Se
durmió soñando que él también podía volar y lo hizo como cuando era niño,
entre nubes blancas de algodón dulce. En
el sueño su madre aún vivía, como la foto que tenía en su
mesilla de noche. Su padre no entraba en
el sueño hasta más tarde y lo hacía sin previo aviso y con las manos
ensangrentadas, como aquel día. La
última imagen que tenía de él era la de un hombre alto y delgado, con los
labios resecos que asomaba su sonrisa
desdentada por una ventana enrejada.
Hubiera
querido no volver a soñar nunca, pero no podía evitarlo y cada vez que cerraba
los ojos notaba ese sabor agridulce que le producía reencontrase con la imagen de
su madre.
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