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miércoles, 28 de agosto de 2013

Como dos extraños


El leve crujir de la viga de la que cuelga su padre no le dejaba  dormir.
 El primer día el ruido  se notaba al abrir la ventana, cuando el viento mecía el cuerpo. Después la molestia era a la hora de comer, cuando tenía que separar la mesa para que los pies, al balancearse, no acabaran delante  de su cara, impidiéndole ver la televisión  y comer tranquilamente.
Pasados unos días, se acostumbró al ruido, ahora lo peor era el olor,  pero también acabó acostumbrándose.
Al mes convivía con él como antes, con máxima  indiferencia.

 

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