La mujer barbuda y las otras vidas.
Como todos los días del último mes, se levantó con la
piel de la cara irritada.
¡Hacía tanto calor! Que el sudor le perlaba la frente y la barba se le
pegaba a la piel.
Se rascaba con las uñas largas y desiguales. Lo hacía con
tanta fricción que notaba puntitos de sangre entre la barba.
“Si pudiera coger unos días de vacaciones y afeitarme..... Sería la mujer más feliz del mundo” decía la
pobre rascándose a dos manos.
Al llegar la noche salía a la función junto al hombre bala,
el enano saltarín y las gemelas siamesas. Entonces no podía rascarse, al
contrario, tenía que poner buena cara, sonreír y mostrar su bonita barba con
orgullo.
Vestidas de raso rosa sus generosas carnes, nada hacía sospechar
que debajo de su barba se escondían varias vidas.
Cuando se bajaba el telón, la mujer se rascaba a dos manos,
sin miramiento y desesperada.
Al día siguiente de la función dominical, la madre de las
siamesas comunicó que las niñas tenían piojos.
La mujer barbuda
salió corriendo al baño, se puso delante del espejo, abrió sus largas y espesas
barbas y pudo ver con claridad como esas otras vidas minúsculas correteaban
entre su pelo.
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