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jueves, 5 de septiembre de 2013

TARDES SIN TELEVISIÓN. (relatos de las casas nuevas)


 
Las tardes de invierno eran muy largas. Después de llegar del colegio, merendar y hacer los deberes, nada teníamos que hacer más que jugar con los hermanos o pelearnos.

La mesa camilla con los faldones y el brasero de carbonilla o de cisco nos abrigaba las piernas y a veces también nos las quemaba, sobre todo cuando jugando se nos olvidabas y metíamos el pie en el brasero. De pronto se sentía un olor a goma quemada y eran las zapatillas de alguno que se estaban quemando. También  nos inventábamos juegos de mesa  caseros y rudimentarios para aliviar el aburrimiento del encierro forzoso.

Mi hermano cogía palillos mondadientes y les hacía unas muescas. Uno era el rey que valía más que todos, otro la reina a la que también le daba más valor que al resto, los esparcíamos en la mesa  y teníamos que demostrar toda nuestra habilidad para sacar uno a uno  sin mover el resto. Siempre ganaba mi hermano, yo estaba tan acostumbrada que ni me enfadaba, el mostraba ante mí unas extrañas dotes de superioridad que con el tiempo comprendí  que se trataba solo de los tres años que tenía más que yo.

Otras veces dibujábamos un  cuadrado en una hoja de libreta cuadriculada. Cada uno elegía un color de lápiz y empezábamos a hacer rayas dentro de la cuadricula, íbamos delimitando nuestro terreno, llenando casillas con nuestro signo hasta completar la cuadricula, perdía el que menos cuadros rellenaba. Empezaba uno haciendo una raya y seguía el otro haciendo otra, cuando quedaba poco espacio había que pensar porque si te equivocabas y hacías una raya en una esquina estabas perdido porque el otro aprovechaba y comenzaba a rellenar cuadritos con gran alegría. También mi hermano me ganaba siempre.

Por la noche, nadie se atrevía a subir la escalera para acostarse. El frío, nada mas sacar las piernas del brasero, era tan intenso que se helaba el aliento. Una vez en la habitación  y dentro de la cama, todo era confort, pues el colchón de lana  te envolvía y el frío desaparecía rápidamente. También envolvía las pesadillas, cuando los monstruos se colaban por entre la pared y me amenazaban de muerte. Entonces despertaba sudando y llamaba a gritos a mi madre. Los monstruos venían a por mí a llevarme a su malvado mundo y mi madre venía con un vaso de agua que lo curaba todo. Tenía propiedades milagrosas y placebos que yo desconocía, me hacia beber un sorbo de agua y me convencía de que el monstruo no iba a venir, entonces yo me dormía convencida en  brazos de Morfeo

 Con el tiempo llegó la televisión a mi casa.  Era una televisión en blanco y negro que mi padre compró a plazos. Fue una de las mayores alegrías que tuve en mi infancia.

Las tardes se hacían más amenas, veíamos Los Chiripitiflauticos, con el Capitán tan, Valentina, locomotoro y el tío Aquiles, los hermanos mala sombra y algún que otro personaje que nos amenizaba la merienda.

A la hora de acostarse salía la familia telerín cantando la canción de buenas noches:

Vamos a la cama que hay que descansar para que los peques podamos madrugar. Al rato nos íbamos a la cama.

Tiempo después el cine me apasionaba, me hacía soñar y de que manera. Los martes y jueves hacían películas antiguas en blanco y negro, eran americanas y pasadas por la censura. Estaban prohibidos hasta los besos de los novios.

Si las películas eran para mayores de 14 años aparecía un rombo blanco en la parte superior derecha de la pantalla y si era para mayores de 18 aparecían dos rombos. Ni con uno ni con dos me dejaban verla, entonces aparecía la censura casera que consistía en que si mi padre estaba en casa, veía empezar la película y esta tenia algún rombo, me iba de cabeza a la cama. Yo le suplicaba le rogaba, pero nada le hacia apiadarse de mi.

Yo hacia como que me iba a la cama y subía el primer tramo de escaleras, me paraba silenciosa  en el descansillo y asomaba la cabeza por el rincón de la baranda de  manera que nadie me viera y así poder ver la película. Pasé muchas noches de frío intenso, pero compensaba ver aquellas películas tan románticas y tan divertidas que me hacían soñar. A menudo era yo la protagonista y el galán venía hasta mi rendido a mis pies.

Eran esas películas antiguas, cuyos interpretas eran ya viejas glorias del cine  americano dobladas por sudamericanos, pero yo entonces no lo sabía y pensaba que los actores hablaban así, con ese acento tan extraño. Igual que  las películas de indios que  tanto nos gustaban y que nos engañaban pues creíamos que los indios eran malos, perversos, criminales y además hablaban usando solo una forma verbal.

Al acabar la película, cuando aparecía the end   salía corriendo a la cama. Al momento empezaba a toser a causa del enfriamiento. Venia mi madre con una pasta con un fuerte olor a menta y me la untaba en el pecho, era tan fuerte su olor que a veces molestaba al respirar, pero milagrosamente dejaba de toser.

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