy bien lo que tenia que hacer, bajó a la cocina precedida de un delicioso olor a desayuno caliente, no dijo ni buenos días ,  no estaba acostumbrada a que un adulto, en su casa, estuviera levantado a la hora del desayuno.

Desayunó un delicioso tazón de leche caliente con cereales, por primera vez en mucho años no era ella la que tenia que ayudar a su hermano, ahora era a ella a quien iban dirigidas las atenciones. Por una parte le gustaba y se sentía halagada, pero por otra se sentía culpable de estar en un sitio que no le correspondía.

Su siguiente reto era el colegio nuevo, el primer día fue un desastre porque algunas niñas le dijeron gitana como si fuera un insulto y ella estaba muy orgullosa de su raza. La emprendió a patadas con todo el que osó insultarla. Esto solo fue el primer día, porque cuando los compañeros vieron que iban a salir perdiendo, dejaron de insultarla amenos delante de ella. 

 En poco tiempo su nueva maestra vio el interés de Luisa por los estudios, aunque era rebelde y cabezota la maestra  puso todo su empeño en que saliera adelante en ese curso tan difícil para ella.

No tener que ocuparse de su hermano fue el detonante perfecto para que Luisa se dedicara a ella  misma y su meta en los estudios.

Una de las cosas que más le gustaban a la  niña de su nueva vida, era llevar siempre su precioso pelo limpio, desenredado  y perfumado. Nunca olvidará tampoco el delicioso olor que le llegaba cada mañana cuando se despertaba, ese olor a cacao caliente que se expande por toda la casa.

Llega el inevitable día de ver de nuevo  a su familia. Ella los adora y cada noche desde que salió de su casa en contra de su voluntad, piensa en ellos, también siente mucho miedo porque sabe que nada ha cambiado y ahora que conoce otra vida le gustaría llevarse a toda su familia a su nueva casa donde siempre hay comida y ropa limpia.

En una habitación vigilada , entra la  niña y ve a su madre sentada , le parece que han pasado años desde la última vez que la vio , está vieja , y grita desconsolada palabras que Luisa no entiende, abraza a su madre y mientras esta la atrapa entre sus brazos, siente un olor desagradable a suciedad,  no le importa , es su madre y ella se siente en deuda con ella, se abrazan largo rato , se besan, se observan y Luisa siente una extraña felicidad que dura poco porque su madre le reprocha que contara a la maestra que le pegaba _ sabes muy bien que era por tu bien.

La niña sale de la visita un poco  aturdida  y ya  no sabe que debe hacer porque quiere a su madre y la odia a la vez.

De vuelta a su nuevo hogar está triste y siente culpabilidad por todo lo que le ha dicho su madre y por tener el privilegio de vivir en su nueva casa. Llega a su habitación y cierra con un sonoro portazo, empieza a tirar todas las cosas de los estantes, siente un gran vacío y  quiere pagarlo contra el mundo entero, patea su ropa  nueva la ensucia la arruga y finalmente romper a llorar.

Su madre de acogida ya sabe que esto puede ocurrir y aunque le es difícil enfrentarse a ello, cuando se ha calmado la  niña, sube a la habitación, llama a la puerta y Luisa no abre, se repite lo  mismo varias veces y finalmente la niña abre la puerta y se curruca en los brazos de la única persona adulta que hasta ahora le ha dado verdadero cariño.

Desde ese día se produce un gran cambio en la vida de Luisa y su nueva madre.

de tristeza  apaga su mirada.

Cada día acude al colegio con  su hermano menor Pedro  cogido de la mano, al que cuida y protege como si fuera su madre

Su vida su  familia y su  casa  no son diferentes de las del resto de vecinos de su barrio, pero Luisa no se conforma con la vida que le ha tocado vivir y acude cada mañana al colegio con la idea fija de que algún día si se esfuerza y estudia mucho podrá salir del infierno que le ha tocado vivir.

En casa de Luisa son  cinco hermanos, el padre al  que apenas ven porque se pasa la vida entrando y saliendo de la cárcel y la madre  que, indiferente a tanta  miseria, ni sabe ni quiere organizar su vida y las de sus hijos.

Algunas mañanas Luisa llega al colegio con sospechosas señales de maltrato en su cuerpo, pero ella, lista y astuta, enseguida encuentra la excusa perfecta para que nadie sospeche. Ha visto demasiadas veces como la asistenta social se llevaba a alguno de sus vecinos y ya no volvían a verlos.

Todos los maestros del colegio saben que Pedro es hiperactivo y a la niña le sirve de excusa perfecta para  solventar sus muchos moretones, resultado de un maltrato evidente. Decir que se los ha hecho al tratar de impedir que su hermano se escape de casa, es la mentira piadosa que todos conocen pero que nadie investiga.

Cada tarde, después del colegio, la  niña se sienta en una de las pocas sillas que aún quedan en la casa, coloca a su hermano en otra más pequeña, le prepara la merienda, limpia la mesa y saca los deberes, se ocupa primero de que su hermano haga los suyos, cosa alto difícil porque el niño no está quieto ni dos minutos seguidos. Después, algo cansada de librar una batalla que no le corresponde, abre su libreta y hace los deberes con  la seguridad  propia de un adulto. Sabe muy bien que si tiene alguna duda, nadie se la va a resolver.

Luisa sabe que su hermano tiene un problema y que debe  medicarse, se lo ha  oído comentar a las maestras a la hora del recreo,  también sabe que a su  madre se le olvida darle las pastillas la mayoría de las veces.

Una mañana que la maestra de Pedro  se puso enferma y salió  corriendo al baño, el niño, que siempre estaba al lado de su mesa, se escapó de la clase, bajó corriendo las escaleras, se escondió en el cuartito donde guardaban el material para la gimnasia y estuvo un  buen rato sin que nadie lo notara , hasta que decidió salir, se subió al árbol más alto que había en el patio del colegio, encaramado a una rama mirando hacia la clase  de su hermana empezó a gritar  su nombre: ¡Luisa, Luisa…. ¡ ¿a que no te atreves a subir a por  mi?. Rápidamente se movilizaron todos los maestros, entre el pánico que vivieron a alguien se le ocurrió llamar a los bomberos porque el niño insistía en que fuera su hermana Luisa la que lo bajara del árbol.

Cuando se pasó el susto, nadie le  dio más importancia, pero Luisa sabia que la conducta de su hermano era debida a que su madre no le daba los medicamentos. Decidió asumir también esta obligación y cada mañana le daba a su hermano las pastillas que su madre guardaba en un  sucio cajón de la cocina. Como Pedro empezó a mejorar  bastante, la  niña pensó que si le daba más dosis de medicamentos, su hermano se calmaría mucho más y así sería más fácil para ella  lavarlo por las mañanas y sentarlo a hacer los deberes por la tarde,  también se aligeraría su carga en las horas difíciles para darle  la comida.

Dicho y hecho, esa misma  mañana le dio dos pastillas en vez de una, en la comida le dio otras dos, con la cena dos más. A los pocos días, cuando el  niño volvió a la clase después del recreo empezó a encontrarse mal, avisaron a su madre pero como en otras ocasiones, en su casa no había nadie, El niño empezó a ponerse peor y  la directora del colegio decidió llamar una ambulancia.

 Luisa decidió descargar su miedo y le contó a su maestra todo el peso que estaba soportando.

 El niño se mejoró, pero a partir de entonces una asistenta social intervino y pese a la oposición  de los niños,  los padres perdieron temporalmente su  tutela.

En poco tiempo pasaron por más de una casa de acogida.

La primera familia con la que fueron a vivir eran personas muy seria, o eso le parecía a Luisa, que  no estaba dispuesta a dar ni una oportunidad a personas desconocidas. Cuando la niña llegó a la casa y su nueva madre le entregó un enorme paquete lleno de ropa, ella  lo abrió con reticencia, pero al ver esos vestidos tan bonitos, no pudo evitar sonreír y a pesar de que no quería mostrase amable sus ojos hablaban por ella. Por la noche, cuando le dijeron que tenia que ducharse no le gustó mucho la idea, pero pensó que debía portarse bien , le gustó especialmente que su nueva madre le desenredara el pelo  con mucho mimo, como si tuviera miedo de hacerle daño, después de secárselo le dio pasadores y gomas bonitas  como llevaban las  niñas ricas pensaba Luisa. Cuando se acostó en su nueva cama, las sábanas olían a limpio y la niña no dejaba de aspirar ese aroma que ella nunca había sentido en una cama, pero eso no era todo, un enorme osito de peluche la esperaba dentro de su cama. Durmió placidamente casi toda la  noche, los pensamientos no la dejaban ser feliz del todo, se acordaba de su madre y sus hermanos, los sentimientos  infantiles no saben de maltrato ni  abandono y vinculan al niño con su familia a pesar de que esta no les proporcione un entorno plácido.

Por las mañana, al despertarse, no sabía muy bien lo que tenia que hacer, bajó a la cocina precedida de un delicioso olor a desayuno caliente, no dijo ni buenos días ,  no estaba acostumbrada a que un adulto, en su casa, estuviera levantado a la hora del desayuno.

Desayunó un delicioso tazón de leche caliente con cereales, por primera vez en mucho años no era ella la que tenia que ayudar a su hermano, ahora era a ella a quien iban dirigidas las atenciones. Por una parte le gustaba y se sentía halagada, pero por otra se sentía culpable de estar en un sitio que no le correspondía.

Su siguiente reto era el colegio nuevo, el primer día fue un desastre porque algunas niñas le dijeron gitana como si fuera un insulto y ella estaba muy orgullosa de su raza. La emprendió a patadas con todo el que osó insultarla. Esto solo fue el primer día, porque cuando los compañeros vieron que iban a salir perdiendo, dejaron de insultarla amenos delante de ella. 

 En poco tiempo su nueva maestra vio el interés de Luisa por los estudios, aunque era rebelde y cabezota la maestra  puso todo su empeño en que saliera adelante en ese curso tan difícil para ella.

No tener que ocuparse de su hermano fue el detonante perfecto para que Luisa se dedicara a ella  misma y su meta en los estudios.

Una de las cosas que más le gustaban a la  niña de su nueva vida, era llevar siempre su precioso pelo limpio, desenredado  y perfumado. Nunca olvidará tampoco el delicioso olor que le llegaba cada mañana cuando se despertaba, ese olor a cacao caliente que se expande por toda la casa.

Llega el inevitable día de ver de nuevo  a su familia. Ella los adora y cada noche desde que salio de su casa en contra de su voluntad, piensa en ellos, también siente mucho miedo porque sabe que nada ha cambiado y ahora que conoce otra vida le gustaría llevarse a toda su familia a su nueva casa donde siempre hay comida y ropa limpia.

En una habitación vigilada , entra la  niña y ve a su madre sentada , le parece que han pasado años desde la última vez que la vio , está vieja , y grita desconsolada palabras que Luisa no entiende, abraza a su madre y mientras esta la atrapa entre sus brazos, siente un olor desagradable a suciedad,  no le importa , es su madre y ella se siente en deuda con ella, se abrazan largo rato , se besan, se observan y Luisa siente una extraña felicidad que dura poco porque su madre le reprocha que contara a la maestra que le pegaba _ sabes muy bien que era por tu bien.

La niña sale de la visita un poco  aturdida  y ya  no sabe que debe hacer porque quiere a su madre y la odia ala vez.

De vuelta a su nuevo hogar está triste y siente culpabilidad por todo lo que le ha dicho su madre y por tener el privilegio de vivir en su nueva casa. Llega a su habitación y cierra con un sonoro portazo, empieza a tirar todas las cosas de los estantes, siente un gran vacío y  quiere pagarlo contra el mundo entero, patea su ropa  nueva la ensucia la arruga y finalmente romper a llorar.

Su madre de acogida ya sabe que esto puede ocurrir y aunque le es difícil enfrentarse a ello, cuando se ha calmado la  niña, sube a la habitación, llama a la puerta y Luisa no abre, se repite lo  mismo varias veces y finalmente la niña abre la puerta y se curruca en los brazos de la única persona adulta que hasta ahora le ha dado verdadero cariño.

Desde ese día se produce un gran cambio en la vida de Luisa y su nueva madre.

 

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