El vuelo directo Valencia
Paris llegó con retraso. El
tiempo justo de acabar las últimas páginas de la novela que estaba leyendo. Abrí mi gran bolso de piel beige, el que usaba en mis viajes especiales, y la guardé. Junto a la novela, sin aún saberlo, guardé la
historia que estaba a punto de sucederme.
Como otras veces vi
la torre Eiffel a lo lejos y volvió a impresionarme.
Había quedado con él delante de la fuente de san Michel,
cerca de un pequeño y coqueto café que
hacía esquina y ofrecía los mejores cafés de Paris.
Lo vería por primera vez. Era también la primera vez que tenía una cita con alguien que había
conocido por internet.
Todo empezó en una
página de intercambio de idiomas. Se llamaba André, tenía treinta años, dos años más que yo, y quería aprender
español.
El intercambio de idiomas dio paso a un filin especial. Después
vinieron las afinidades en música,
literatura, cine. Las pequeñas confidencias acabaron en veladas compartidas a
través del ordenador. Él me hablaba en español, yo
en francés. No fue un amor a primera vista, fue fraguándose poco a poco,
hasta que empezó a ser imprescindible en mi vida. Sentía tanta emoción cada vez
que conectaba el ordenador y lo veía al otro lado...
Hasta que no pude más y viajé a Paris para conocerlo.
Llegué al hotel, me di una ducha, comí algo y salí a su
encuentro.
Al llegar a la plaza San Michel pasó algo que me dejó sin
aliento, un “déjá vu”. Delante de mí
había una pareja de músicos callejeros,
la chica cantaba al ritmo del violín que tocaba el chico. ¡No podía ser! todo sucedía como en la novela que acababa de
terminar en el avión. La chica, el chico
con el violín y hasta la canción era la misma
del libro. Pensé que la vida tiene extrañas coincidencias que de contarlas a alguien no las creerían.
Era una vieja canción de Edith Piaf.
Lo vi llegar de frente y pensé que era el chico más guapo
que había conocido jamás. Me saludó con timidez, cuando lo que yo quería era
echarme en sus brazos y besarlo. Me propuso un paseo por los jardines de
Luxemburgo y palidecí, era el mismo recorrido que había hecho la pareja de la
novela, era todo tan extraño....
Acepté con una naturalidad fingida, pero cuando llegamos
tuve miedo, no quería que se repitiera ningún otro párrafo de la novela, pero
nada más llegar me sorprendí a mí misma diciendo las mismas palabras que la protagonista.
Ahora y si no me fallaba la memoria me besaría, pensé, y así
fue, me dio el beso más apasionada que nunca nadie antes me había dado, lo
mismo que a la protagonista de la
novela.
Desde ese momento y
hasta hoy, dos años después, me persigue la duda de si actúo por mi cuenta o lo
que me sucede está determinado por el
guion de aquella novela.
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