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sábado, 16 de octubre de 2010

LA CALLE DE ARRIBA


EN LA CALLE DE ARRIBA

La calle de arriba era la que mas me gustaba, En ella vivía un niño alto y desgarbado, guapo, con  sonrisa encantadora que me atraía y hacía que mi recién estrenado cuerpo de adolescente empezara a notar  sensaciones nuevas. Sensaciones que nunca hasta el momento había sentido.
Me daba un poco de vergüenza subir  aquellas escaleras que podían llevarme hasta el y más de una vez retrocedía sobre mis pasos porque no sabía con certeza lo que buscaba.
Pero ayy el atardecer, eso era otra cosa. Cuando el sofocante calor daba paso a la  brisa fresca de la tarde, entonces se podía salir de casa y con la intimidad que da la noche jugar a mitad de las escaleras a descubrir los sentimientos, el roce de una mano o el beso casto y de refilón que debías pagar por una prenda que no te hubiera importado perder si el beso hubiera sido menos casto.
Las luciérnagas desperdigaban su luz amarillenta y los don Pedros se cerraban no sin antes dejar que su aroma fresca y delicada llegara hasta nosotros como el sonido de una nota musical en un concierto.
La calle de arriba se llevaba siempre mis miradas de reojo, esperando encontrar otra mirada que, inocente, no intuía mis preocupaciones.
¿Y los días de invierno? Cuando ya en la calle de abajo, esperaba inquieta, el sonido de las ruedas de una bicicleta, para salir corriendo con cualquier excusa a ver como el ciclista hacia piruetas imposibles sobre la acera de la calle.
Cuando por última vez miré la calle de arriba antes de partir, supe que ya nada volvería a ser igual.
Ya  nunca volvería a bailar aquellas canciones agarradas a los hombros de la persona que quería.
Nunca más volvería los ojos en misa, para intentar encontrarme con los  suyos, a partir de aquel día las misas fueron aburridas.
Mi diario dejó de tener sentido y dejé de escribirlo. Un diario que tenía dibujados corazones en las tapas y dentro de los corazones las letras: J.L y M. así muchas veces y por todo el diario.
Me costó hacerme mayor y comprender que en la calle de arriba no había nadie que me esperase para jugar a las prendas o tontear un poco.
Me pregunté en muchas ocasiones que  habría sido de mi vida si ese verano no me hubiera ido, como habría transcurrido todo, pero siempre me quedé sin respuesta.
Pasaron los años y por fin me hice mayor.  Cada vez que volvía a mi pueblo me acordaba de la calle de arriba y miraba insistentemente buscando respuestas que nadie podía darme.
Un día y por casualidad  encontré en esa  calle de arriba a un hombre maduro que dijo ser aquel adolescente que tanto me quitaba el sueño. Por fin encontré la respuesta a las preguntas que me hice durante muchos años.
Por fin comprendí que no era solo su presencia lo que me había faltado muchas veces, sino el vinculo afectivo que nos une a la niñez, el pasado, las costumbres y aquellos últimos juegos tan maravillosos que nos introducían en una nueva etapa de la vida. Vinculo que se rompió de pronto sin dar tiempo a madurar sentimientos, deseos y sueños.
Hoy he encontrado en la calle de arriba a un hombre sensible y tierno capaz de remover en mi unos sentimientos ya olvidados, pero no esos sentimientos de amor adolescentes , no esos no, son otros, esos que me vinculan a un pueblo, una calle y a unos niños que un día fuimos.

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