Disfrazado
de vendedora de manzanas el abuelo recorría el largo pasillo hasta el salón común. Allí sacaba las
manzanas del delantal que antes robaba
del frutero de la cocina, las frotaba hasta sacarles brillo y las colocaba en
orden, formando una pirámide perfecta.
Una cola
de sillas de ruedas, andadores, canas
y bocas desdentadas se formaba delante y por riguroso orden de llegada. Entonces
el abuelo aflautaba la voz y anunciaba su mercancía, las repartía todas a
cambio de monedas imaginarias. Al acabar, se quitaba el disfraz, cambiaba la
voz y volvía a ser el abuelo.
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