¿Qué hace
ahí fuera Lucas arañando la ventana disfrazado de zombi?
Nadie respondió a la pregunta retórica de mi madre.
Sabíamos que Lucas y el abuelo llevaban
meses gastándose bromas pesadas fruto de una apuesta que el abuelo había olvidado
y con la que mi hermano esperaba conseguir un buen dinero.
Un día el abuelo se levantó lúcido, se desnudó, se quitó la dentadura, se
puso tomate frito por el pecho y se clavó un cuchillo de broma en el corazón
dejando los ojos abiertos, fijos. Cuando Lucas entró, dio tal alarido que supimos que había perdido la apuesta.
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