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jueves, 25 de febrero de 2010

LA SEÑORA







Volvía cada año por la misma fecha para visitar a su madre y a su hija, siempre envuelta en un halo de misterio.

Cuando subía en el ascensor dejaba tras de si un olor inconfundible a perfume caro, derramado sobre ella de forma generosa.


Un abrigo de pieles envolvía su cuerpo, debajo un vestido de colores imposibles,.su pelo rubio, largo recogido en un moño alto y gracioso .sus ojos verdes de mirada profunda escondían un profundo misterio, un pasado y un presente del que solo ella era la dueña.


Su piel era blanca aterciopelada, los labios carnosos, pintados de rojo, seductores, expelían el humo del cigarrillo de una forma sensual, sin proponérselo, como si fuera un gesto innato. Parecía tener una vida intensa, apasionante, como una estrella de cine de las de antes.

A menudo hablaba de joyas, perfumes, hoteles, vacaciones, conocía los lugares con más glamour.

Nunca dejó que nadie adivinara el tipo de vida que llevaba. ni su propia familia.

De la misma forma que cada año venia, uno de ellos no pudo regresar a su vida de ilusiones y poco a poco, entre cigarrillo y cigarrillo fue perdiendo su glamour, se cortó el pelo, no volvió a pintarse los labios, ni a ponerse el abrigo de piel, aunque seguía teniendo esa mirada seductora y expelía el humo con la misma sensualidad, como pocas mujeres saben hacerlo, se dejó llevar , no pudo soportar poner sus pies en tierra firme y ver la realidad de su vida. no supo, no quiso o no pudo y un día se fue de este mundo igual que otras veces se iba cuando visitaba a su madre y a su hija, en silencio sin dejar huella. Todos sus secretos y misterios se los llevó como se llevaba cada año su inconfundible olor a perfume caro.






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