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domingo, 1 de septiembre de 2013


Las casas nuevas



 



 

RELATOS DE LAS CASAS NUEVAS.







Se siguen llamando las casas  nuevas a pesar de tener  más de medio siglo.

Se construyeron a finales de los años cincuenta.

Era un barrio de pequeñas casas encaladas, casi iguales, con su diminuto  jardín al lado de un pequeño porche, sujeto por un machón. La puerta de entrada estaba a la izquierda o a la derecha, dependiendo de la casa. Al salir del porche una ventana con reja y persiana verde. En la fachada  otras dos ventanas con su jardinera y sus persianas verdes, a mitad de la fachada una farola de hierro que más que luz daba pena y algo de claridad. El tejado inclinado  y la chimenea nos hablaba de inviernos fríos.

La pequeña entrada distribuía las casas en dos partes: la vivienda y los patios.

El comedor, a la izquierda, también pequeño, tenía una puerta que al abrirla se veía la despensa. Era el hueco de la escalera, la otra puerta era la que nos llevaba a la cocina, una pieza diminuta donde difícilmente cabían  tres personas. La cocina para guisar era de hierro con una abertura para meter la leña y poder ver el fuego, arriba dos aberturas con redondeles donde se acoplaban las cacerolas para cocinar, enfrente una ventana que daba al patio trasero

 

Un pasillo a la derecha del comedor y otra puerta con un cuarto de baño, media bañera porque entera no cabía, tampoco importa porque no había calentador de agua. Enfrente de la puerta la máquina de cose Singer y seguidamente la escalera que subía a los dormitorios.

Un descansillo y una percha a mitad de la escalera.

Tres dormitorios también pequeños con un diminuto distribuidor entre ellos. En el dormitorio de matrimonio no cabía ni el armario. En un gran hueco en la pared  estaba el   baúl de las mantas.

Las otras dos habitaciones eran aún más pequeñas. En una no cabía mas que la cama una mesita y una silla, en la otra el armario y mas tarde una cama de hierro.

A la izquierda del distribuidor, en la entrada, un patio lleno de aspidistras, geranios, cintas y varias plantas más. Por encima, la parra que con sus hojas hacía de sombrilla y reservaba la estancia del calor del verano, Al fondo a la derecha una fuente con su pila, a la izquierda de la fuente en un rincón el jazmín  que perfumaba las noches de verano. Un  pequeño pasillo y el patio trasero con rosales también y una parra de uvas negras que trepaba por la esquina de la izquierda del patio y lo cubría a modo de techo con hojas verdes.

  

Llegué a mi nueva casa a los dos años y tengo pocos recuerdos de aquella época, sólo lo que me han contado.

 Fuimos llegando todos los vecinos poco a poco. Eran  matrimonios jóvenes con hijos pequeños.

 

Aún recuerdo algunas casas sin habitar, pero por poco tiempo porque  se fueron llenando de niños, de risas, de llantos, de gritos de madres cansadas  y de juegos. Los que llegamos pequeños y los que fueron naciendo, que en aquella época eran muchos.

Fuimos haciendo amistad unos con otros hasta formar una gran familia, a nosotros no nos importaban las peleas de nuestros padres que también las había. Éramos indiferentes a la relación que tuvieran los mayores, tampoco ellos nos prohibían juntarnos con los hijos de los vecinos con los que ellos tuvieran malas relaciones, nosotros teníamos nuestro mundo aparte. 

Mi calle era especialmente ruidosa y no porque hubiese muchos niños, que también, sino porque las madres nos llamaban a  grito pelado para que entráramos en casa a comer a cenar o en verano a dormir.

Parecíamos un poco salvajes porque nos pasábamos la vida en la calle. En verano porque hacía calor y en invierno porque jugábamos en la nieve o por cualquier otra excusa.

La  calle “de abajo” era la más divertida, la mejor, y no porque las personas que vivíamos en ella fuéramos especiales, en absoluto, las personas suelen ser igual en todos sitios, cambia poco el lugar en el que vivan, al fin y al cabo todos perseguimos las mismas cosas. Por otra parte nuestros códigos éticos eran casi idénticos. Mi calle era diferente porque tenía mas espacio. Entre la ausencia de coches y el espacio que se abría mas allá del asfalto, disfrutábamos de un buen lugar para jugar.

Las demás calles de lo que entonces era un barrio y hoy sería una urbanización, se acomodaban a la orografía del terreno. Las casas de la calle de atrás y las nuestras se daban la espalda haciendo coincidir los patios y los dormitorios dejando entre ellas  un gran espacio abierto por donde las vecinas podían comunicarse e incluso pelearse a voz en grito el algunas ocasiones.

Lo mejor de mi calle era la porción de tierra que quedaba fuera del asfalto, el terraplén  que servía para muchas cosas y las dos higueras que flanqueaban y delimitaban el espacio.

Cuando llovía y la tierra se mojaba teníamos dos opciones de juego: una jugar “al hierro” y otra modelar el barro.

El juego del hierro o la lima consistía en hacer una rayuela en el barro e ir clavando el trozo de hierro con la punta afilada,  se empezaba a clavar en la primera línea de la rayuela, después en la segunda y así sucesivamente, lo difícil era acertar cuando tocaba clavar en las últimas casillas de la rayuela.

 No valía ponerse a jugar nada mas llover, no, el barro debía tener una consistencia adecuada, ni muy blando ni muy duro.

El terraplén era otro sitio bueno para jugar,  pero si llovía mucho se llenaba de barro y se ponía intransitable, si hacía buen tiempo, nuestras madres tendían la ropa enjabonada  encima de las hierbas para que el sol fuera quitando las manchas y aclarando nuestra ropa blanca. Era peligroso jugar entonces, porque si se nos ocurría manchar alguna  la bronca estaba asegurada.

La otra opción eran las higueras que en verano acechábamos para comernos los higos maduros con un extraño artilugio que consistía en una caña a cuya  extremo se le hacían unos cortes hasta formar una especie de hueco que al acercarlo a los higos maduros y rodearlos en el hueco, las astillas de la caña lo cortaban con facilidad. En invierno las usábamos de trampolín para saltar  al suelo desde sus ramas e incluso para hacer otras cosas menos lúdicas y más cochinas como bajarse los pantalones y apuntar con el culo para intentar lanzar un mojón desde arriba,  pero eso solo lo hacían algunos niños, las niñas no hacíamos esas cosas. 

Otra opción de juego podía ser un cerezo que había enfrente de la segunda casa, pero pronto comprendimos que la vecina que vivía delante se había hecho su dueña y no dejaba a nadie arrimarse, incluso pasaba noche en vela vigilante para que ningún vecino osara pasar e intentar coger una cereza madura. El cerezo quedó descartado desde el primer momento y así lo hizo saber su nueva dueña, no antes de discutir con casi todas las personas de la calle sobre la propiedad que ella reclamaba por estar el cerezo justo frente a su casa.

Había otro juego que nos gustaba especialmente, era subirnos a los árboles, pero al principio teníamos dificultad porque los árboles eran aun pequeños y no aguantaban nuestros pequeños pero fuertes cuerpos. Con los años fue diferente porque  se hicieron grandes y aguantaban nuestras escaladas. Trepábamos en ellos cual monos en su hábitat, incluso hacíamos carreras para ver quien conseguía llegar mas alto en menos tiempo.

Para hacer carreras de velocidad teníamos una meta indiscutible: el transformador de la luz que se encontraba justo al principio de la calle. En no pocas ocasiones y el final de esas carreras se saldaba con alguna rodilla desollada, sangrando  y con un fuerte dolor que duraba un buen rato, justo hasta que te ponían mercromina dejaba de dolerte y se te olvidaba que tenias una herida, entonces continuaban los juegos

Continuará....






2 comentarios:

  1. Has reavivado mis recuerdos. Mi casa era parecida, pero a diferencia de las de la calle de abajo, compartía el porche de entrada con la de los vecinos. Por lo demás era igual que la que describes, aunque luego se fueron haciendo obras de ampliación a costa de los patios conforme la familia iba creciendo. Llegamos a ser diez, y el espacio inicial no daba para tanto.

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    1. Si,Había dos tipos de casas, la mia con porque individual y la tuya compartido.Si, ya casi no hay casas sin reformar, eran diminutas y las familias de entonces muy numerosas.El espacio no daba, pero yo recuerdo que compartíamos todo con los hermanos y no era raro dormir dos en una cama, cosa impensble ahora. Mi hermano para estudiar se iba a casa de amigos o estudiaba por la noche porque con nosotros en casa er aimposible.

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