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domingo, 28 de febrero de 2010

EL VIAJE SIN RETORNO

El viejo tren recorre los últimos kilómetros antes de entrar en el apeadero donde terminan las vías. Lentamente se abre paso entre grandes extensiones de olivos ordenados en hileras y pequeños campos de trigo verde salpicado de amapolas, tan rojas que de lejos predomina su color sobre los trigales.


La primavera parece haberse adelantado en el campo andaluz.

A la muchacha que viaja a bordo del tren, también parece adelantársele la primavera dentro de su corazón ¡hace tanto tiempo que soñaba con este momento! Por fin su aldea, donde siempre llueve , se queda atrás, por fin será ella la protagonista de su propia historia , al fin tendrá una casa soleada con un patio lleno de flores, por fin conocerá al hombre que quiere,

Debería dar las gracias a mi maestra, va pensando, por esa afición que me inculcó por la lectura, de no haber sido por eso, nunca se le habría ocurrido ojear un diario antiguo, no habría visto nunca ni su foto ni su anuncio ¡que suerte !pensó de nuevo, Iba distraiga con la cabeza llena de ilusiones y un vestido blanco en la maleta junto a un escueto ajuar bordado por ella misma, siempre con la inestimable ayuda de su maestra.

Antiguamente, como ya sabemos, no había Internet, pero también las personas entablaban relaciones sin conocerse personalmente.

Manuel es un chico de un pueblo del sur de España, con un buen trabajo, guapo, con buena posición social, pero no consigue que ninguna muchacha se fije en el, seguro que no es por su defecto , piensa a menudo- será porque las chicas de este pueblo son un poco especiales porque yo lo tengo todo y no les atraigo .

Un día ve en un periódico una sección donde se anuncian hombres para encontrar a la mujer de su vida, son los años 50 y la censura no hubiese permitido otro tipo de anuncio, Puso unas cuantas palabras diciendo lo que poseía, las bondades de su trabajo y una foto de medio cuerpo para arriba, donde parecía un chico guapo y sano, quizá se le olvidó poner una parte muy importante de su anatomía donde la realidad se imponía sobre todo lo demás.

Pasaron los días, los meses y no hubo respuesta.



Un día, Amelia, una chica asturiana que vivía en una aldea vio por casualidad el periódico atrasado en casa de su maestra, se puso a leerlo, no importaba que ya tuviera varios meses, a su pueblo no llegaba ninguna noticia de actualidad y ese diario suponía ponerse al día. Cuando llegó a la sección donde Manuel se anunciaba, se quedó prendada, empezó a soñar con la posibilidad de casarse con aquel chico guapo y distinguido, con un buen trabajo. Decidió contestar la carta a ver si tenía suerte y el chico aún estaba libre, también le mando una foto, la última que se había hecho, en la que salía muy guapa con el vestido de ir a misa los domingos.

Recibió respuesta a su carta casi a vuelta de correo, el le decía que era muy guapa, que nunca hubiera pensado que una mujer como ella se interesaría por el, le decía como era su pueblo, su casa, sus costumbres.

Entre carta y carta va surgiendo el amor, después de dos largos años el le pide que sea su mujer, ella acepta sin pensarlo demasiado.

Por fin, el tren, después de un viaje interminable entra en el viejo apeadero, si no fuera porque a lo lejos se ve la figura de un hombre sostenido por dos extrañas muletas, parecería que no hay ningún tipo de vida en muchos kilómetros a la redonda, parece que el tiempo se ha detenido y que la estación está completamente abandonada. Primero baja Amelia cargada con las maletas, después su madre ,el corazón se le desboca al no ver a nadie esperándola, se fija entonces en la figura del hombre que ha visto desde el tren , pero ese no puede ser su novio porque tiene el tamaño de un niño de doce años y se mueve como arrastrándose por el suelo con esas raras muletas sin las que no podría moverse, cuando la figura del invalido se fue acercando, un sudor frío le recorrió el cuerpo, el miedo dio paso al pánico y seguidamente se convirtió en desolación, efectivamente la persona que se acercaba a ellas era Manuel, tenía la misma cara de la foto, pero no el cuerpo que ella imaginaba,¿Cómo iba ella a pensar que el hombre que iba a ser su marido tenía ese extraño cuerpo si el no le había dicho nunca nada?.

Antes de que el se acercara lo suficiente Amelia le dice a su madre que se vuelve con ella a la aldea , que no quiere casarse con esa especie de monstruo -me ha engañado, solo me ha dicho de el lo que le interesaba para atraerme como un insecto y luego atraparme .La respuesta de su madre fue tajante –tu has elegido casarte con el y así lo harás- no vas a volver a casa conmigo, yo me vuelvo en el próximo tren, mi cometido se acaba aquí entregándote al hombre que tu has elegido. Así fue, Amelia se quedó en aquella estación lúgubre acompañada por un hombre completamente desconocido al que había dejado de querer en el mismo instante que se dio cuanta del engaño.

Nunca volvió a ver a su madre, un resentimiento amargo y denso se instaló en su vida, como ella se instalaría en su nueva casa.

Se casaron un Domingo por la mañana temprano, ella parecía una princesa de cuento, con el vestido que había traído de su pueblo para la ocasión, el no se lo que parecía, todos murmuraban a su paso, habían madrugado para no perderse el acontecimiento del año.

Tuvieron cuatro hijos, deseados o no eso ni ella misma lo sabía, los niños le hicieron dulcificar su carácter amargo como el acíbar, siempre tenía la mirada baja, escondida detrás de labores de bordado o de lectura, quizá era lo único que la evadía .Aguantaba como lo hacían antes las mujeres en silencio, sin hacer preguntas ni cuestionarse si su forma de vida tenía o no otra salida.

Poco a poco se fue marchitando su belleza y una especie de rictus curvó sus labios en una eterna mueca de desilusión, ya no sabían ni reír ni besar. Sus ojos se volvieron fríos como el metal.

Su casa estaba siempre a oscuras, nunca se oían risas a pesar de los niños, solo discusiones.

Cuando la hija mayor creció, un día, le pregunto a su madre que porqué se había casado con ese hombre que a pesar de todo era tacaño dominador y carecía de sentido del humor, la madre le respondía siempre con evasivas, a medias, para no herirla con la verdad, todos los hijos de una u otra manera pagaron las consecuencias de esta relación, pero lo peor aun estaba por venir.

Cuando Manuel envejeció su enfermedad degenerativa le postró en cama y en vez de facilitar la vida a su mujer y sus hijos se la hizo aún más penosa , se pasaba el día llamando a la mujer aunque no la necesitara, su malicia le llevaba a imaginar un complot entre la madre y los hijos para no atenderlo , no, no perdía la razón, era su egoísmo lo que le impedía ver el sacrificio que tenía que hacer su mujer para seguir atendiéndolo y no dejarlo abandonado, hasta los hijos le decían que era inhumano lo que estaba haciendo con ella, era ya demasiado tarde para pensar en su propia felicidad , había perdido para siempre la ilusión en el momento en que su propia madre la abandonó hacía ya mucho tiempo en aquella estación .

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