Recordando a la filósofa francesa Simone weil en su primer día de trabajo como obrera
en una fábrica.
Seis y media de la mañana, suena el despertador. Tengo
sueño, mucho sueño, estoy agotada.
El maldito despertador sigue emitiendo ese ruido horrible
que me martillea el cerebro.
Abro un ojo, es aún noche cerrada, hace frio y no quiero
levantarme.
Hago un gran esfuerzo y me levanto, preparo la cafetera y la
pongo al fuego, mientras me meto en la ducha.
Salgo, tomo un café, rápido son ya las siete. Despierto a
los niños, gritos, sueño, más sueño, más gritos, no quieren levantarse.
Siete y media, todos en el coche camino de casa de mis
padres.
¡Corriendo que llegamos tarde¡ Los niños me dan pena, son pequeños y desde
los primeros meses de su vida tenemos que levantarlos temprano haga frio, calor,
truene o nieve. Hay que trabajar para pagar la hipoteca de la casa, el préstamo
del coche, la mensualidad del sofá y la del ordenador, la cuota de los dos
móviles más la del fijo, la de la tv por
cable, la ampliación del préstamo para la reforma del piso, el viaje a Disney
con los niños, la comunión del mayor y......... ¡Dios mío han empezado las
rebajas! Tengo que salir con mi amiga marta a comprarme los botines que vi el
mes pasado, el abrigo gris, el jersey, los dos pares de zapatos, aquellos tres
bolsos bonitos de locura y ese estuche de maquillaje que tanto necesito, además
de ropa para los nenes, camisas para mi marido, no va a llevar las del año pasado
¿qué dirían mis amigas? Además, tengo
que comprar y comparar y comprar y comprar..........
Llego al trabajo, las horas son lentas como en un velatorio,
pero hay que trabajar, para ganar dinero y poder pagar las compras.
A mediodía como cualquier cosa, los niños comen en el colegio,
los abuelos los recogen y...por fin son las ocho de la tarde. Recogemos a los
niños de casa de los abuelos, corriendo vamos a
casa, deberes, ducha cena y a la cama. Estoy muerta de cansancio, me acuesto
y...... suena otra vez el despertador.
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