EL
INVITADO
Oí un grito desgarrador en el preciso instante
que se apagó la luz de mi habitación. Salí al pasillo a ver que pasaba, pero la oscuridad no me
permitía ver nada, seguí caminando a tientas. Los latidos de mi corazón amenazaban con desbocarlo.
Sabía
que el comedor quedaba justo al otro
lado de mi habitación, en línea recta,
pero era la primera noche que pasaba en esa casa y estaba desorientado, no era
capaz de llegar hasta el otro lado donde al parecer estaba el comedor. Tenía la
impresión de que alguien me iba persiguiendo por el
camino, notaba unos pasos que se arrastraban y una respiración jadeante. Era
todo como en las películas de miedo, solo faltaba que una tormenta hiciera su
aparición para tener todos lo detalles.
Vi como
un destello al otro lado de la casa y pensé que alguien venía a rescatarme,
pero no fue así, me quedé quieto y me calmé esperando a que los ojos se acostumbraban a la
oscuridad y así poder ver un poco para orientarme, pasaron cinco largos minutos
y no solo no se me acostumbraron los ojos, sino que la oscuridad parecía no tener fin. En ese
preciso instante noté como alguien respiraba agitadamente a mi espalda y una
mano helada se posé sobre mi hombro; salí corriendo sin saber a donde iba,
gritaba y gritaba hasta que me quedé mudo, por más que hacia el intento de
gritar mi garganta estaba paralizada y al parecer nadie podía oírme. Tropecé
con algo que no podría definir si era un mueble o una persona, me caí y fui a
darme con la cabeza en algo tan duro que perdí el sentido.
Desperté con los rayos del sol y lo primero
que vi al abrir los ojos fue a un anciano que jadeaba y que con sus manos
heladas me tocaba, en la frente, el enorme chichón que me había hecho.
Al rato apareció el anfitrión de la casa, mi amigo Alberto con cara de cansancio y
dirigiéndose al anciano le gritó: -Pero abuelo, ¿es que no puedes dejar de
gastar bromas a mis invitados?
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