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jueves, 4 de octubre de 2018

Jugando al escondite

Tenía mi familia materna un olivar por donde está ahora mercadona. Heredado del abuelo, en sus  tiempos fue muy valorado para la economia de supervivencia en  aquellos años difíciles.
El olivar daba aceite para casa y para vender, aceitunas de varias clases y de muy buena calidad,  y leña. Al menor contratiempo el abuelo amenazaba con venderlo, la abuela se negaba.
Los abuelos murieron y el olivar pasó a los hijos.
Mi madre y mi tía decidieron ir una tarde dando un paseo a ver el olivar, yo debía tener cuatro o cinco años y estaba encantada con ese paseo familiar. Llegamos al olivar y nos pusimos a merendar. Mientras los mayores conservaban yo desaparecí de pronto. El disgusto  fue tremendo y todos empezaron a buscarme. Mi tía estaba más angustiada que mi madre puesto que la idea del paseo había sido de ella y se sentía culpable.
Sólo les faltó buscar debajo de tierra.Me llamaban desesperadamente y ya sin esperanza de encontrarme, pensando hasta que alguien me había llevado. A punto de volver  al pueblo y pedir ayuda, la zagala, o sea yo, desde lo alto de una oliva y muerta de risa grité: " ¡titaaaaa! no llores más, que estoy aqui arriba". Mi tía juraba en arameo y repitía sin parar que me salvaba de un buen azote porque me había dado pena verla llorar y había decidido desvelar mi escondite.


  

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