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martes, 26 de octubre de 2010

LA MUÑECA DE TERESA



Una aburrida mañana de  verano,  cuando las vacaciones del colegio amenazaban con alargarse más de lo normal   y mi madre se empeñaba en alisarme  y estirarme el pelo hasta trenzarlo en dos largas  y repeinadas  trenzas,  llamó a mi puerta el cartero del barrio , traía con él un paquete con mi nombre escrito como  destinatario, mi madre al abrirle la puerta , enseguida le dijo que sería una equivocación porque nosotras no esperábamos nada de nadie, el cartero con cara de hastío   le contestó que no tenía tiempo para andar discutiendo como siempre,  yo tomé el paquete aprovechando la discusión  y me fui corriendo  a  mi habitación, intrigada como estaba, a ver que escondía ese misterioso paquete.
 Lo abrí atropelladamente rompiendo el grueso papel en trocitos, la impaciencia hacía que fuese aún más difícil desenvolver mi paquete,  hasta me hice daño en un dedo cuando el papel me rasgó y empezó a salirme sangre, aunque no me di cuenta hasta que el viscoso líquido empapó un trozo de papel.  Cuando por fin pude ver parte del contenido me quedé sin respiración, tuvieron  que pasar unos momentos para asimilar lo que mis ojos infantiles veían.
La cara de una preciosa muñeca apareció entre los gruesos papeles manchados de gotitas de sangre, era una muñeca con cara de porcelana, sus labios eran rojos como el carmín y su nariz era tan pequeña que había que fijarse mucho para verla, su  vestido era  de piqué color rosa  y llevaba  un lazo blanco a la altura de la cintura, un gorrito también blanco a juego con el lazo le hacían parecer una  niña de verdad,  pero en miniatura. Nunca, en toda mi vida, había tenido algo así, tampoco estaba segura de ser yo la destinataria de semejante tesoro, seguro que mi madre no me dejaba quedarme con ella.
 De pronto, oí una voz que, con dulzura,  susurraba mi nombre: Teresa, Teresa……….. Me asusté y tiré  la muñeca encima de la cama porque, por un momento,  me pareció que la vocecita salía de la boca color carmín de la muñeca.
Teresa, Teresa, Teresa, oí gritar a mi madre  desde el pasillo. En ese momento supe que la muñeca no iba a quedarse conmigo. Gritándome, como de costumbre, mi madre me dijo que no debí abrir ese paquete que no era mío, me atreví por primera vez a llevarle la contraria y una bofetada inesperada cruzó mi cara para hacerme callar como tantas otras veces.
Mi preciosa muñeca fue a parar al cubo de la basura, como todos los paquetes que llegaban a mi nombre. Lloré y lloré suplicando a mi madre que me dejara quedarme con la muñeca más bonita que había visto en  mi vida, pero ella, inflexible como siempre, no escuchó mis súplicas.
 Me debí quedar dormida del esfuerzo de llorar durante toda la mañana y al despertar empecé a pensar en un plan para recuperar a laura, mi recién bautizada muñeca.
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La rescaté de la basura por la noche, antes de irme a la cama, cuando mi madre estaba tan cansada que no era capaz de reaccionar .La guardé en el fondo de mi armario, en una caja de cartón, donde  guardaba los restos de tela que a mi madre le sobraban, con los que yo hacía los vestidos a mis muñecas  y donde guardaba también todos mis tesoros. Al cerrar el armario oí de nuevo el susurro de una vocecilla que me decía:- gracias por salvarme Teresa, eres la mejor amiga que tengo. Esta vez no tuve tanto miedo y pensé que mi muñeca tendría algún artilugio que le permitía hablar.
Por la mañana, al levantarme, encontré a mi madre en la salita, donde se pasaba la vida cosiendo para otras personas, era un  trabajo al que dedicaba todas las horas del día. Por las mañanas y después de comer cosía, a última hora de la tarde salía a comprar los hilos o telas que le faltaban y de camino entregaba los vestidos terminados. Eran sus únicas salidas, ni siquiera los días de fiesta dejaba de trabajar, daba la impresión de que coser aliviaba sus penas.
Esa tarde, aprovechando la  ausencia de mamá, saqué un trozo de tela y lo cosí como si fuera un pequeño cojín, dejé una abertura y metí a Laura, mi nueva  muñeca,  después puse una cinta en el extremo y lo cerré con un pequeño lazo. Cuando volvió  mi madre le enseñé lo que había cosido, le dije que era para guardar mis lápices de colores, a  mi madre le pareció bien y aunque nunca tenía unas palabras dulces o amables  para alabar lo que yo hacia, me di por  satisfecha. Que no sospechara  lo que realmente había en mi bolsa de tela era suficiente.
Todas las tardes de mi vida las pasaba encerrada en la salita de estar, rodeada de telas, hilos, botones, cintas, el sonido de la radio  de fondo y  el ruido monótono  de los pedales de la  máquina de coser , entre todo esto,   los suspiros de mamá a cada momento.
 Desde aquel  día  mis tardes lagas y aburridas en la salita de estar  se acabaron, me inventé una excusa para que mamá me dejara ir a mi habitación  durante un rato y poder hacer mis deberes de verano, no lo conseguí al primer intento, con mamá  todo era difícil, parecía que complacerme en el más mínimo capricho iba a quitarle su ya demostrada autoridad sobre mi.

Aquella tarde, al llegar a mi habitación, hice enseguida  una redacción para que mamá no sospechara el verdadero motivo de mi huida de la salita, enseguida saqué a Laura de la bolsita de tela, me puse muy triste al ver que mi muñeca estaba llorando, le pregunté el motivo de su tristeza y ella, juro que me contestó: no me gusta estar encerrada sin poder ver lo que ocurre a mi alrededor. Teresa le  explicó rápidamente el motivo por el que tuvo que esconderla en la bolsita de tela, Laura lo comprendió enseguida .Ahora la que lloraba era teresa, pero lo hacía de emoción porque era la primera amiga que tenía en su vida. Le dio un sonoro beso a su muñeca y la guardó de  nuevo en su bolsa, no quería arriesgarse a que su madre la descubriera y acabara con todo.
Por la noche, cuando la niña estaba acostada,  oyó a la muñeca que en voz baja la llamaba, Teresa saltó de la cama, abrió el armario, sacó a su muñeca y la metió con ella en la cama, eso si, por precaución no la sacó de su bolsa de tela, la niña empezó a contarle todos sus secretos  hasta ese tan intimo que mamá no quería que le contara a nadie. Cada noche, a partir de ahora, Teresa dormía abrazada a su única y verdadera amiga, era tanta la confianza que llegó  a tener con su muñeca que en el colegio no jugaba ya con las amiguitas, solo pensaba en llegar a su casa  para poder sacar a Laura de la bolsita.
En navidad todas las compañeras de Teresa se iban a cenar con sus familiares, abuelos, tíos, primos, ellas cenaban solas, había aprendido ya que no debía preguntar  a su madre porqué ella no tenía familia, nunca iban de visita ni tampoco las recibían .Su madre era la persona más solitaria y aburrida del mundo. Casi nunca iban al cine ni a pasear, los domingos salían a misa y después su madre le compraba un pastel, era el  único capricho que su madre le permitía. Después de que Teresa se comiera el pastel su madre le repetía siempre lo mismo, con una voz llena de rencor le decía: Teresa hija no te fíes nunca de los hombres. La niña, sin entenderlo, empezó a tener una ligera aversión a los chicos.
Un día Teresa le confesó a su amiga que estaba segura de que u madre no la quería porque casi nunca le daba un beso ni un abrazo,  tampoco le decía palabras cariñosas, como les oía decir a las madres de otras niñas.  Cuando sacaba buenas notas y la maestra la felicitaba, su madre le decía que era su obligación labrase un futuro para no ser una desgraciada como ella. Acabó recibiendo los desplantes de su madre como algo normal, pero notaba que  cada día se alejaba un poco mas de ella.
Ya no se despertaba  por las mañanas y salía corriendo para saltar a sus brazos, ahora tenía alguien importante en su vida a quien querer, alguien que también la quería y la comprendía.
Teresa salio al balcón al oír las primera gotas de lluvia estrellarse contra los cristales, vio como el agua iba formando en las hojas de las plantas una masa de polvo y agua color parduzco, al poco tiempo empezó a llover más fuerte y el verde mortecino  de las plantas fue adquiriendo un color  brillante, como si las macetas hubieran recobrado vida  de nuevo .Un olor a tierra mojada invadió la estancia y se mezcló con el aroma a jazmín  que llegaba desde el balcón de su vecina.
Teresa pasaba las tarde aburrida en su casa y aprendió a observar lo que pasaba a su alrededor para distraerse.
Pasó tres días sin salir de casa porque la lluvia seguía cayendo con insistencia, el cuarto día por fin pudo salir.  Al abrir la puerta, un rayo de sol la deslumbró, en ese momento empezaron a caer unas finas  gotas de agua y al  mirar hacia arriba pudo observar un enorme arco iris que cruzaba la ciudad de un lado a otro. A Teresa se le iluminó la cara de alegría pues era la primera vez en su vida que veía algo tan maravilloso. Hacía poco tiempo  que su maestra le había explicado que el arco iris no existe, que es una ilusión óptica, ahora estaba segura de lo que estabas viendo y no era una ilusión, era real.

Una tarde de invierno, que la madre de Teresa salió a entregar un vestido a una de sus mejores clientas, la niña se quedó sola en casa, estaba esperando esa ocasión desde hacia mucho tiempo. Sacó a su muñeca Laura de la bolsa, la estrechó con fuerza  contra su pecho, entró en la habitación de su madre.
Buscó sigilosamente la llave del armario y como si alguien la estuviera observando, fue de un lugar a otro de la habitación, hasta que recordó ver a su madre que guardaba el dinero que cobraba n una caja de madera debajo de la cómoda. Se agacho y allí estaba la caja, la abrió sacó el dinero, unos cuantos papeles y una bolsa de tela  azul donde guardaba las joyas, en el fondo estaba la llave que buscaba.
Las mansos le temblaban de  cuando metió las llave en la cerradura, sabía que si su madre la sorprendía iba a ser una tragedia, pero podía más la curiosidad, que el miedo a lo que vendría después.
Por fin la puerta se abrió, dentro no había nada especial que llamara su atención, unos cuantos vestidos de fiesta muy bonitos pero anticuados, dos sombreros a juego con los vestidos, dos bolsos, zapatos de tacón y unos cuantos libros antiguos que parecían cuentos.
A Teresa le dio la impresión que una antigua vida se escondía entre las paredes del armario. Abrió un cajón y tampoco había nada de importancia: un antiguo vestido de comunión envuelto en papel de seda, un misal infantil y un rosario.
Su muñeca le dijo al oído que sacara el cajón y encontraría algo más, ella obedeció y allí estaba la sorpresa.
En una caja de cartón, guardada dentro de otra más grande y en ella un sobre, había unas fotografías antiguas. Eran de su madre, pero no parecía ella porque sonreía y estaba muy joven, iba vestida con un elegante vestido, el que estaba en el armario, llevaba un bonito collar alrededor de su cuello. Lo que más sorprendió a la  niña además de la esplendida sonrisa de su madre, fue que iba cogida del brazo de un señor joven y que sonreía también,  Teresa reconoció en los ojos del hombre algo  que le era familiar, pero  no supo que. Siguió mirando las demás fotografías, pero ya no le sorprendían, en todas aparecía su madre con el señor del brazo, pero en diferentes posturas y lugares. Le pareció reconocer un parque como fondo de una de ellas, pero el tiempo apremiaba y no quería que su madre la sorprendiera, colocó de nuevo todo en la caja y con lágrimas en los ojos se guardó una de las fotografías .Necesitaba ver sonreír a su madre.
Metió la fotografía dentro de la bolsita de tela, donde guardaba a Laura, su amiga secreta.
Ahora tenía que esperar otra oportunidad para intentar llegar al parque que se veía en el fondo de la fotografía.
Teresa pasaba mucho tiempo el la galería de su casa, la niña aspiraba el olor del patio interior de las viviendas, un olor mezcla de ropa limpia y comida recién cocinada. Le gustaba esa sensación  de hogar que sentía cuando se asomaba al balcón interior de la casa, oía la retahíla de canciones que alguna vecina  lanzaba al aire mientras hacia las tareas de la casa,
A teresa le gustaba observar a las demás personas, sobre todo, a las madres de los demás niños cuando les regañaban y también cuando les daban grandes abrazos y sonoros besos.
Ella lo hacía con su muñeca y se preguntaba porqué su madre no lo hacia con ella.
El día de navidad la  despertaba un delicioso olor a chocolate caliente, se levantaba iba al balcón de la galería y olía hasta casi notar el sabor intenso del chocolate en su garganta, enseguida se iba al balcón del comedor para ver a varios vecinos entrar en el portal con grandes paquetes que envolvían los churros humeantes que sus hijos mojarían en el delicioso chocolate.
Teresa desayunaba como todos los días, nada especial.
Después de desayunar, la niña se iba a su habitación, sentaba a su amiga y le ponía delante una taza imaginaria de chocolate con sus churros recién hechos. Quería que su amiga fuera como los demás niños en esa época del año.
En la radio se oían de fondo villancicos y Teresa se sentía feliz por unos momentos porque reproducía con su muñeca  un patrón de comportamiento que para ella hubiera deseado.
La noche de reyes magos, Teresa nunca podía dormir. Pensaba en los juguetes que veía cada día al salir del colegio en el escaparate de una tienda. Corría todo lo deprisa que podía, a la salida del colegio,  para que su madre no le regañaba si llegaba tarde. Pegaba su graciosa nariz al cristal ,  como si de ese modo pudiera estar más cerca de aquellas muñecas tan bonitas, vestidas con abrigos y gorros de lana con una borla, por si no fuera poco venían con toda clase de accesorios, bufandas bolsos e incluso un armario de madera donde guardar todos sus vestidos.
Cada día, durante la campaña de navidad, se repetía la misma escena de teresa pegada al cristal de la tienda de juguetes, como si de ese modo alguien se apiadara de ella y escribiera una carta a los reyes magos y su deseo se hiciera realidad, porque ella la escribía cada año y la mañana de reyes nunca encontraba lo que sus ojos veían en el escaparate de aquella tienda.
El día de reyes llegó , como todos los años, después de una noche de insomnio, la niña se levanto y salio corriendo al comedor, encima de la mesa encontró lo mismo que cada año: unos guantes unos leotardos, un saltador de esos que en los extremos tienen sonajero, una muñeca de plástico duro , fea y sin gracia, la misma de cada año, parecía como si fuera mágica y desapareciera el día siguiente a reyes para volver a aparecer la mañana de reyes entre los insípidos y aburridos regalos .
Se comía en silencio las dos chocolatinas que los magos se habían dignado dejarle en sus relucientes zapatos y suspiraba inocente, pensando que se iba a portar muy bien para que el próximo años se cumpliera su deseo.
Amenos en esta ocasión tenía a su amiga  Laura para compartir con ella sus decepciones.
Laura, Laura, a veces se sorprende pensando en el nombre de su amiga, que se lo puso porque así se llama una niña de su colegio que es muy guapa, saca buenas notas y lleva vestidos muy bonitos, incluso cuando no es día de fiesta, a  Teresa le gustaría ser su amiga, dicen las demás niñas que tiene un a habitación llena de maravillosas muñecas con vestidos, abrigos gorros, lazos y hasta una casita de muñecas que utiliza a su antojo. Pero a ella nunca la invitan a ninguna casa, ni siquiera en los cumpleaños, claro que su madre tampoco quiere que la inviten, así ella no tiene la obligación de devolver la invitación. Ahora su amiga es Laura, no la del colegio, pero, no importa, es su amiga de  verdad. Ella no se  burla ni le dice “la niña solitaria” como le dicen últimamente  las demás niñas en el colegio.
Por fin se acaban las fiestas de navidad y Teresa podrá salir a la calle y respirar otro ambiente. Uno de los pocos días que ha salido de casa ha sido en día de navidad, solo para ir a misa con su madre, no es que no le guste ir a misa, es que se aburre tremendamente, no entiende lo que dice el cura y para colmo, casi siempre  se sienta a su lado alguna señora mayor, que se perfuma demasiado, ese olor tan intenso marea a teresa y hace que se le revuelva el estomago, es un olor dulzón como a madera con canela y miel. Lo que más rabia le da es que el pastel que le compra su madre a la salida de misa, como único capricho, no le sienta bien por culpa de ese olor a perfume revuelto con cera e incienso.
 En su casa estos días de navidad son todo menos alegres,  por eso ella agradece la vuelta al colegio






















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