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jueves, 26 de marzo de 2015

Mi gran duda.



El vuelo directo Valencia  Paris  llegó con retraso. El tiempo justo de acabar las últimas páginas  de la  novela que estaba leyendo. Abrí mi  gran bolso de piel beige, el que usaba en  mis viajes especiales, y  la guardé.  Junto a la novela, sin aún saberlo, guardé la historia que estaba a punto de sucederme.

Como  otras veces vi la torre Eiffel a lo lejos y volvió a impresionarme.

Había quedado con él delante de la fuente de san Michel, cerca de  un pequeño y coqueto café que hacía esquina y ofrecía los mejores cafés de  Paris.

Lo vería por primera vez. Era  también la primera vez  que tenía una cita con alguien que había conocido por internet.

Todo empezó  en una página de intercambio de idiomas. Se  llamaba André,  tenía treinta años,  dos años más que yo, y quería aprender español.

El intercambio de idiomas dio paso a un filin especial. Después vinieron las  afinidades en música, literatura, cine. Las pequeñas confidencias acabaron en veladas compartidas a través del ordenador. Él me hablaba en  español, yo  en francés. No fue un amor a primera vista, fue fraguándose poco a poco, hasta que empezó a ser imprescindible en mi vida. Sentía tanta emoción cada vez que conectaba el ordenador y lo veía al otro lado...

Hasta que no pude más y viajé a Paris para conocerlo.

Llegué al hotel, me di una ducha, comí algo y salí a su encuentro.

Al llegar a la plaza San Michel pasó algo que me dejó sin aliento, un “déjá vu”.  Delante de mí había  una pareja de músicos callejeros, la chica cantaba al ritmo del violín que tocaba el chico. ¡No podía ser!  todo sucedía como en la novela que acababa de terminar en el avión.  La chica, el chico con el violín y hasta la canción era la misma  del libro. Pensé que la vida tiene extrañas coincidencias  que de contarlas a alguien no las creerían. Era una vieja canción de Edith Piaf.

Lo vi llegar de frente y pensé que era el chico más guapo que había conocido jamás. Me saludó con timidez, cuando lo que yo quería era echarme en sus brazos y besarlo. Me propuso un paseo por los jardines de Luxemburgo y palidecí, era el mismo recorrido que había hecho la pareja de la novela, era todo tan extraño....

Acepté con una naturalidad fingida, pero cuando llegamos tuve miedo, no quería que se repitiera ningún otro párrafo de la novela, pero nada más llegar me sorprendí a mí misma diciendo las mismas palabras que la protagonista.

Ahora y si no me fallaba la memoria me besaría, pensé, y así fue, me dio el beso más apasionada que nunca nadie antes me había dado, lo mismo que a  la protagonista de la novela.

 Desde ese momento y hasta hoy, dos años después, me persigue la duda de si actúo por mi cuenta o lo que me sucede está determinado por  el guion de aquella novela.

 

 

 

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