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martes, 8 de octubre de 2013

El tropiezo


El tropiezo.

Ostentaba la titularidad de mejor pasa mopas del palacio de justicia. Mis suelos, siempre impolutos reflejaban mis sueños de pasar al otro lado y ser letrado.

Un día, la casualidad quiso que, el accionista principal de una importante empresa, único acusado  en un oscuro negocio, tropezara conmigo al entrar en la sala de juicios de la que  saldría absuelto. Interpretó nuestro tropiezo como un signo de  buena suerte y me dijo que pidiera un deseo. Le pedí lo único que había deseado toda mi vida. 

Desde entonces, mis neuronas alternaban   el jolgorio de la celebración con mis estudios de derecho.

 En el ocaso de mi vida, unos años después del tropiezo, viajo en preferente camino del juzgado donde ejerceré de abogado septuagenario, por primera vez en mi vida.

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